Tanto en su vida de laica como de religiosa, Santa Rita tuvo
siempre, en su mente y en su corazón, a la Pasión de Cristo y a los mandatos de
Cristo.
Como casada, soportó y rezó por su esposo, que era
maltratador y golpeador, además de andar en malas compañías. Santa Rita rezaba
mucho por su conversión y cuando su esposo se convirtió y luego fue asesinado
por estas malas compañías, Santa Rita nunca guardó rencor contra los asesinos
de su esposo. Por el contrario, le tocó atenderlos servirlos y lo hizo recordando el mandato de
Jesús de amar a los enemigos y de cómo Jesús nos había dado ejemplo de ese
amor, perdonándonos a todos y cada uno de nosotros, que éramos sus enemigos por
el pecado, desde la cruz. Más tarde, cuando sus hijos quisieron vengar la
muerte de su padre, Santa Rita le pidió a Jesús que, por su muerte en cruz, no
permitiera que sus hijos sufrieran la muerte eterna, por lo que pidió que se
los llevara antes de que cometieran un pecado mortal, lo cual así sucedió,
convirtiéndose sus hijos al cristianismo antes de morir.
Luego, cuando entró como religiosa y estando meditando sobre
la Pasión, arrodillada delante de un crucifijo, recibió la gracia de llevar una
de las espinas de la corona de espinas de Jesús, la cual le provocó mucho dolor
hasta el día de su muerte, además de volverse purulenta y obligarla a vivir
alejada de sus hermanas del convento, debido al desagradable olor que emitía la
herida infectada. Santa Rita aceptó esa humillación, recordando cuánto más había
sufrido Jesús por ella en la Pasión, recibiendo de esa manera la gracia de
participar de la coronación de espinas del Señor.
Santa Rita nos deja así un gran amor a la Pasión de Jesús y
un ejemplo de cómo unirnos a la Pasión, de manera de poder perdonar a nuestros
enemigos, como Jesús nos perdonó en la cruz y también nos deja el ejemplo de
cómo debemos buscar en esta vida la humillación de la coronación de espinas y
el dolor de la Pasión y no los placeres del mundo. El gran ejemplo de Santa
Rita es que nos enseña a amar la Cruz de Jesús en esta vida, para luego gozar
de su Gloria eterna en el Reino de los cielos.
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