San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial

San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial
"San Miguel Arcángel, defiéndenos en la batalla, sé nuestro amparo contra la perversidad y acechanzas del demonio; reprímale, Dios, pedimos suplicantes, y tú, Príncipe de la Milicia celestial, arroja al infierno, con el divino poder, a Satanás y a los demás espíritus malignos, que andan dispersos por el mundo para la perdición de las almas. Amén".

sábado, 28 de noviembre de 2020

San Francisco Javier y su sobrenatural deseo de proclamar a Cristo Dios

 



         Vida de santidad[1].

Francisco nació cerca de Pamplona (España) en el castillo de Javier, en el año 1506. Siendo muy joven, fue enviado a estudiar a la Universidad de París, y allá se encontró con San Ignacio de Loyola, cuya amistad transformó por completo a Javier, encaminándolo por el camino de la santidad, del seguimiento de Cristo. El santo formó parte del grupo de los siete primeros religiosos con los cuales San Ignacio fundó la Compañía de Jesús. Ordenado sacerdote, colaboró con San Ignacio y sus compañeros en enseñar catecismo y predicar en Roma y otras ciudades. Un poco más tarde, San Ignacio le pidió a Javier que fuera a misionar a la India, a lo que obedeció inmediatamente. Puede decirse que con San Javier empezaron las misiones de los jesuitas, las cuales se caracterizarían por llevar innumerable cantidad de almas a Dios.

Llegado a destino, Francisco Javier, solamente con el libro de oraciones como único equipaje, recorrió India, Indostán, Japón y otras naciones. Además de bautizar por centenares y millares, obró numerosos milagros de curación corporal, al punto que la gente lo consideraba en santo en vida. Se estableció en la ciudad portuguesa de Goa, en la India y allí puso su centro de evangelización, dando clases de Catecismo para niños y adultos; además, promovió el hábito de la Confesión y de la Comunión sacramentales frecuentes. En cada región que evangelizaba, las gentes se convertían de a millares, por lo que dejaba catequistas en cada lugar, para que estos continuaran evangelizando. Era muy austero: comía sólo arroz, sólo tomaba agua, dormía en una pequeña y pobre choza. Sus viajes eran interminables y pasaba muchas penurias, pero el santo escribía: “En medio de todas estas penalidades e incomodidades, siento una alegría tan grande y un gozo tan intenso que los consuelos recibidos no me dejan sentir el efecto de las duras condiciones materiales y de la guerra que me hacen los enemigos de la religión”. Estas palabras del santo son muy importantes, porque demuestran, de primera mano, cómo Dios Trinidad no abandona -no sólo no abandona, sino que recompensa sobreabundantemente- a quienes se entregan a su servicio: si bien considerado humanamente, San Francisco Javier padeció todo tipo de penurias, propias de los viajes de esos tiempos -hablamos del año 1500- e incluso estas penurias se vieron agravadas por las persecuciones y hostilidades sufridas por manos de los enemigos de la religión, Dios Uno y Trino, con los consuelos y alegrías interiores que concedió a San Francisco Javier, hizo que éste prácticamente no sintiera ni las penurias de los viajes, ni las agresiones de los enemigos de la religión. Algo muy similar sucedió con los Conquistadores y Evangelizadores que envió la Madre Patria España a Hispanoamérica.

En un momento determinado, el santo decidió ir a misionar al Japón, pero resultó que allá lo despreciaban porque vestía muy pobremente, al contrario de lo que le sucedía en la India, en donde lo respetaban y veneraban por vestir como los pobres del pueblo. Entonces se dio cuenta de que en Japón era necesario vestir con cierta elegancia, para lo cual se vistió de embajador -título que poseía en la realidad, ya que el rey de Portugal le había conferido ese cargo- y así, con toda la pompa y elegancia, acompañado de un buen grupo de servidores muy elegantes y con hermosos regalos se presentó ante el primer mandatario. Al verlo así, lo recibieron muy bien y le dieron permiso para evangelizar, logrando convertir a un gran número de japoneses.

Podríamos decir que, hasta entonces, su tarea evangelizadora había tenido mucho éxito, tanto en India como en Japón y en muchos otros lugares. Sin embargo, en San Francisco ardía el fuego del Espíritu Santo, que lo hacía consumirse en deseos de proclamar la Buena Noticia de Cristo Dios a todos los hombres; por esta razón, no contento con su tarea evangelizadora en India y Japón, decidió ir a misionar a China, para allí convertir a la religión católica al mayor número posible de sus habitantes. Al emprender esta tarea, se dio con una primera gran dificultad: en China estaba prohibida la entrada a los blancos de Europa, aunque consiguió que el capitán de un barco lo llevara a la isla desierta de San Cian, a unos cien kilómetros de Hong–Kong. Llegados a este lugar, el santo fue abandonado por quienes lo habían llevado y pronto enfermó, muriendo en una pobre choza, aterido de frío y en soledad, el tres de diciembre de 1552, pronunciando el nombre de Jesús. Tenía sólo 46 años. A su entierro no asistieron sino un catequista que lo asistía, un portugués y dos negros. El Papa Pío X nombró a San Francisco Javier como Patrono de todos los misioneros porque fue si duda uno de los misioneros más grandes que han existido.

         Mensaje de santidad.

Además de su sobrenatural deseo de proclamar a Cristo, reflejado en las increíbles penurias que tuvo que soportar a lo largo de sus innumerables viajes evangelizadores -en once años recorrió la India, el Japón y varios países más-, el mensaje de santidad de San Francisco Javier puede tal vez sintetizarse en la oración del día de su fiesta, que dice así: “Señor, tú has querido que varias naciones llegaran al conocimiento de la verdadera religión por medio de la predicación de San Francisco Javier”. Es decir, según la Iglesia, fue el mismo Dios Uno y Trino quien obró la evangelización de “numerosas naciones” a través de San Francisco Javier. El santo fue un dócil instrumento en las manos amorosas de Dios, que por medio suyo reveló a quienes vivían en el paganismo, la Alegre Noticia de la Salvación de la humanidad por medio del Sacrificio de Cristo en la Cruz. Al recordarlo en su día, le pidamos al santo que interceda ante la Santísima Trinidad para que también nosotros nos veamos inflamados en el amor a Cristo, para proclamarlo a toda la humanidad, aun a costa de la vida terrena.

 

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