Podemos decir que toda nuestra vida de cristianos está,
literalmente, bajo el patrocinio de San José: es decir, desde que nacemos,
hasta que morimos e independientemente de cuál sea nuestro santo al cual le
tengamos mayor devoción, toda nuestra vida, hasta la muerte, se encuentra bajo
el patrocinio de San José. Esto tiene consecuencias prácticas en nuestra vida
espiritual cotidiana. Por ejemplo, cuando experimentemos la presencia de algún
peligro para la vida de la gracia –una tentación que puede hacernos caer en el
pecado- debemos recurrir a San José pero también si, viviendo en gracia,
deseamos no solo conservar la gracia, sino aumentarla, también debemos recurrir
a San José. Y esto, en cualquier momento –o mejor, en todo momento- de nuestra
vida terrena.
Pero
dijimos que también en la hora de la muerte estamos bajo el patrocinio de San
José por lo que, cuando estemos ya cercanos a partir al otro mundo, es decir, cuando
estemos cerca del momento en el que debamos comparecer ante Dios para recibir el
Juicio Particular, también debemos acudir a San José. En otras palabras, independientemente
de cualquier otro santo al cual le tengamos devoción, toda nuestra vida, desde
que nacemos hasta que morimos y hasta en el momento mismo de la muerte, estamos
bajo el patrocinio de San José.
¿Cuál
es la razón? La razón es que, por un lado, San José fue el Padre adoptivo de
Aquel que es la Gracia Increada y el Autor de toda gracia creada, Cristo Jesús
y por eso es el Patrono de nuestra vida de la gracia. Durante su vida terrena y
desde que se desposó legalmente con María Santísima, San José fue el Custodio y
Protector de la Gracia Increada, Cristo Jesús: ejerciendo de padre adoptivo,
San José cuidó de Jesús, de quien procede toda gracia, en su niñez y juventud y
por eso es el Custodio, no solo de la niñez, sino de aquello que hace que una
persona adulta –de veinte, cincuenta o setenta años- sea “como niño” y por lo
tanto esté en condiciones de “entrar en el Reino de los cielos” (cfr. Mt 18, 3) y es la gracia santificante. Así
como San José cuidó con alma y vida y dejando su propia vida en esta tarea, a
su Hijo Jesús, que en cuanto Dios era la Gracia Increada, así custodia también
nuestra vida de la gracia, que nos viene de Cristo Jesús y es la que nos hace “como
niños” delante de Dios. Por eso debemos recurrir a Él cuando experimentemos algún
peligro para la vida de la gracia o cuando, por el contrario, deseemos
fortalecer, conservar y acrecentar la gracia ya poseída.
Por
otro lado, decimos que estamos bajo el patrocinio de San José en el momento de la
muerte por el siguiente motivo: en el momento de su muerte San José estuvo en
los brazos de Jesús y María de manera que pasó de esta vida a la otra
acompañado por el Redentor y su Madre, María Santísima. Según la Tradición, la
muerte de San José fue así: acompañado por Jesús, San José emprendió un viaje a
un pueblo vecino para realizar un trabajo de carpintería que le habían
encargado pero a mitad de camino se desencadenó un temporal de nieve que le
provocó una fuerte neumonía, por lo que debió regresar a su pueblo. Debido al
avance de la neumonía, San José entró prontamente en agonía y murió al poco
tiempo, siendo acompañado en esta instancia por su Hijo Jesús y por María
Virgen. Debido a que esa es la muerte más hermosa que jamás nadie pueda tener -porque
el alma se despide de esta vida terrena contemplando los Rostros Sacratísimos de
Jesús y María y luego, al entrar en la otra vida, ingresa en la vida eterna
contemplando los mismos Rostros amorosísimos de Jesús y María-, no existe
muerte más hermosa que la de San José. La muerte de San José es la verdadera
muerte cristiana, ya que se trata de solo un paso, el atravesar un umbral,
desde el tiempo hasta la eternidad, para ingresar en la vida eterna acompañados
por Jesús y María. Ésta es la razón por la cual San José es el Patrono de una
muerte buena y santa. Entonces, cuando sintamos que Dios nos está por llamar
ante su Presencia –la muerte es el paso a la vida eterna, previa comparecencia
ante el tribunal de Dios, Justo Juez-, acudamos a San José para que nuestra
muerte sea una muerte como la suya, una muerte santa y buena, una muerte que,
estando el alma entre los brazos amorosísimos de Jesús y María, se convierte en
el anticipo del ingreso en la vida eterna del Reino de los cielos.
Por
estos dos motivos, San José es el Patrono de los dos elementos más valiosos
para la vida espiritual: la gracia santificante y el paso, en estado de gracia,
de esta vida a la vida eterna.
Pero
hay otro aspecto que debemos considerar en San José, además de su doble condición
de Protector de la vida de la gracia y Patrono de una muerte santa y es algo
muy importante para nuestra vida espiritual. San José es Maestro de adoración
eucarística, porque él, siendo padre adoptivo de Jesús lo cuidó en cuanto niño
y joven, es decir, lo custodió y protegió en su Humanidad, pero también lo
adoró en su Divinidad, porque San José sabía que ese Niño, ese Joven, que era
su Hijo adoptivo, era al mismo tiempo, Dios Hijo encarnado. Al mismo tiempo que
cuidaba de su Hijo, lo amaba y adoraba en el misterio de ser su Hijo Jesús Dios
Hijo encarnado; es decir, San José adoraba en Jesús su Cuerpo, su Sangre, su
Alma y su Divinidad. Cuando estemos frente a la Eucaristía –el Cuerpo, la Sangre,
el Alma y la Divinidad de Jesús, el Hijo adoptivo de San José-, imploremos el
auxilio de San José, Maestro de adoración eucarística incomparable, para
aprender a amar y adorar a Jesús Eucaristía con el mismo amor y adoración con
el que él amaba y adoraba a su Hijo Jesús.
Entonces, tanto en la vida como en la muerte, el amoroso
padre adoptivo de Jesús, San José, es nuestro santo patrono, en todo momento,
por lo que a cada momento debemos invocar su presencia y protección.
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