Hermano religioso, fue peluquero y enfermero antes y durante
su profesión religiosa[1]. Fundó
un Asilo para huérfanos e indigentes. Rezaba todos los días y por largas horas
frente a un gran crucifijo y a Él le contaba todo lo que le pasaba, sus penas,
sus alegrías, sus trabajos y a Él y a la Virgen le pedía por todos los que
acudían a él para pedirle algún favor.
Tenía el don de la bilocación, por lo que se lo veía fuera
del convento, visitando enfermos, o en países tan lejanos como China y Japón,
consolando a misioneros desanimados, todo sin salir de su convento.
Un día sucedió que llegaron enemigos a hacerle daño, pero
San Martín rogó a Dios que lo hiciera invisible, de modo que estos no lo vieron
y se retiraron sin hacerle nada.
Amaba a los animales en cuanto creaturas de Dios; les
hablaba y ellos entendían. Lograba que diferentes especies animales –gatos,
perros, ratones- comieran de un mismo plato, sin pelearse entre ellos. Una vez
terminó con una plaga de ratones, hablándoles y diciéndoles que fueran a la
huerta y no a la sacristía.
Por su fama de santidad y por los milagros, lo consultaban
desde el Virrey hasta los más indigentes y atendía a todos, sin hacer
distinción por nadie. Toda la limosna que conseguía, la repartía entre los
indigentes.
Pero el ejemplo de santidad que nos deja San Martín no son
sus milagros, sino su oración frente al crucifijo y a la imagen de la Virgen y
su caridad para con todos sus hermanos, sobre todo, los más necesitados. Así,
San Martín demostraba que vivía cabalmente el primer Mandamiento: “Amar a Dios
por sobre todas las cosas y al prójimo como a ti mismo”.
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