Nació en Torre Hermosa, Aragón, España, en la Pascua de
Pentecostés de 1540 y murió en la fiesta de Pentecostés de 1592, el 17 de mayo (la
Iglesia celebra tres pascuas: Pascua de Navidad, Pascua de Resurrección y
Pascua de Pentecostés. Por el hecho de nacer en Pascua –que significa: paso de
la esclavitud a la libertad- recibió el nombre “Pascual”. Siendo niño, desde
los campos donde cuidaba las ovejas de su amo, alcanzaba a ver la torre del
pueblo y de vez en cuando se arrodillaba a adorar el Santísimo Sacramento. Cuando
se elevaba la Hostia consagrada en la Misa, luego de que el sacerdote
pronunciara las palabras que producen el milagro de la Transubstanciación, se
tocaban las campanas del campanario para avisar a todos acerca de aquel sublime
momento. Cuando el joven Pascual oía la campana, estando él en el campo
cuidando las ovejas, se arrodillaba en dirección a la Iglesia, mirando hacia el
templo, se imaginaba el momento de la conversión de las substancias del pan y
del vino en el Cuerpo y la Sangre del Señor, y se inclinaba profundamente con
la frente en tierra, para adorar a Jesús Sacramentado.
Una vez que alcanzó la edad necesaria, ingresó como
religioso en la Orden Franciscana, ocupando siempre los oficios más humildes:
portero, cocinero, mandadero, barrendero.
Ya como religioso, empleaba su tiempo libre para acudir a la
capilla para rezar delante de Jesús Sacramentado en el sagrario, de rodillas y
con los brazos en cruz, recordando la Pasión del Señor. Pasaba noches enteras
rezando del Santísimo Sacramento. Llevado por su amor a la Eucaristía, compuso
oraciones de profunda piedad al Santísimo Sacramento. Sucedió una vez que sus
superiores lo enviaron a Francia para que llevara un mensaje. Una vez que llegó
allí, lo rodeó un grupo de protestantes quienes, desafiantes, lo retaron a que probara
que Jesús sí está en la Eucaristía.
Inspirado por el Espíritu Santo, San Pascual habló con tanta
elocuencia y sabiduría celestial, que sus adversarios nada pudieron
contestarle, limitándose entonces al único recurso que les quedaba para hacerlo
callar: lo comenzaron a apedrear.
Su carácter era siempre afable y alegre, pero nunca lo
estaba más que cuando ayudaba en Misa o cuando tenía tiempo para pasar horas
rezando delante del Sagrario.
Luego de su muerte, Pascual realizó tantos milagros que el
Santo Padre lo declaró santo en 1690, nombrándolo además el Sumo Pontífice a
San Pascual Bailón Patrono de los Congresos Eucarísticos y de la Adoración
Nocturna.
Mensaje de santidad.
Literalmente, toda la vida de San Pascual Bailón gira en
torno a la Eucaristía: tanto en su vida laical, como en su vida religiosa, la
Eucaristía fue el centro de su vida y lo demostró con sus largas horas de
oración ante el Santísimo Sacramento del altar, como así también con su
adoración, arrodillado y con la frente en el suelo, ante la Eucaristía. San Pascual
Bailón tenía una vivísima conciencia de lo que es la Eucaristía: no es lo que
parece, un poco de pan, sino lo que no aparece a los sentidos corporales: es la
Presencia viva, gloriosa y resucitado del Señor Jesús, el Hijo de Dios
encarnado. Ahora bien, tanto el conocimiento como el amor a la Eucaristía son
dones sobrenaturales, porque no dependen de nuestros razonamientos, ni el
conocer que Jesús, el Logos del Padre, está en Persona en la Eucaristía, ni
mucho menos el amarlo y adorarlo, como lo hizo San Pascual Bailón. Conocer y
amar a Jesús en la Eucaristía, el poder “verlo” con los ojos de la fe y el amarlo
con el amor de Dios, el Espíritu Santo, es un don de Dios y una gracia que hay
que pedir continuamente, para no caer en el error protestante de considerar a
la Eucaristía como una presencia meramente simbólica del Hijo de Dios. Es por
esto que, al recordarlo en su día, le rogamos a San Pascual Bailón que interceda
por nosotros para que obtengamos de Jesús, por manos de María, Medianera de
todas las gracias, un conocimiento y un amor sobrenaturales a Jesús Eucaristía,
al menos una pequeña parte del conocimiento y amor que él tenía hacia Jesús
Sacramentado.
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