Según tradición eclesiástica, Marcos, llamado también Juan
Marcos o simplemente Juan, es el autor de uno de los evangelios, además de ser
el intérprete de griego que traducía las predicaciones de Pedro a oyentes de
esa lengua. Su madre era una cierta María, siendo además primo de Bernabé y,
probablemente, fuera de estirpe sacerdotal como él. La tradición afirma por una
parte que Marcos nunca habría oído personalmente la predicación del Señor, mientras
que otros sostienen que tal vez haya conocido al grupo de seguidores sin llegar
a ser propiamente discípulo[2]. A
San Marcos se le representa como un león alado en relación a uno de los cuatro
seres vivientes del Apocalipsis. Hay quienes consideran que esto se debe a que
el Evangelio de San Marcos inicia con Juan Bautista clamando en el desierto, a
modo de un león que ruge[3].
Mensaje de santidad.
De
su relato se desprende que es una persona observadora, lo cual se ve en la
narración de ciertos detalles que es pasado por alto por otros. Por ejemplo, sólo
Marcos destaca el verdor de la hierba –hablaría de un tiempo o más bien de una estación
primaveral- sobre la que Jesús hizo sentar a la muchedumbre hambrienta antes del
milagro de la multiplicación de panes y pescados por primera vez.
Lo
más importante se refiere a las grandes líneas de su Evangelio por medio del
cual podemos conocer aspectos de la vida y del misterio salvífico del Redentor,
Cristo Jesús. Una primera característica, sumamente valiosa frene a quienes
niegan la historicidad de Jesús, es que en su Evangelio posee una fuerte
credibilidad histórica, además de un valor teológico del todo particular. Presenta
a Jesús en un inicio como un mesías que es bien recibido por la gente, pero muy
pronto esta misma gente se da cuenta que el mesianismo de Jesús es claramente
espiritual –en efecto, viene a liberarnos definitivamente de los tres grandes
enemigos de la humanidad, el Demonio, el Pecado y la Muerte-, lo cual contrasta
fuertemente con el mesías meramente terreno y político de una corriente de los
judíos, según la cual los habría de liberar de los enemigos terrenos y
temporales como los soldados romanos y su Imperio.
Este
mesianismo espiritual y celestial, opuesto radicalmente al mesianismo humano y
temporal propio de las expectativas reivindicatorias de los judíos
nacionalistas, provocó una gran decepción entre el populacho. De esta manera,
al disminuir el entusiasmo inicial, Marcos nos muestra a un Jesús que se retira
de Galilea para dedicarse por completo a la instrucción de los discípulos, quienes por boca de Pedro
confiesan la divinidad de su Maestro. Es decir, mientras la masa permanece
ignorante de su divinidad, ésta se manifiesta abiertamente a sus Apóstoles,
pero este hecho viene provocado por la misma masa al rechazar el mesianismo
celestial y espiritual y preferir seguir esperando un mesías terreno. Es, en
esencia, el error de valoración cometido por el judaísmo en su conjunto y que
persiste durante los siglos, hasta el día de hoy. Luego, el relato del
Evangelista Marcos se concentra en la Ciudad Santa, Jerusalén, en donde el
Mesías Jesús habrá de llevar a cumplimiento el plan salvífico encomendado por
el Padre desde la eternidad. A medida que la hora de Jesús se acerca, crece la
animosidad tanto de la clase dirigente política y religiosa judía, como del
populacho, animosidad que culminará –ayudada por la traición de Judas- en el
arresto y el juicio inicuos, la condena a muerte y el cumplimiento de la Pasión,
la cual no termina en el fracaso meramente aparente de la Cruz, sino que se
prolonga hasta la triunfante resurrección del Día Domingo, llamado así por ser
el día en el que el Señor Jesús volvió a la vida por sí mismo, resucitando como
victorioso vencedor del Demonio, del Pecado y de la Muerte.
En
el Evangelio de Marcos es un elemento central el carácter mesiánico de Jesús,
aunque es un Mesías que no se corresponde, como vimos, al que esperaban los
judíos. Se trata de un Mesías infinitamente superior al que ellos esperaban y
que libera no solo a Israel, sino a toda la humanidad, no de un imperio
terreno, como el imperio romano, sino del Príncipe de las tinieblas, el Ángel
caído. En Marcos, el Mesías es humillado como si fuera un siervo, a causa de la
maldad, la ignorancia y la ceguera de los hombres, que lo condenan a muerte en
cruz. Pero este mismo Mesías es exaltado por Dios, a causa, precisamente, de su
mansedumbre y humildad. Quien reconozca a este Mesías presentado por el
Evangelista Marcos –por otra parte, el único-, será también, como Él, humillado
en esta vida por la cruz, pero será exaltado en la vida eterna, como Cristo,
por el Padre, en el Reino de los cielos.
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