Vida
de santidad[1].
San Martín nació en Panonia, Hungría, el 316. Sus padres,
que eran paganos, lo obligan a ingresar en el ejército, para alejarlo del
cristianismo. Sin embargo, fue en el mismo ejército en donde San Martín se
convirtió del paganismo al cristianismo. En efecto, siendo militar, sucedió un
hecho en la vida de San Martín de Tours, que lo condujo directamente a la
conversión. Sucedió que un día de invierno, al entrar en la localidad de
Amiens, el santo encontró un mendigo, prácticamente sin ropas y casi en estado
de congelación. Al verlo en ese estado, San Martín de Tours descendió de su
caballo, se quitó la capa, la partió en dos mitades con su espada y le dio una
mitad al pobre, para que así pudiera abrigarse. Esa misma noche tuvo una visión
en la que veía a Cristo con su media capa puesta, que decía a los ángeles: “¡Miren,
este es el manto que me dio Martín el catecúmeno!”.
Pronto
recibe el bautismo y dos años después, deja la milicia para seguir a Cristo.
San Hilario de Poitiers le instruyó en teología, filosofía, Biblia y Santos
Padres, con vistas a ordenarle de diácono y luego presbítero. Regresa a
Poitiers y funda el monasterio de Ligugé, en donde pasa once años. En el año
371 fue nombrado obispo de Tours, emprendiendo una misión apostólica por toda
Francia durante treinta y cinco años, realizando esta labor con tal fidelidad a
la doctrina de Nuestro Señor Jesucristo, que es por esto llamado en adelante “el
apóstol de las Galias”. Entre sus obras, además de enfrentarse a emperadores,
llamándolos a la conversión del paganismo al cristianismo, se encuentra su
defensa de los más débiles y la realización de innumerables milagros. La intensidad
de sus viajes apostólicos y la realización incansable de obras de caridad,
terminaron por agotar sus fuerzas físicas, al punto que llegó un momento en que
sentía que ya estaba por morir. Sus discípulos le piden que no les deje
huérfanos, a lo que Martín contestó: “Señor, si aún soy necesario, no rehúso el
trabajo. Sólo quiero tu voluntad”. Aún así, la muerte –y el ingreso en el
Cielo- se acercaba inexorablemente. Estando en su lecho de muerte, los
discípulos querían colocarlo en una posición más cómoda, pero San Martín les
dijo, mirando al Cielo: “Déjenme así, para dirigir mi alma en dirección hacia
Dios”. En su agonía, el demonio se hizo presente, por lo que San Martín exclamó:
“¿Qué haces ahí, bestia sanguinaria? No hay nada en mí que te pertenezca,
maldito. El seno de Abrahán me espera”. E inmediatamente entregó su alma a
Dios. Era el 8 de noviembre del año 397.
Mensaje de santidad.
San Martín fue un asceta, un apóstol, un hombre
de oración, muy influyente en toda la espiritualidad medieval y su faceta
principal fue la caridad. El gesto de Amiens, dar media capa, fue superado cuando, siendo obispo, entregó su túnica entera a un mendigo, aunque éste es un hecho menos conocido. Sus
mismos milagros, como los de Cristo, fueron milagros de caridad. Como Nuestro
Señor Jesucristo, “Pasó haciendo el bien”. Cuando le preguntaban qué
profesiones había ejercido, respondía: “Fui soldado por obligación y por deber,
y monje por inclinación y para salvar mi alma”. Por eso hay quien resume la
vida de Martín así: “Soldado por fuera, obispo a la fuerza, monje por gusto”. Podemos
decir que en algo estamos en grado de imitar al santo, ya que somos soldados de
Cristo por la Confirmación y podemos ser, sino monjes ni obispos, al menos “contemplativos
en la acción”, haciendo Adoración Eucarística en medio de nuestras ocupaciones
cotidianas; también podemos –y debemos- imitar al santo en su caridad: muy
probablemente no se nos aparezca Jesús como mendigo que pasa frío, pero sabemos
por la fe que Jesús está, de modo misterioso pero real, en cada mendigo que
pasa frío y hambre, en cada prójimo que tiene necesidad de ayuda material y
espiritual. Obrar las obras de misericordia, espirituales y corporales, será el
mejor modo de imitar a San Martín de Tours y de rendirle homenaje, como santo
de Cristo.
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