Muchos pueden pensar, al contemplar al Sagrado Corazón
rodeado de espinas, con una cruz en su base y con su costado lacerado por la
lanza, que las amarguras y dolores causados en su Pasión por la malicia de los
hombres comenzaron, precisamente, en la Pasión. Muchos, al ver al Jesús adulto
siendo flagelado, coronado de espinas, crucificado, pueden ser llevados a
pensar que Jesús sufrió su Pasión en su juventud y en su edad adulta. Por lo
tanto, su niñez, incluida su Encarnación, habrían quedado libres de estos
dolores y angustias, habiéndose desarrollado según los estándares de los niños
de Palestina de esa época.
Sin embargo, no es eso lo que nos enseña la Iglesia y lo que
Jesús mismo le revela a Santa Margarita. Dos o tres meses después de la Primera
Aparición se produjo la Segunda Aparición, relatada así por Santa Margarita: “El
divino Corazón se me presentó en un trono de llamas, más brillante que el sol,
y transparente como el cristal, con la
llaga adorable, rodeado de una corona de espinas y significando las punzadas
producidas por nuestros pecados, y una cruz en la parte superior (...) la cual
significaba que, desde los primeros instantes de su Encarnación, es decir,
desde que se formó el Sagrado Corazón, quedó plantado en el la cruz, quedando
lleno, desde el primer momento, de todas las amarguras que debían producirle
las humillaciones, la pobreza, el dolor, y el menosprecio que su Sagrada
Humanidad iba a sufrir durante todo el curso de su vida y en Su Santa Pasión”.
Jesús le revela entonces, a Santa Margarita, que el dolor de
la Pasión comenzó no en su juventud ni en su edad adulta, sino desde el momento
mismo de la Encarnación. Recordemos que en el caso de Jesús, los cromosomas
masculinos correspondientes al padre, al no haber contacto con varón alguno,
fueron creados en el momento mismo de la Encarnación y que este hecho significa
que, como todo hombre, Jesús ya tenía un cuerpo y un alma en el momento mismo
de ser un cigoto, es decir, una sola célula. Jesús ya era el Hombre-Dios, aun
cuando su Cuerpo humano estuviese formado, en la Encarnación, por una sola
célula, el cigoto.
Es desde es mismo instante de la Encarnación que Jesús
comienza a sufrir su Pasión: de manera mística, espiritual, moral, pero no
menos real y verdadera. Su Corazón, contenido en los genes del núcleo celular
del cigoto, comenzó ya a sufrir en la concepción y continuó, por supuesto,
sufriendo, hasta el día de su muerte en la Cruz. Lo que hace Jesús al mostrar
su Corazón envuelto en llamas –las llamas del Amor de Dios, el Espíritu Santo;
las espinas, la cruz y el Costado traspasado- es solamente graficar, en su
Corazón ya perteneciente a un hombre adulto, aquello que Él comenzó a sufrir
desde la Encarnación.
Y todo este sufrimiento no es para que se desarrolle en la
Iglesia una devoción sentimentalista, destinada a señoras jubiladas que porque
nada tienen que hacer en sus hogares, se inscriben en la Cofradía del Sagrado
Corazón: la devoción al Sagrado Corazón está íntima y estrechamente relacionada
con la salvación de la eterna condenación en el Infierno y la eterna salvación
en el Cielo. A tal punto, que se puede decir que quien desprecia las Llamas del
Divino Amor que envuelven al Corazón de Jesús, será envuelto y quemado sin
piedad, en el cuerpo y en el alma, por toda la eternidad, en el Infierno. Y la
razón es que, en la devoción al Sagrado Corazón, están contenidas las gracias
más que suficientes y necesarias para la eterna salvación y para evitar la eterna condenación en el Infierno. Dice así Santa
Margarita: “Me hizo ver que el ardiente deseo que tenía de ser amado por los
hombres y apartarlos del camino de la
perdición, en el que los precipita Satanás en gran número, le había hecho
formar el designio de manifestar su
Corazón a los hombres, con todos los tesoros de amor, de misericordia, de
gracias, de santificación, y de salvación que contiene, a fin de que
cuantos quieran rendirle y procurarle todo el amor, el honor y la gloria que
puedan, queden enriquecidos abundante y profusamente con los divinos tesoros
del Corazón de Dios, cuya fuente es, al que se ha de honrar bajo la figura de
su Corazón de carne, cuya imagen quería ver expuesta y llevada por mi sobre el
corazón, para grabar en él su amor y llenarlo de los dones de que está repleto,
y para destruir en él todos los
movimientos desordenados. Que esparciría sus gracias y bendiciones por
dondequiera que estuviere expuesta su santa imagen para tributarle honores, y
que tal bendición sería como un último esfuerzo de su amor, deseoso de
favorecer a los hombres en estos últimos siglos de la Redención amorosa, a fin de apartarlos del imperio de Satanás,
al que pretende arruinar, para ponernos en la dulce libertad del imperio de su
amor, que quiere restablecer en el corazón de todos los que se decidan a
abrazar esta devoción”.
“Apartarlos
del camino de la perdición, en el que los precipita Satanás en gran número (es decir, el Infierno); destruir
en él todos los movimientos desordenados (los movimientos desordenados son los pecados que, si son mortales y no se confiesan, conducen al Infierno); apartarlos del imperio de Satanás (el Príncipe del Infierno)”. Es
para esto para lo que Jesús nos revela su Sagrado Corazón; es para esto que
comenzó a sufrir su Pasión desde la Encarnación; es para esto que nos entrega
su Sagrado Corazón Eucarístico en cada comunión eucarística -la Eucaristía es la continuación y prolongación del Sagrado Corazón, porque en la Eucaristía el Sagrado Corazón está vivo y palpitante, lleno de la gloria y del Amor de Dios-. Es para esto que Jesús se revela como el Sagrado Corazón y es para esto que debemos ser sus amantes devotos: para librarnos de
Satanás; para librarnos de la eterna condenación en el Infierno; para librarnos de los movimientos
desordenados de nuestros corazones que nos conducen al pecado y al Infierno,
todo lo cual nada tiene que ver con una devoción sensiblera, como erróneamente
afirman muchos que desconocen al Sagrado Corazón.
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