(Ciclo C – 2019)
Los
dos Apóstoles, San Pedro y San Pablo, tienen muchos elementos disímeles entre
sí: por ejemplo, Pedro predica preferentemente a los hebreos, mientras que Pablo a los gentiles y
también sus tipos de prédica oratoria son
distintas, porque sus personalidades y capacidades eran distintas entre sí. Sin
embargo, hay algo que estos dos Apóstoles tienen en común y es el martirio, es decir,
el dar la vida en testimonio de Jesucristo. Ésa es la razón por la cual el color litúrgico en esta solemnidad es el rojo, para traer al recuerdo la sangre por ellos derramada al dar testimonio de Jesús de Nazareth, el Hombre-Dios.
El
martirio, elemento común en la vida de los Apóstoles Pedro y Pablo, es una
gracia y en cuanto tal, debe ser concedida por el Cielo: esto implica también
que quien se arriesga a morir martirialmente, sin haber recibido la gracia,
está cometiendo una temeridad. El martirio se caracteriza por ser el máximo
testimonio que un alma pueda dar acerca de Jesucristo. ¿Cuál es la razón que
hace que el martirio sea el máximo testimonio de Jesús, el Hombre-Dios? Lo que
le da esta característica es que el martirio implica la entrega de la vida.
Es
decir, por fuera del martirio, el alma puede hacer muchos actos de amor a Dios –por
ejemplo, oración, obras de misericordia- y estos actos, necesariamente, estarán
divididos y separados uno del otro por el tiempo; en el martirio, por el
contrario, todos los actos de amor a Dios se entregan de una vez y forma
simultánea, a lo que se le suman el don de la vida propia y el hacerlo en
nombre de Cristo.
Al
recordar a los santos Apóstoles Pedro y Pablo, les pidamos que intercedan por
nosotros para que, si no recibimos la gracia del martirio cruento, seamos al
menos capaces de vivir la fe cotidiana de modo heroico, hasta el martirio.
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