Vida de santidad[1].
Bonifacio
nació hacia el año 680, en el territorio de Wessex (Inglaterra). Su verdadero
nombre era Winfrido. Ordenado sacerdote, en el año 718 viajó a Roma para
solicitar del papa Gregorio II autorización de misionar en el continente, dirigiéndose
a Hesse, en donde convirtió a gran número de bárbaros. Fundó el primer
monasterio en Amoneburg, a orillas del río Olm. Regresó a Roma, donde el papa
lo ordenó obispo. En el año 725 volvió a dirigirse a Turingia y, continuando su
obra misionera, fundó el monasterio de Ordruf. Presidió un concilio donde
se encontraba Carlomán, hijo de Carlos Martel y tío de Carlomagno, quien lo
apoyó en su empresa. En el año 737, otra vez en Roma, el papa lo elevó a la
dignidad de arzobispo de Maguncia. Prosiguió su misión evangelizadora y se
unieron a él gran cantidad de colaboradores. También llegaron desde Inglaterra
mujeres para contribuir a la conversión del país alemán; entre éstas se
destacaron santa Tecla, santa Walburga y santa Lioba. Este es el origen de los
conventos de mujeres. Prosiguió fundando monasterios y celebrando sínodos,
tanto en Alemania como en Francia, a consecuencia de lo cual ambas
quedaron íntimamente unidas a Roma.
El
anciano predicador había llegado a los ochenta años. Deseaba regresar a Frisia
(la actual Holanda). Tenía noticias de que los convertidos habían apostatado.
Cincuenta y dos compañeros fueron con él. Atravesaron muchos canales, hasta
penetrar en el corazón del territorio. Al desembarcar cerca de Dochum, miles de
habitantes de Frisia fueron bautizados. El día de pentecostés debían recibir el
sacramento de la confirmación. Bonifacio se encontraba leyendo, cuando escuchó
el rumor de gente que se acercaba. Salió de su tienda creyendo que serían los
recién convertidos, pero lo que vio fue una turba armada con evidente
determinación de matarlo. Los misioneros fueron atacados con lanzas y espadas. “Dios
salvará nuestras almas”, grito Bonifacio. Uno de los malhechores se arrojó
sobre el anciano arzobispo, quien levantó instintivamente el libro del
evangelio que llevaba en la mano, para protegerse. La espada partió el libro y
la cabeza del misionero. Era el 5 de junio del año 754. El sepulcro de san
Bonifacio se halla en Fulda, en el monasterio que él fundó. Se lo representa
con un hacha y una encina derribada a sus pies, en recuerdo del árbol que los
gentiles adoraban como sagrado y que Bonifacio abatió en Hesse. Es el apóstol
de Alemania y el patriarca de los católicos de ese país.
Mensaje de santidad.
Además de su intensa actividad apostólica –se considera como
el evangelizador de Germania-, en la vida de San Bonifacio hay un hecho que
vale la pena destacar, porque es válido también para nuestros días. Sucede que
los germanos, que eran paganos antes de San Bonifacio, tenían una desagradable
costumbre, y era idolatrar a los árboles, adorándolos como si fueran dioses. Muy
probablemente, como el árbol da muchos beneficios, lo adorarían por estos
motivos, aunque hay otros motivos más oscuros y es el gnosticismo subyacente:
los germanos consideraban a los árboles como dioses y como algo sagrado porque
consideraban que se conectaban, por así decirlo, con los tres mundos: con el
inframundo, por medio de sus raíces; con el mundo presente y actual, por medio
del tronco y con el mundo celeste, por medio de sus ramas más altas. San Bonifacio,
llevado por el amor a Jesucristo y por el celo apostólico, no dudó en abatir a
hachazos a este árbol gnóstico e idolátrico, que en realidad no era más que
eso, un árbol, al que los germanos le habían dado la característica de un dios.
En nuestros días sucede algo parecido: existe un denominado “árbol de la vida”,
utilizado en su mayoría por las mujeres como adorno, pero que en realidad se
trata de un amuleto utilizado para hacer magia cabalística. Es decir, utilizar
el “árbol de la vida”, es utilizar un amuleto, que sólo sirve para hacer el
mal, es decir, para hacer magia. Por esta razón, estamos como en tiempos de
Bonifacio, porque muchos utilizan este amuleto sin saber su origen gnóstico,
cabalístico y mágico, aunque muchos otros lo utilizan como verdadero amuleto. Para
nosotros, los cristianos, el único “Árbol de la vida” es la Santa Cruz de Jesús,
de donde surge la vida divina como de su fuente, a partir de su
Sagrado Corazón traspasado por la lanza del soldado romano. Estamos, entonces,
como en tiempos de Bonifacio, rodeados de paganos y de gente que, sin saberlo,
practica el paganismo. Derribemos ese falso “árbol de la vida” y entronicemos
en nuestros corazones el verdadero “Árbol de la vida”, la Santa Cruz de Nuestro
Señor Jesús.
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