Era
judío, de la tribu de Leví, pero nació en la isla de Chipre. Vendió las fincas
que tenía y luego llevó el dinero que obtuvo y se lo dio a los apóstoles para
que lo repartieran a los pobres. Cuando después de su conversión Saulo llegó a
Jerusalén, los cristianos sospechaban de él y se le alejaban, pero entonces
Bernabé lo presentó a los apóstoles y se los recomendó, siendo quien luego lo
encaminará después a emprender sus primeras grandes labores apostólicas.
De
San Bernabé se hallan elogios de su persona en la Santa Biblia que son
difíciles de hallar en otras personas. Dice así: “Bernabé era un hombre bueno,
lleno de fe y de Espíritu Santo” (Hch
11, 24). Bernabé, que se encontraba en Antioquía -ciudad fue donde por primera
vez se llamó “cristianos” a los seguidores de Cristo-, invitó a Saulo a
Antioquía, trabajando juntos desde entonces, predicando en Antioquía, la cual
se convirtió en un gran centro de evangelización. Sucedió que un día mientras
los cristianos de Antioquía estaban en oración, el Espíritu Santo habló por
medio de algunos de ellos que eran profetas y dijo: “Separen a Bernabé y Saulo,
que los tengo destinados a una misión especial”. Los cristianos rezaron por
ellos, les impusieron las manos, y los dos, acompañados de Marcos, después de
orar y ayunar, partieron para su primer viaje misionero. Luego de evangelizar
en Chipre, en donde se convirtió el gobernador, Saulo y Bernabé emprendieron su
primer viaje misionero por las ciudades y naciones del Asia Menor. En la otra
ciudad de Antioquía (de Pisidia) al ver que los judíos no querían atender su
predicación, Bernabé y Pablo declararon que de ahora en adelante les
predicarían a los paganos, a los no israelitas. En la ciudad de Listra, al
llegar curaron milagrosamente a un paralítico y entonces la gente creyó que
ellos eran dos dioses. A Bernabé por ser alto y majestuoso le decían que era el
dios Zeus y a Pablo por la facilidad con la que hablaba lo llamaban el dios
Mercurio. Y ya les iban a ofrecer un toro en sacrificio, cuando ellos les
declararon que no eran tales dioses, sino unos simples mortales. Luego llegaron
unos judíos de Iconio y promovieron un tumulto y apedrearon a Pablo y cuando lo
creyeron muerto se fueron, pero él se levantó luego y curado instantáneamente
entró otra vez en la ciudad. Después de todo esto Bernabé y Pablo se
devolvieron ciudad por ciudad donde habían estado evangelizando y se dedicaron
a animar a los nuevos cristianos y les recordaban que “es necesario pasar por
muchas tribulaciones para entrar en el Reino de Dios” (Hch 14, 22).
Mensaje de santidad.
Uno de los mensajes de santidad de San Bernabé es el haberse
opuesto, con todas sus fuerzas, a la idolatría y sobre todo a la
auto-idolatría. Como vimos, después que él y Saulo hicieron el milagro de curar
al paralítico, la multitud trató de hacer sacrificios de animales en su honor,
creyendo supersticiosamente que ellos eran dioses venidos a la tierra. San
Bernabé sabía que cuando alguien hace un verdadero milagro, es porque lo hace
no con sus propias fuerzas, sino con la fuerza y la omnipotencia de Dios. Es
decir, el justo o el santo que hacen milagros, lo hacen porque Dios los hace
partícipes de su poder divino y es así como se obran prodigios. San Bernabé
tenía clara conciencia de que si ellos aceptaban esos sacrificios en honor de
ellos, hubieran estado pasando por encima de la gloria de Dios, habrían
relegado a Dios, atribuyéndose la gloria que sólo a Dios le pertenecía y se
hubieran hecho pasar por unos impostores. Es por eso que, junto a Pablo,
rechazan enérgicamente los sacrificios que la multitud pretendía hacer para
ellos, dejando en claro que quien hace los milagros es Dios y que ellos son
meros instrumentos.
Este ejemplo de santidad es válido para nuestros días y para
nosotros, cristianos del siglo XXI. Muchas veces ni siquiera hacemos milagros,
sino una insignificante obra buena y ya nos atribuimos el poder y la gloria de
esta obra buena, con lo cual quitamos a
Dios la gloria que le pertenece y nos ponemos en su lugar, recibiendo una
gloria que sólo es de Dios. En otras ocasiones, los líderes de sectas hacen
pretendidos milagros -cualquier milagro que no venga de Dios es un falso
milagro, un invento de los hombres o un invento de Satanás- y los hombres
buscan, con desesperación, ser reconocidos por su bondad y poder. El ejemplo de
humildad de San Bernabé que, cumpliendo la voluntad de Dios, hace un milagro
junto a Pablo en su nombre, es válido para nosotros, para que lo imitemos en su
humildad y, si llegamos a hacer no ya un milagro, sino al menos una obra
pequeña obra buena, no nos adjudiquemos nosotros la gloria, sino que demos todo
el poder, el honor y la gloria a Cristo Jesús, Dios Hijo encarnado.
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