San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial

San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial
"San Miguel Arcángel, defiéndenos en la batalla, sé nuestro amparo contra la perversidad y acechanzas del demonio; reprímale, Dios, pedimos suplicantes, y tú, Príncipe de la Milicia celestial, arroja al infierno, con el divino poder, a Satanás y a los demás espíritus malignos, que andan dispersos por el mundo para la perdición de las almas. Amén".

jueves, 3 de mayo de 2018

San Martín de Porres y su ejemplo de santidad



         Hermano religioso, fue peluquero y enfermero antes y durante su profesión religiosa[1]. Fundó un Asilo para huérfanos e indigentes. Rezaba todos los días y por largas horas frente a un gran crucifijo y a Él le contaba todo lo que le pasaba, sus penas, sus alegrías, sus trabajos y a Él y a la Virgen le pedía por todos los que acudían a él para pedirle algún favor.
         Tenía el don de la bilocación, por lo que se lo veía fuera del convento, visitando enfermos, o en países tan lejanos como China y Japón, consolando a misioneros desanimados, todo sin salir de su convento.
         Un día sucedió que llegaron enemigos a hacerle daño, pero San Martín rogó a Dios que lo hiciera invisible, de modo que estos no lo vieron y se retiraron sin hacerle nada.
         Amaba a los animales en cuanto creaturas de Dios; les hablaba y ellos entendían. Lograba que diferentes especies animales –gatos, perros, ratones- comieran de un mismo plato, sin pelearse entre ellos. Una vez terminó con una plaga de ratones, hablándoles y diciéndoles que fueran a la huerta y no a la sacristía.
         Por su fama de santidad y por los milagros, lo consultaban desde el Virrey hasta los más indigentes y atendía a todos, sin hacer distinción por nadie. Toda la limosna que conseguía, la repartía entre los indigentes.
         Pero el ejemplo de santidad que nos deja San Martín no son sus milagros, sino su oración frente al crucifijo y a la imagen de la Virgen y su caridad para con todos sus hermanos, sobre todo, los más necesitados. Así, San Martín demostraba que vivía cabalmente el primer Mandamiento: “Amar a Dios por sobre todas las cosas y al prójimo como a ti mismo”.

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