San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial

San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial
"San Miguel Arcángel, defiéndenos en la batalla, sé nuestro amparo contra la perversidad y acechanzas del demonio; reprímale, Dios, pedimos suplicantes, y tú, Príncipe de la Milicia celestial, arroja al infierno, con el divino poder, a Satanás y a los demás espíritus malignos, que andan dispersos por el mundo para la perdición de las almas. Amén".

miércoles, 2 de mayo de 2018

San Atanasio



San Atanasio de Alejandría y San Cirilo.

         Vida de santidad[1].

          Nació en Alejandría, Egipto, hacia el año 297. Es considerado el principal opositor a la herejía arriana -arrianismo- y Padre de la ortodoxia. Fue proclamado doctor por Pío V en el año 1568.

         Mensaje de santidad.

San Atanasio escribió un texto llamado “Credo Atanasiano”[2], en el que condensaba, sintéticamente, la esencia de la Fe católica. En estos tiempos de oscuridad y confusión aun dentro de la Iglesia Católica, el Credo Atanasiano es más actual que nunca, por lo que lo analizaremos para su meditación. El Credo Atanasiano dice así (el texto en cursiva es nuestro):
“Todo el que quiera salvarse, ante todo es menester que mantenga la fe Católica; el que no la guarde íntegra e inviolada, sin duda perecerá para siempre”. Ante todo, San Atanasio habla de la necesidad de una salvación, la cual es, para el cristiano, del abismo del Infierno. En efecto, no es una salvación moral, ni existencial, ni de orden afectivo, ni material, sino espiritual y en la otra vida: es la salvación que significa no caer en el lago de fuego del Infierno: “Todo el que quiera salvarse”. Luego dice que “es menester mantener la Fe católica”, pues si no se la mantiene, “íntegra e inviolada”, el alma “perecerá para siempre” en el lago de fuego. San Atanasio habla de una “Fe católica”, esto es, no la fe de los protestantes, ni de los cismáticos, ni de los herejes, ni de los sectarios, sino la Fe católica, la fe contenida en el Credo, llamado también “Símbolo de los Apóstoles”.
“Ahora bien, la fe católica es que veneremos a un solo Dios en la Trinidad, y a la Trinidad en la unidad; sin confundir las personas ni separar las sustancias. Porque una es la persona del Padre y el Hijo y otra (también) la del Espíritu Santo; pero el Padre y el Hijo y el Espíritu Santo tienen una sola divinidad, gloria igual y coeterna majestad. Cual el Padre, tal el Hijo, increado (también) el Espíritu Santo; increado el Padre, increado el Hijo, increado (también) el Espíritu Santo; inmenso el Padre, inmenso el Hijo, inmenso (también) el Espíritu Santo; eterno el Padre, eterno el Hijo, eterno (también) el Espíritu Santo. Y, sin embargo, no son tres eternos, sino un solo eterno, como no son tres increados ni tres inmensos, sino un solo increado y un solo inmenso. Igualmente, omnipotente el Padre, omnipotente el Hijo, omnipotente (también) el Espíritu Santo; y, sin embargo no son tres omnipotentes, sino un solo omnipotente. Así Dios es el Padre, Dios es el Hijo, Dios es (también) el Espíritu Santo; y, sin embargo, no son tres dioses, sino un solo Dios; Así, Señor es el Padre, Señor es el Hijo, Señor (también) el Espíritu Santo; y, sin embargo, no son tres Señores, sino un solo Señor; porque así como por la cristiana verdad somos compelidos a confesar como Dios y Señor a cada persona en particular; así la religión católica nos prohíbe decir tres dioses y señores. El Padre, por nadie fue hecho ni creado ni engendrado. El Hijo fue por solo el Padre, no hecho ni creado, sino engendrado. El Espíritu Santo, del Padre y del Hijo, no fue hecho ni creado, sino que procede”. En este largo párrafo, San Atanasio explica cuál es la gloria de la fe católica y es el creer que Dios es Uno y Trino, que en Él hay un solo Ser divino trinitario y una sola naturaleza divina y que hay Tres Personas Divinas, el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, siendo cada Persona Dios en sí mismo y no por eso hay tres dioses, sino un solo Dios en Tres Personas distintas. De aquí que el Dios de los católicos no es el Dios de las otras religiones, puesto que los judíos creen en Dios Uno pero no Trino; los musulmanes, creen en Dios Uno pero no reconocen la divinidad del Hijo ni del Espíritu Santo y así, con muchos otros errores, las demás iglesias construidas por el hombre y mucho más todavía, las sectas, cloacas de todas las herejías. La gloria del católico es creer en la Santísima Trinidad, en Dios, que es Uno y Trino.
“Hay, consiguientemente, un solo Padre, no tres padres; un solo Hijo, no tres hijos; un solo Espíritu Santo, no tres espíritus santos; y en esta Trinidad, nada es antes ni después, nada mayor o menor, sino que las tres personas son entre sí coeternas y coiguales, de suerte que, como antes se ha dicho, en todo hay que venerar lo mismo la unidad de la Trinidad que la Trinidad en la unidad. El que quiera, pues, salvarse, así ha sentir de la Trinidad”. San Atanasio vuelve a refrendar la verdadera fe católica: creer en Dios Uno y Trino; creer en las Tres Divinas Personas, que son coeternas, coiguales, cosubstanciales, y no hay tres dioses, sino uno solo, de manera tal que el católico debe venerar y adorar tanto la unidad en la Trinidad como la Trinidad en la unidad, lo que podríamos decir, la Triunidad. No hay otra fe que salve al hombre que esta fe católica, la fe en la Santísima Trinidad.
“Pero es necesario para la eterna salvación creer también fielmente en la encarnación de nuestro Señor Jesucristo”. Pero además de la unidad en la Trinidad y en la Trinidad de la unidad, el católico debe creer firmemente que la Segunda Persona de la Trinidad, el Logos Eterno del Padre, se encarnó en la humanidad de Jesús de Nazareth, el Hombre-Dios, ante el cual nos postramos y lo adoramos en su humanidad santísima y en su santísima divinidad.
“Es, pues, la fe recta que creemos y confesamos que nuestro Señor Jesucristo, hijo de Dios, es Dios y hombre”. Los católicos confesamos que Jesús de Nazareth, Nuestro Señor Jesucristo, no es ni solo hombre, ni solo Dios, sino el Hombre-Dios, verdadero hombre y verdadero Dios; Dios hecho hombre sin dejar de ser Dios, para que los hombres, por su gracia, seamos hechos copartícipes de su divinidad.
“Es Dios engendrado de la sustancia del Padre antes de los siglos, y es hombre nacido de la madre en el siglo: perfecto Dios, perfecto hombre, subsistente de alma racional y de carne humana; igual al Padre según la divinidad, menor que el Padre según la humanidad”. Es Dios Eterno engendrado en el seno eterno del Padre; es hombre perfectísimo, engendrado en el tiempo, por Dios Espíritu Santo, en el seno virginal de María Santísima; su alma es racional y su cuerpo es de carne, huesos y músculos, como los de cualquier hombre, pero unidos a la hipóstasis o Persona divina del Verbo Eterno del Padre. Por eso, es inferior al Padre solo en esta naturaleza humana, porque el Padre no se encarnó, pero es igual al Padre en cuanto su naturaleza y su Acto de ser divino trinitario, el mismo Acto de ser divino trinitario del Padre y del Espíritu Santo, y por eso el Hijo de Dios, Nuestro Señor Jesucristo, merece la misma adoración y gloria que se le tributan al Padre y al Espíritu Santo.
“Mas aun cuando sea Dios y hombre, no son dos, sino un solo Cristo, y uno solo no por la conversión de la divinidad en la carne, sino por la asunción de la humanidad en Dios”. Cristo Jesús es uno solo, no un hombre y un Dios, sino un solo Hombre-Dios, y no porque la divinidad haya sido asumida en la divinidad, sino al contrario, porque la humanidad fue asumida en la divinidad.
“Uno absolutamente, no por confusión de la sustancia, sino por la unidad de la persona. Porque a la manera que el alma racional y la carne es un solo hombre; así Dios y el hombre son un solo Cristo”. Cristo es uno no porque en Él se confundan las naturalezas humana y divina, sino porque ambas naturalezas, sin confusión, están unidas en la unidad de la Persona divina, la Persona del Hijo Eterno del Padre.
“El cual padeció por nuestra salvación, descendió a los infiernos, al tercer día resucitó de entre los muertos, subió a los cielos, está sentado a la diestra de Dios Padre omnipotente, desde allí ha de venir a juzgar a los vivos y a los muertos, y a su venida todos los hombres han de resucitar con sus cuerpos y dar cuenta de sus propios actos, y los que obraron bien, irán a la vida eterna; los que mal, al fuego eterno”. Y este Hombre-Dios adquirió un Cuerpo en el seno de la Virgen y a ese Cuerpo lo ofreció en holocausto santísimo por nuestra salvación; murió en la cruz, resucitó, subió a los cielos y está sentado a la diestra de Dios Padre y desde allí ha de venir a juzgar a vivos y muertos en el Día del Juicio Final, para dar a los buenos el cielo y a los malos el infierno, según sean sus obras libremente realizadas.
“Esta es la fe católica y el que no la creyere fiel y firmemente no podrá salvarse”. Sin la fe católica, la enunciada en el Credo de los Apóstoles y desmenuzada en el Credo Atanasiano, nadie podrá salvarse. A esto podemos agregar que todo lo que decimos de Cristo Jesús, lo decimos de la Eucaristía, puesto que la Eucaristía es Él, el Cordero de Dios, Presente en Persona, oculto en apariencia de pan que viene a nuestros corazones por la comunión eucarística para darnos el Amor de su Sagrado Corazón Eucarístico y esto es así de tal manera que, si no se cree en la Eucaristía, no se tiene fe católica y no hay salvación posible.

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