San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial

San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial
"San Miguel Arcángel, defiéndenos en la batalla, sé nuestro amparo contra la perversidad y acechanzas del demonio; reprímale, Dios, pedimos suplicantes, y tú, Príncipe de la Milicia celestial, arroja al infierno, con el divino poder, a Satanás y a los demás espíritus malignos, que andan dispersos por el mundo para la perdición de las almas. Amén".

martes, 4 de junio de 2019

San Bonifacio, obispo y mártir



         Vida de santidad[1].

Bonifacio nació hacia el año 680, en el territorio de Wessex (Inglaterra). Su verdadero nombre era Winfrido. Ordenado sacerdote, en el año 718 viajó a Roma para solicitar del papa Gregorio II autorización de misionar en el continente, dirigiéndose a Hesse, en donde convirtió a gran número de bárbaros. Fundó el primer monasterio en Amoneburg, a orillas del río Olm. Regresó a Roma, donde el papa lo ordenó obispo. En el año 725 volvió a dirigirse a Turingia y, continuando su obra misionera, fundó el monasterio  de Ordruf. Presidió un concilio donde se encontraba Carlomán, hijo de Carlos Martel y tío de Carlomagno, quien lo apoyó en su empresa. En el año 737, otra vez en Roma, el papa lo elevó a la dignidad de arzobispo de Maguncia. Prosiguió su misión evangelizadora y se unieron a él gran cantidad de colaboradores. También llegaron desde Inglaterra mujeres para contribuir a la conversión del país alemán; entre éstas se destacaron santa Tecla, santa Walburga y santa Lioba. Este es el origen de los conventos de mujeres. Prosiguió fundando monasterios y celebrando sínodos, tanto en Alemania como en Francia, a consecuencia  de lo cual ambas quedaron íntimamente unidas a Roma.
El anciano predicador había llegado a los ochenta años. Deseaba regresar a Frisia (la actual Holanda). Tenía noticias de que los convertidos habían apostatado. Cincuenta y dos compañeros fueron con él. Atravesaron muchos canales, hasta penetrar en el corazón del territorio. Al desembarcar cerca de Dochum, miles de habitantes de Frisia fueron bautizados. El día de pentecostés debían recibir el sacramento de la confirmación. Bonifacio se encontraba leyendo, cuando escuchó el rumor de gente que se acercaba. Salió de su tienda creyendo que serían los recién convertidos, pero lo que vio fue una turba armada con evidente determinación de matarlo. Los misioneros fueron atacados con lanzas y espadas. “Dios salvará nuestras almas”, grito Bonifacio. Uno de los malhechores se arrojó sobre el anciano arzobispo, quien levantó instintivamente el libro del evangelio que llevaba en la mano, para protegerse. La espada partió el libro y la cabeza del misionero. Era el 5 de junio del año 754. El sepulcro de san Bonifacio se halla en Fulda, en el monasterio que él fundó. Se lo representa con un hacha y una encina derribada a sus pies, en recuerdo del árbol que los gentiles adoraban como sagrado y que Bonifacio abatió en Hesse. Es el apóstol de  Alemania y el patriarca de los católicos de ese país.

         Mensaje de santidad.

         Además de su intensa actividad apostólica –se considera como el evangelizador de Germania-, en la vida de San Bonifacio hay un hecho que vale la pena destacar, porque es válido también para nuestros días. Sucede que los germanos, que eran paganos antes de San Bonifacio, tenían una desagradable costumbre, y era idolatrar a los árboles, adorándolos como si fueran dioses. Muy probablemente, como el árbol da muchos beneficios, lo adorarían por estos motivos, aunque hay otros motivos más oscuros y es el gnosticismo subyacente: los germanos consideraban a los árboles como dioses y como algo sagrado porque consideraban que se conectaban, por así decirlo, con los tres mundos: con el inframundo, por medio de sus raíces; con el mundo presente y actual, por medio del tronco y con el mundo celeste, por medio de sus ramas más altas. San Bonifacio, llevado por el amor a Jesucristo y por el celo apostólico, no dudó en abatir a hachazos a este árbol gnóstico e idolátrico, que en realidad no era más que eso, un árbol, al que los germanos le habían dado la característica de un dios. En nuestros días sucede algo parecido: existe un denominado “árbol de la vida”, utilizado en su mayoría por las mujeres como adorno, pero que en realidad se trata de un amuleto utilizado para hacer magia cabalística. Es decir, utilizar el “árbol de la vida”, es utilizar un amuleto, que sólo sirve para hacer el mal, es decir, para hacer magia. Por esta razón, estamos como en tiempos de Bonifacio, porque muchos utilizan este amuleto sin saber su origen gnóstico, cabalístico y mágico, aunque muchos otros lo utilizan como verdadero amuleto. Para nosotros, los cristianos, el único “Árbol de la vida” es la Santa Cruz de Jesús, de donde surge la vida divina como de su fuente, a partir de su Sagrado Corazón traspasado por la lanza del soldado romano. Estamos, entonces, como en tiempos de Bonifacio, rodeados de paganos y de gente que, sin saberlo, practica el paganismo. Derribemos ese falso “árbol de la vida” y entronicemos en nuestros corazones el verdadero “Árbol de la vida”, la Santa Cruz de Nuestro Señor Jesús.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario