Vida
de santidad[1].
Desde niño, su madre le enseñó a contemplar el Santo
Crucifijo, cosa que hacía con gran devoción. Al llegar a la juventud, a pesar
de tener la posibilidad de contraer matrimonio, eligió ingresar en el
seminario, para ser sacerdote de Jesucristo. Tomada la decisión, ingresó en el
monasterio de la Santísima Trinidad en Vilma, capital de Lituania, en 1604. En el
convento se destacó por su gran fervor hacia la Sagrada Escritura, la oración y
la penitencia, además de su caridad para con los más necesitados. Tenía el don
del consejo y de la paz y así lograba que muchas abandonaran el cisma y se
convencieran de que la verdadera iglesia de Jesucristo era la Iglesia Católica.
Corría el año 1595 y los principales jefes religiosos ortodoxos de Lituania
habían propuesto unirse a la Iglesia Católica de Roma, pero los más intransigentes
dentro de los ortodoxos se habían opuesto violentamente, llegándose incluso a
producirse desórdenes callejeros. Al ingresar al convento, el santo se decidió
a trabajar y sacrificarse para lograr que su nación se pasara a la Iglesia
Católica. En 1617, fue nombrado arzobispo de Polotsk, dedicándose a reconstruir
templos y a obtener que los sacerdotes se comportaran de la mejor manera
posible. Visitó una por una todas las parroquias. Redactó un catecismo y lo
hizo circular y aprender por todas partes. Sucedió que un tal Melecio se hizo
proclamar de arzobispo en vez de Josafat (mientras este visitaba Polonia) y
algunos revoltosos empezaron a recorrer los pueblos iniciando una revuelta
contra el santo, diciendo que no querían obedecer al Papa de Roma. El santo
decidió acudir para llamar a los revoltosos a la unidad con la Iglesia de Roma;
fue recibido con piedrazos e insultos e incluso intentaron matarlo. El santo
les dijo: “Sé que ustedes quieren matarme y que me atacan por todas partes. En
las calles, en los puentes, en los caminos, en la Plaza Central, en todas
partes me han insultado. Yo no he venido en son de guerra sino como pastor de
las ovejas, buscando el bien de las almas. Pero me considero verdaderamente
feliz de poder dar la vida por el bien de todos ustedes. Sé que estoy a punto
de morir, y ofrezco mi sacrificio por la unión de todas las iglesias bajo la
dirección del Sumo Pontífice”. Sus enemigos rechazaron la oferta de paz de San
Josafat y se dispusieron a asesinar a sus colaboradores, para luego asesinarlo
a él. Cuando el santo vio que iban a linchar a sus colaboradores, salió al
patio y gritó a los atacantes: “Por favor, hijos míos, no golpeen a mis
ayudantes, que ellos no tienen la culpa de nada. Aquí estoy yo para sufrir en
vez de ellos”. Al oír esto, los jefes de la rebelión gritaron: “¡Que muera el
amigo del Papa!” y se lanzaron contra él. Le atravesaron de un lanzazo, le
pegaron un balazo, y arrastraron su cuerpo por las calles de la ciudad y lo
echaron al río Divna. Era el 12 de noviembre de 1623 cuando el santo dio su
vida por la unidad de la Iglesia bajo el Romano Pontífice.
Mensaje de santidad.
En nuestros días, la nación de Lituania es de gran mayoría
católica, pero en un tiempo en ese país la religión era dirigida por los
cismáticos ortodoxos que no obedecen al Sumo Pontífice: la conversión de
Lituania al catolicismo se debe en buena parte a San Josafat, aunque tuvo que
derramar su sangre, para conseguir que sus compatriotas aceptaran el
catolicismo. Es por esta razón que el Papa ha declarado a San Josafat, Patrono
de los que trabajan por la unión de los cristianos. El verdadero ecumenismo es
el proclamado por San Josafat: la verdadera iglesia de Jesucristo es la Iglesia
Católica, presidida por el Santo Padre, que reside en Roma. Es por esta verdad
de fe que San Josafat entregó su vida al martirio. Le pidamos al santo estar
también nosotros dispuestos a dar la vida por la unidad de la verdadera
iglesia, la Iglesia Católica, pues en esto consiste el verdadero ecumenismo, el
estar todos bajo la guía del Vicario de Cristo, el Papa. Cualquier ecumenismo
que coloque al Papa a la altura de un jefe religioso más entre tantos, es un
ecumenismo falso y por lo tanto, no debemos seguirlo. Sólo el ecumenismo que
reúna a las iglesias cristianos bajo la guía y el cayado de Pedro, es el
verdadero ecumenismo y sólo así se cumplen las palabras de Jesús: “Que todos
sean uno, como Tú y Yo, Padre, somos Uno” (Jn
17, 20-26).
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