Vida de santidad[1].
Nació alrededor del año 1225, de la familia de los condes
de Aquino. Estudió primero en el monasterio de Montecasino, luego en Nápoles;
más tarde ingresó en la Orden de Predicadores, y completó sus estudios en París
y en Colonia, donde tuvo por maestro a san Alberto Magno. Escribió muchas obras
llenas de erudición y ejerció también el profesorado, contribuyendo en gran
manera al incremento de la filosofía y de la teología. Murió cerca de Terracina
el día 7 de marzo de 1274. Su memoria se celebra el día 28 de enero, por razón
de que en esa fecha tuvo lugar, el año 1369, el traslado de su cuerpo a Tolosa.
Mensaje de santidad.
Cuando constatamos nuestra propia miseria -nuestras inclinaciones
al mal, nuestras faltas de enmienda, nuestras escasas o nulas aspiraciones a la
santidad-, en vez de desalentarnos y derrumbarnos espiritualmente frente a
tantas dificultades, Santo Tomás de Aquino -quien además de eximio filósofo y
teólogo era un místico excepcional-, nos da un instrumento con el cual podemos
avanzar rápidamente en la vida espiritual y en el camino de la santidad. Arrodillados
frente al Crucifijo o frente al Sagrario, podemos reflexionar acerca de la
siguiente meditación de Santo Tomás, quien nos propone a Jesús crucificado como
modelo y fuente de todas las virtudes.
Al contemplar a Cristo crucificado, Santo Tomás se pregunta
acerca de la necesidad de que Cristo padeciera en la Cruz como lo hizo, y la
respuesta es doblemente afirmativa: para perdonarnos los pecados y para darnos
ejemplo de cómo obrar santamente. Dice así el santo: “¿Era necesario que el
Hijo de Dios padeciera por nosotros? Lo era, ciertamente, y por dos razones
fáciles de deducir: la una, para remediar nuestros pecados; la otra, para
darnos ejemplo de cómo hemos de obrar”[2]. Nos detendremos en la
segunda razón, que es la que nos servirá para progresar en la vida espiritual, ya
que así lo asegura el santo: “la pasión de Cristo basta para servir de guía y
modelo a toda nuestra vida”. Es decir, es en la Pasión de Cristo -y
particularmente en el momento de la crucifixión- en donde debemos buscar
cualquier ejemplo de virtud en la cual deseemos progresar, sabiendo que las
encontraremos en Cristo expresadas en grado infinito y no sólo eso, sino que,
además de modelo de virtudes, Cristo es la Fuente de toda virtud. Entonces, si
lo que necesitamos es amor, para dar a nuestro prójimo -no amor humano, sino el
Amor sobrenatural del Corazón de Cristo, el Amor del Espíritu Santo-, lo encontraremos
superabundantemente en Cristo crucificado: “Si buscas un ejemplo de amor: Nadie
tiene más amor que el que da la vida por sus amigos. Esto es lo que hizo Cristo
en la cruz”[3].
Si lo que necesitamos es paciencia, porque somos proclive no
solo a la impaciencia, sino a la ira o a la cólera, también Cristo es modelo y
fuente de paciencia: “Cristo, en la cruz, sufrió grandes males y los soportó
pacientemente, ya que en su pasión no profería amenazas; como cordero llevado
al matadero, enmudecía y no abría la boca. Grande fue la paciencia de Cristo en
la cruz: corramos también nosotros con firmeza y constancia la carrera para
nosotros preparada”. Es decir, postrados ante la Cruz y abrazados a los pies ensangrentados
de Jesús, contemplemos cuán pacientemente sufre Jesús toda clase de sufrimiento
-físico y espiritual- y le imploremos la gracia de tener un corazón “manso y
humilde” como el suyo.
Si somos soberbios y orgullosos y lo que nos falta es
humildad, todo eso lo encontraremos en Jesús crucificado: “Si buscas un ejemplo
de humildad, mira al crucificado: él, que era Dios, quiso ser juzgado bajo el
poder de Poncio Pilatos y morir”[4]. En una muestra extrema de
humildad, Jesús, siendo Dios, no dudó, para salvarnos, en someterse
voluntariamente al juicio inicuo de un juez terreno, como Pilatos.
Si somos rebeldes y estamos dominados por nuestro juicio
propio, busquemos el ejemplo extremo de obediencia en Jesús crucificado: “Si
buscas un ejemplo de obediencia, imita a aquel que se hizo obediente al Padre
hasta la muerte”[5].
Si estamos apegados a los bienes materiales y pensamos que
esta vida se reduce a poseer más y más riquezas terrenas, busquemos en Jesús
crucificado el extremo desprendimiento de todo lo material: “Si buscas un
ejemplo de desprecio de las cosas terrenales, imita a aquel que es Rey de reyes
y Señor de señores, en el cual están escondidos todos los tesoros de la
sabiduría y de la ciencia, desnudo en la cruz, burlado, escupido, flagelado,
coronado de espinas, a quien, finalmente, dieron a beber hiel y vinagre”[6].
Un último consejo de Santo Tomás, siempre contemplando a
Jesús crucificado -o en la humildad gloriosa de la apariencia de pan, la Eucaristía-,
para que nos impulse cada vez más a no solo desprendernos de las cosas
materiales, sino a desear nada más que la vida eterna: “No te aficiones a los
vestidos y riquezas, ya que se reparten mi ropa; ni a los honores, ya que él
experimentó las burlas y azotes; ni a las dignidades, ya que, entretejiendo una
corona de espinas, la pusieron sobre mi cabeza; ni a los placeres, ya que para
mi sed me dieron vinagre”[7].
Siguiendo a Santo Tomás, nos postremos ante Jesús
crucificado o ante su Presencia en el sagrario, y abrazados a sus pies
sangrantes, pidamos la gracia de tener sus virtudes, ya que Él no solo es modelo de
toda virtud, sino Fuente Inagotable e Increada de toda virtud. Sólo así, en la
imitación de Cristo, lograremos pasar de este mundo a la vida eterna, al Reino
de los cielos.