Las
actas que se conservan acerca del martirio de Justino son uno de los documentos
más impresionantes que se conservan de la antigüedad[1] en el que se da
testimonio acerca de Jesucristo. Justino es llevado ante el alcalde de Roma, y
empieza entre los dos un memorable diálogo que queda para la eternidad:
Alcalde:
“¿Cuál es su especialidad? ¿En qué se ha especializado?”.
Justino:
“Durante mis primeros treinta años me dediqué a estudiar filosofía, historia y
literatura. Pero cuando conocí la doctrina de Jesucristo me dediqué por
completo a tratar de convencer a otros de que el cristianismo es la mejor
religión”.
Alcalde:
“Loco debe de estar para seguir semejante religión, siendo Ud. tan sabio”.
Justino:
“Ignorante fui cuando no conocía esta santa religión. Pero el cristianismo me
ha proporcionado la verdad que no había encontrado en ninguna otra religión”.
Alcalde:
“¿Y qué es lo que enseña esa religión?”.
Justino:
“La religión cristiana enseña que hay uno solo Dios y Padre de todos nosotros,
que ha creado los cielos y la tierra y todo lo que existe. Y que su Hijo
Jesucristo, Dios como el Padre, se ha hecho hombre por salvarnos a todos.
Nuestra religión enseña que Dios está en todas partes observando a los buenos y
a los malos y que pagará a cada uno según haya sido su conducta”.
Alcalde:
“¿Y Usted persiste en declarar públicamente que es cristiano?”.
Justino:
“Sí; declaro públicamente que soy un seguidor de Jesucristo y quiero serlo
hasta la muerte”.
El
alcalde pregunta luego a los amigos de Justino si ellos también se declaran
cristianos y todos proclaman que sí, que prefieren morir antes que dejar de ser
amigos de Cristo.
Alcalde:
“Y si yo lo mando torturar y ordeno que le corten la cabeza, Ud. que es tan
elocuente y tan instruido ¿cree que se irá al cielo?”.
Justino:
“No solamente lo creo, sino que estoy totalmente seguro de que si muero por
Cristo y cumplo sus mandamientos tendré la Vida Eterna y gozaré para siempre en
el cielo”.
Alcalde:
“Por última vez le mando: acérquese y ofrezca incienso a los dioses. Y si no lo
hace lo mandaré a torturar atrozmente y haré que le corten la cabeza”.
Justino:
“Ningún cristiano que sea prudente va a cometer el tremendo error de dejar su
santa religión por quemar incienso a falsos dioses. Nada más honroso para mí y
para mis compañeros, y nada que más deseemos, que ofrecer nuestra vida en
sacrificio por proclamar el amor que sentimos por Nuestro Señor Jesucristo”.
Los
otros cristianos afirmaron a viva voz que ellos estaban totalmente de acuerdo
con lo que Justino acababa de decir. Justino y sus compañeros, cinco hombres y
una mujer, fueron azotados cruelmente, y luego les cortaron la cabeza. Y el
antiquísimo documento termina con estas palabras: “Algunos fieles recogieron en
secreto los cadáveres de los siete mártires, y les dieron sepultura, y se
alegraron que les hubiera concedido tanto valor, Nuestro Señor Jesucristo a
quien sea dada la gloria por los siglos de los siglos. Amén”.
Mensaje
de santidad.
A
pesar de ser un letrado en ciencias humanas, Justino se declara ante el alcalde
como ignorante cuando no conocía la doctrina de Jesucristo, al tiempo que
confiesa que en la religión católica se encuentra la Verdad Absoluta sobre
Dios, Verdad que no se encuentra en ninguna otra religión. Según Justino, en la
religión católica se enseña que Jesús es Dios como el Padre y que se encarnó
para salvarnos y que al fin del tiempo dará a cada uno según su conducta. Se declara
públicamente seguidor de Jesucristo, pretendiendo serlo hasta su muerte,
incluso si lo torturan y si ordenan su muerte por decapitación. San Justino
está convencido de que si él da su vida por Jesucristo y cumple sus
mandamientos, obtendrá la vida eterna en el Reino de los cielos. Esto, a
diferencia de otras religiones, que para alcanzar lo que llaman “cielo”, deben
quitar la vida a sus prójimos: en el cristianismo, hay que dar la vida propia
por la salvación propia y del prójimo. Cuando le ofrecen quemar incienso a los
falsos dioses y lo amenazan con la muerte si no lo hace, San Justino declara que
sería un “tremendo error” quemar incienso a los falsos dioses, ya que sólo
Jesucristo, el único Dios verdadero, merece ese honor. Es entonces cuando
Justino y siete de sus compañeros y discípulos son decapitados. Puesto que San Justino
se mantuvo fiel a Jesucristo hasta la muerte, ahora goza de su visión
bienaventurada por los siglos sin fin. En nuestros días, en los que los hombres
se postran ante los falsos dioses de la Nueva Era y de los ídolos del mundo y
queman incienso sacrílegamente en su honor, el ejemplo del martirio de San Justino
es sumamente actual y válido para nosotros, dándonos ejemplo de verdadero amor
al Hombre-Dios Jesucristo, hasta dar la vida por Él.
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