Historia del Detente del Sagrado Corazón de Jesús
Supongamos
que alguien, luego de escuchar acerca de las apariciones de Jesús como el
Sagrado Corazón, quedara tan enamorado de este dulcísimo y suavísimo Corazón,
que quisiera llevarlo consigo a todas partes. Supongamos que alguien, luego de
conocer que Jesús se apareció como el Sagrado Corazón a Santa Margarita,
quedara con el deseo de llevar consigo al Corazón de Jesús, las veinticuatro
horas del día para, en tiempos de tribulación, pedir auxilio divino o, en
tiempos de consolación, para decirle a este Corazón que lo amamos y que
queremos ser suyos. Si existe un alma así, que haya quedado tan enamorada del
Sagrado Corazón al punto de no querer separarse de Él ni por un instante en las
veinticuatro horas del día, para esa alma ya pensó Dios, en su Sabiduría infinita
y eterna, cómo solucionar su deseo: por medio del Detente.
¿Qué
es un Detente? [1]
Es,
ante todo, un sacramental y una “armadura espiritual” contra los enemigos,
sobre todo, los enemigos del alma: el demonio, el pecado y la carne. El Detente o Escudo
del Sagrado Corazón de Jesús es un sencillo emblema con la imagen del
Sagrado Corazón y la divisa: “¡Detente! El Corazón de Jesús está conmigo.
¡Venga a nosotros el tu reino!”. El Detente surgió por inspiración divina,
como un pequeño pero poderoso Escudo que la Divina Providencia colocó
a nuestra disposición a fin de protegernos contra los más diversos peligros espirituales
que enfrentamos en nuestra vida cotidiana. Para ello, basta llevarlo consigo,
no siendo necesario que esté bendito, pues el Papa Pío IX extendió su bendición
a todos los Detentes. El Detente entonces es una imagen del Sagrado
Corazón de Jesús, al que se lleva consigo las veinticuatro horas del día, para
pedirle ayuda en la desolación y para decirle cuánto lo amamos en la
consolación.
Origen
del Detente del Sagrado Corazón de Jesús
El
Detente no surgió por deseo humano, sino por explícito deseo del mismo Sagrado
Corazón y esto lo sabemos por los escritos de Santa Margarita María de Alacoque[2]. En
efecto, en su carta del día 2 de marzo de 1686, dirigida a su superiora, la
Madre Saumaise, transcribe un deseo que le fuera revelado por Nuestro
Señor: “(El Sagrado Corazón) desea que encargue una lámina con la imagen
de ese Sagrado Corazón, a fin de que los que quieran tributarle particular
veneración, puedan tener imágenes en sus casas, y otras pequeñas para llevar
consigo”. Estas “láminas pequeñas para llevarlas consigo” son el Detente: como
vemos, fue el mismo Jesucristo quien quiso que el Detente fuera un sacramental
de la Iglesia Católica. De este modo fue como se originó la costumbre de portar
estos pequeños Escudos. Santa Margarita,
devota del Detente, lo llevaba siempre consigo e invitaba a sus
novicias a hacer lo mismo. Ella confeccionó muchas de estas imágenes y decía
que su uso era muy agradable al Sagrado Corazón.
“El
Sagrado Corazón será la salvación del mundo”
“La
Iglesia y la sociedad no tienen otra esperanza sino en el Sagrado Corazón de
Jesús; es Él que curará todos nuestros males. Predicad y difundid por
todas partes la devoción al Sagrado Corazón de Jesús, ella será la salvación
para el mundo”. Esta afirmación del Bienaventurado Papa Pío IX (1846-1878)
al padre Julio Chevalier, fundador de los Misioneros del Sagrado Corazón de
Jesús, muestra que en esta devoción depositaba el Santo Padre toda su
esperanza.
Milagros:
curación del cuerpo y protección contra la peste espiritual, el pecado
Con
el Detente se produjeron muchos milagros, como la desaparición de una peste en
curso en la ciudad francesa de Marsella, en 1720: a la religiosa Venerable Ana
Magdalena Rémuzat, Nuestro Señor le hizo saber anticipadamente el daño que
causaría una grave epidemia en Marsella, así como el maravilloso auxilio que
los marselleses recibirían con la devoción a su Sagrado Corazón. La Madre
Rémuzat hizo, con la ayuda de sus hermanas de hábito, millares de estos Escudos
del Sagrado Corazón y los repartió por toda la ciudad en donde se
propagaba la peste.
La
historia registra que, poco después, la epidemia cesó como por milagro. No
contagió a muchos de aquellos que llevaban el Escudo, y las personas
contagiadas tuvieron un extraordinario auxilio con esta devoción. El Detente,
entonces, puede curar las enfermedades del cuerpo, como en este caso, aunque en
primer lugar es un remedio contra la enfermedad espiritual que es el pecado.
Su
uso por parte de los contra-revolucionarios, cristeros, requetés y cubanos
anti-comunistas
En
1789 estalló en Francia, con trágicas consecuencias para el mundo entero, un
flagelo muchísimo más terrible que cualquier epidemia: la calamitosa Revolución
Francesa, cuyo objetivo explícito es destruir el orden cristiano y construir
uno nuevo, basado en una humanidad sin Dios; en una humanidad libre de los
Mandamientos Divinos –Libertad-; igual a Dios –Igualdad-, pero sin la gracia,
lo cual es imposible; fraterna –Fraternidad-, pero sin la hermandad que da el
Amor de Dios, por lo que lo que propone la Revolución Francesa es una utopía. En
ese período los verdaderos católicos encontraron amparo en el Sacratísimo
Corazón de Jesús, y el Escudo protector fue llevado por muchos
sacerdotes, nobles y plebeyos que resistieron a la sanguinaria revolución
anticatólica. El simple hecho de llevarlo consigo se transformó en señal
distintiva de aquellos que eran contrarios a la Revolución Francesa. Entre las
pertenencias de la Reina María Antonieta, guillotinada por el odio
revolucionario, fue encontrado un dibujo del Sagrado Corazón, con la llaga, la
cruz y la corona de espinas, y la expresión: “¡Sagrado Corazón de Jesús,
ten misericordia de nosotros!”.
En
la región de Mayenne (oeste de Francia), los Chouans —heroicos resistentes
católicos, que enfrentaron con energía y ardor religioso a los impíos
revolucionarios franceses de 1789— bordaron en sus trajes y banderas
el Escudo del Sagrado Corazón de Jesús; como si fuese un blasón y, al
mismo tiempo, una armadura: “blasón” usado para reafirmar su Fe católica;
“armadura” para defenderse contra las embestidas adversarias.
También
como “armadura espiritual”, este Escudo fue ostentado por muchos
otros líderes y héroes católicos que murieron o lucharon en defensa de la Santa
Iglesia, como los bravos campesinos seguidores del aguerrido tirolés Andreas
Hofer (1767-1810), conocido como “El Chouan del Tirol”. Estos portaban
el Detente para protegerse en las luchas contra las tropas
napoleónicas que invadieron el Tirol.
A comienzos del siglo
XX, el Detente fue usado en México por los Cristeros, que se
levantaron en armas contra gobiernos anticristianos opresores de la Iglesia, y
en España por los famosos tercios carlistas —los llamados requetés— célebres
por su piedad como por su arrojo en el campo de batalla, cuya contribución fue
decisiva para el triunfo de la insurgencia anticomunista de 1936-39.
Un
hecho histórico semejante ocurrió, en la época actual, en Cuba. Los católicos
cubanos que no se dejaron subyugar por el régimen comunista y lo combatieron,
tenían especial devoción al Sagrado Corazón de Jesús. Cuando estando presos
eran llevados al “paredón” (donde eran sumariamente fusilados), enfrentaron a
los verdugos fidelcastristas gritando “Viva Cristo Rey”.
El
Papa Pío IX y el Detente
En
1870, una piadosa romana, deseando saber la opinión del Sumo Pontífice Pío IX
acerca del Detente del Sagrado Corazón de Jesús, le presentó uno.
Conmovido a la vista de esta señal de salvación, el Papa concedió aprobación
definitiva a tal devoción y dijo: “Esto, señora, es una inspiración del
Cielo. Sí, del Cielo”. Y, después de un breve silencio añadió: “Voy a bendecir
este Corazón, y quiero que todos aquellos que fueren hechos según este modelo
reciban esta misma bendición, sin que sea necesario que algún otro sacerdote la
renueve. Además, quiero que Satanás de modo alguno pueda causar daño a aquellos
que lleven consigo el Escudo, símbolo del Corazón adorable de Jesús”.
Para
impulsar la piadosa costumbre de llevar consigo el Detente, el
bienaventurado Pío IX concedió en 1872, cien días de indulgencia para todos los
que, portando esta insignia, rezasen diariamente un Padrenuestro,
una Avemaría y un Gloria.
Después
de ello, el Santo Padre compuso esta bella oración: “¡Abridme vuestro Sagrado
Corazón oh Jesús! …mostradme sus encantos, unidme a Él para siempre. Que todos
los movimientos y latidos de mi corazón, incluso durante el sueño, os sean un
testimonio de mi amor y os digan sin cesar: Sí, Señor Jesús, yo Os adoro…
aceptad el poco bien que practico… hacedme la merced de reparar el mal
cometido… para que os alabe en el tiempo y os bendiga durante toda la
eternidad. Amen”.
El
Sagrado Corazón de Jesús y
María
María
San
Juan Eudes (1601-1680) —fundador de la Congregación de Jesús y María— de tal
modo consideraba una sola las devociones al Sagrado Corazón de Jesús y al
Inmaculado Corazón de María, que solía referirse al “Sagrado Corazón de
Jesús y María”. Nótese bien, la frase está en singular, como si fuese un solo
corazón, para así acentuar la íntima unión de ambas devociones. Dos Corazones
inseparables, tan unidos que no se puede pretender considerarlos separadamente.
No ama verdaderamente al Sagrado Corazón de Jesús, quien no ama al Inmaculado
Corazón de María. Por esta razón es que en el reverso de la Medalla Milagrosa,
universalmente conocida, están acuñados los dos corazones: el de Jesús y el de
María. El primero rodeado de espinas y el segundo traspasado por una espada.
La
devoción al Detente
Es
santa, como es santo el culto y el amor a Jesucristo.
Es fructuosa, por las virtudes que ejercita de fe, oración y esperanza en el mismo Jesús, y las grandes gracias y favores que se han obtenido y se pueden confiadamente esperar del culto y uso del Detente.
Llevemos con nosotros al Sagrado Corazón; llevemos el Detente, para pedirle al Sagrado Corazón consuelo en las tribulaciones y para decirle que lo amamos, cuando sea el tiempo de la consolación. Llevemos al Detente mientras vivimos en el tiempo, para el Sagrado Corazón nos lleve, al finalizar nuestra vida terrena, al Reino de los cielos, en su eternidad.
Es fructuosa, por las virtudes que ejercita de fe, oración y esperanza en el mismo Jesús, y las grandes gracias y favores que se han obtenido y se pueden confiadamente esperar del culto y uso del Detente.
Llevemos con nosotros al Sagrado Corazón; llevemos el Detente, para pedirle al Sagrado Corazón consuelo en las tribulaciones y para decirle que lo amamos, cuando sea el tiempo de la consolación. Llevemos al Detente mientras vivimos en el tiempo, para el Sagrado Corazón nos lleve, al finalizar nuestra vida terrena, al Reino de los cielos, en su eternidad.
[2] El Sagrado Corazón de Jesús se
apareció a una humilde religiosa, Santa Margarita María de Alacoque
(1647-1690), del convento de la Visitación de Santa María, en Paray-le-Monial
(Borgoña, Francia), el 16 de junio de 1675, mientras ella estaba rezando ante
el Santísimo Sacramento.
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