San
Antonio de Padua está caracterizado como uno de los más grandes obradores de
milagros en la Iglesia Católica. Haremos una breve revisión de algunos de
ellos.
Sucedió
que en Rímini, en una ocasión, un grupo de herejes no le permitían al pueblo
acudir a sus sermones –en ellos se convertían innumerables gentes-, por lo que San
Antonio decidió ir a la orilla del mar, diciendo: “Dado que vosotros demostráis
ser indignos de la Palabra de Dios, he aquí que me dirijo a los peces, para más
abiertamente confundir vuestra incredulidad. Oigan la palabra de Dios, Uds. los
pececillos del mar, ya que los pecadores de la tierra no la quieren escuchar”. Entonces
ocurrió lo impensado: ante el llamado del santo, los peces afloraron por
centenares, ordenados y atentos, dispuestos a escuchar la predicación de San
Antonio. El milagro fue presenciado por decenas de testigos y, una vez que se divulgó
su noticia, provocó gran admiración en la ciudad de Rímini, sintiéndose los herejes
confundidos, debiendo ceder en su propósito de impedir la prédica del santo.
San
Antonio se caracterizaba por ser un gran defensor de los pobres y no dudaba en
enfrentarse, siempre y dondequiera, a sus opresores. En una oportunidad se
encontró cara a cara con sangriento delincuente de Verona, llamado Ezzelino de
Romano, quien había perpetrado una terrible masacre entre sus súbditos. Cuando
Antonio vio a Ezzelino le dijo estas duras palabras: “Oh, enemigo de Dios,
tirano despiadado, perro rabioso, ¿hasta cuándo seguirás derramando sangre
inocente de cristianos? ¡Escucha bien, pende sobre tu cabeza la sentencia del
Señor, terrible y durísima!”. Cuando los esbirros de Ezzelino esperaban
ansiosos que su jefe los mandara a apresar y asesinar al atrevido fraile
franciscano, Ezzelino los sorprendió al ordenar que no ejercieran ninguna
violencia sobre el religioso. Para explicar su proceder, el tirano les dijo:
“Compañeros, no os asombréis. Os digo con toda verdad, que he visto emanar del
rostro de este padre una especie de fulgor divino, que me ha aterrado a tal
punto que, ante una visión tan espantosa, tenía la sensación de precipitar en
el infierno”.
Uno
de sus milagros más famosos fue el que permitió que un hombre recuperara un pie
amputado. Sucedió que en Padua, un joven de nombre Leonardo, en un arranque de
ira, había pateado a su propia madre; arrepentido, le confesó su falta a San
Antonio, quien le dijo metafóricamente: “El pie de aquel que patea a su propia
madre, merece ser cortado.” El joven, atormentado por los remordimientos,
corrió a casa y se cortó el pie. Al enterarse de esto, el santo fue al
domicilio de Leonardo y, después de una oración, le reinjertó a la pierna el
pie amputado, haciendo el signo de la cruz. Y aquí se realizó el extraordinario
milagro, pues el pie quedó de nuevo unido a la pierna, de manera tal que el
hombre se puso de pie, empezó a caminar y a saltar de alegría, alabando a Dios
y agradeciendo a Antonio.
En
otra ocasión, durante un debate entre Antonio y un hereje acerca de la
presencia de Jesús en la Eucaristía, el hereje –que no creía en la Presencia
real, verdadera y substancial de Jesús en la Hostia consagrada- retó a Antonio
a que le demostrara con un milagro la presencia real de Cristo en la Eucaristía,
prometiendo que si lo conseguía él se convertiría de inmediato a la fe
verdadera. Para ello, el hereje le propuso lo siguiente: tendría su mula
encerrada en el establo durante algunos días sin darle de comer y después la
llevaría a la plaza, ante toda la gente, poniéndole delante el forraje; al
mismo tiempo, Antonio debería estar de pie, con la custodia y la Eucaristía, al
lado del alimento de la mula: si el animal, a pesar del hambre que experimentaba,
se inclinaba ante la Eucaristía, ignorando la comida, significaría que el santo
tenía la razón.
Llegó
entonces el día convenido y después de estar tres días sin comer, la mula fue
llevada a la plaza y puesta delante de una gran cantidad de forraje; a su lado,
como estaba convenido, se encontraba San Antonio, quien en sus manos tenía una custodia
con una Hostia consagrada. En ese momento el Santo le mostró la Hostia a la
mula y le dijo: “En virtud y en nombre del Creador, que yo a pesar de ser
indigno, tengo verdaderamente entre las manos, te digo, oh animal, y te ordeno
acercarte enseguida y con humildad y ofrécele la debida veneración”. Para asombro
de todos los presentes, y cuando el religioso aún no había terminado de
pronunciar estas palabras, la mula bajó la cabeza hasta los jarretes y se
arrodilló ante el Sacramento del Cuerpo de Cristo. El hereje, que sería hereje
pero tenía palabra, terminó convirtiéndose a la verdadera fe, gracias a este
milagro de San Antonio.
En
otra ocasión una madre de un bebé de veinte meses llamado Tomasito lo dejó solo
en su casa jugando; sin embargo al volver, lo encontró sin vida, pues el niño
se había resbalado y se había ahogado en un recipiente de agua. Desesperada, la
madre invocó la ayuda del santo y en su oración hizo la siguiente promesa: si
obtenía la gracia que pedía, que su hijo volviera a la vida, iba a dar a los
pobres tanto pan cuanto pesara el bebé. En ese mismo momento su hijo recobró
milagrosamente la vida, naciendo así la tradición del “pondus pueri”, una
oración con la cual los padres, a cambio de protección para los propios hijos,
prometían a San Antonio tanto pan cuanto era el peso de los hijos[1].
Otro
milagro famoso sucedió esta vez en una localidad de Toscana: había fallecido un
conocido avaro y usurero, de mucho dinero, y se estaban celebrando con
solemnidad sus funerales, como acostumbra hacer la Iglesia cuando fallece un
fiel bautizado. San Antonio se encontraba presente en el funeral y, movido por
una inspiración, comenzó a decir que aquel muerto no podía ser enterrado en
lugar consagrado porque el cadáver no tenía el corazón, pues su corazón estaba
con su fortuna, porque así se cumplían las palabras del Señor: “Donde esté tu
fortuna, ahí estará tu corazón”. San Antonio exigía que se suspendieran las
exequias católicas y que su cuerpo fuera arrojado fuera.
Todos
los presentes quedaron asombrados por las palabras del Santo y a tal punto, que
fueron llamados los médicos, quienes abrieron el pecho del difunto. Y,
efectivamente, el corazón no estaba en la caja torácica del muerto, pues se
encontraba en la caja fuerte donde éste conservaba el dinero. Las exequias se
suspendieron, porque el corazón de este hombre no estaba con Dios, sino con el
oro y la plata.
El
encuentro con el Niño Jesús
En
mayo de 1231, Antonio se trasladó a Verona y de ahí al castillo de
Camposampiero del conde Tisso, donde moraba una comunidad de religiosos
franciscanos. En el bosque que circundaba el castillo, al lado de un gigantesco
nogal, el Santo se hizo construir una pequeña cabaña, donde moraba la mayor
parte del día y la noche dedicado a la meditación y a la oración.
En
este humilde sitio tendría lugar la célebre visión del niño Jesús. El conde
Tisso, quien solía visitar con frecuencia a su célebre huésped, se percató una
noche de que la puerta entreabierta de la cabaña salía un intenso resplandor.
Temiendo que fuera el resplandor de un incendio, empujó la puerta y quedó
estupefacto con la escena que presenció: San Antonio sostenía entre sus brazos
a un niño hermosísimo y resplandeciente, que despedía un esplendor divino, el
Niño Jesús. El Santo posteriormente le advirtió al Conde que callara lo que
había presenciado, y que lo divulgara sólo hasta que él hubiera muerto, un
suceso que iba a ocurrir más temprano que tarde.
En
efecto, después de predicar una serie de sermones durante la primavera de 1231,
la salud de San Antonio comenzó a empeorar y se retiró a descansar, con otros
dos frailes, a los bosques de Camposampiero. El santo supo de inmediato que sus
días estaban contados y entonces pidió que lo llevasen a Padua, aunque sólo
pudo alcanzar los aledaños de la ciudad. El 13 de junio de 1231, en la
habitación particular del capellán de las Clarisas Pobres de Arcella, recibió
los últimos sacramentos. Entonó un canto a la Santísima Virgen y sonriendo
dijo: “Veo venir a Nuestro Señor” y falleció. La gente, al enterarse de su
muerte, comenzó a recorrer las calles gritando: “¡Ha muerto un santo! ¡Ha
muerto un santo!”. San Antonio, al morir, tenía tan sólo 35 años de edad.
San
Antonio sería canonizado por el Papa Gregorio IX antes de que hubiese
transcurrido un año de su muerte, convirtiéndose en el segundo santo más rápidamente
canonizado por la Iglesia, después de San Pedro Mártir de Verona. Su fama de
obrar actos prodigiosos no ha disminuido y, aún en la actualidad, San Antonio
es reconocido como el más grande taumaturgo de todos los tiempos.
Mensaje de santidad.
Es verdad que San Antonio de Padua realizó grandes milagrosa
a lo largo de su vida; sin embargo, no debemos pensar que en esto consiste la
santidad: lo que le valió el premio eterno, el Reino de los cielos, no fueron
sus milagros, sino el amor demostrado a Dios, viviendo en gracia,
acrecentándola, conservándola, mediante la recepción de los sacramentos y el
cumplimiento heroico de las virtudes cristianas, y esto no un día o dos, sino
todos los días de la vida.
[1] https://www.guioteca.com/fenomenos-paranormales/los-milagros-de-san-antonio-de-padua-el-santo-que-sostuvo-entre-sus-brazos-a-jesus/
[1] Este milagro también daría origen a la Obra del Pan de los Pobres y después a la Caritas Antoniana, instancia en que las organizaciones antonianas se ocupan de llevar comida y artículos de primera necesidad y asistencia a los pobres de todo el mundo.
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