Además de la gracia, es necesaria la teología tomista para
poder apreciar la devoción al Sagrado Corazón de Jesús. De lo contrario, se
corre el grave riesgo de caer en la errónea creencia de pensar que se trata de
una devoción sentimentalista, quedando la devoción privada de toda realidad
sobrenatural.
La gracia es necesaria porque, tratándose la Encarnación del
Verbo un misterio sobrenatural, es por lo tanto inalcanzable para la razón
humana, lo cual significa que no puede ser conocido sino es por revelación
divina. A su vez, la teología es necesaria porque, una vez que la gracia actúa
iluminando la inteligencia y la voluntad, la teología le muestra a ambas la
supra-racionalidad del misterio, que implica la donación total del Ser divino
trinitario tanto en el Sagrado Corazón, como en la Eucaristía, que es el mismo
Sagrado Corazón, oculto en apariencia de pan.
La gracia, entonces, es necesaria en la devoción al Sagrado
Corazón, para que ilumine nuestras mentes acerca del misterio de la Encarnación
del Verbo y la prolongación de su Encarnación en la Eucaristía, y es necesaria
también para que mueva nuestra voluntad –nuestra capacidad de amar- al Bien y
al Amor divinos contenidos en el Sagrado Corazón.
¿Qué nos dice la teología tomista? Nos dice que el Sagrado Corazón
de Jesús es un corazón humano, puesto que pertenece a Jesús de Nazareth, pero
que está unido hipostáticamente, personalmente, a la Segunda Persona de la Santísima
Trinidad. En otras palabras, la teología nos dice que, en el momento en el que
el Verbo de Dios se encarnó, unió a Sí mismo la naturaleza humana de Jesús, de
manera que esta naturaleza le pertenece personalmente a la Segunda Persona de
la Trinidad. No hay una “persona humana” en Jesús de Nazareth, sino una Persona
divina y es la Segunda de la Trinidad. En consecuencia, el Corazón de Jesús no
es el corazón de un hombre más entre tantos, sino que es el Corazón mismo de
Dios. Y este Corazón de Dios, el Sagrado Corazón de Jesús, está contenido en la
Eucaristía, puesto que en la Eucaristía late, vivo, glorioso, resucitado,
inflamado en el Fuego del Divino Amor, el Espíritu Santo.
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