San
Ildefonso nació en Toledo, España, en el año 606 y murió en 669. Estudió en
Sevilla bajo San Isidoro. Era sobrino de San Eugenio, Arzobispo de Toledo, al
cual sucedió en el cargo. Entró a la vida monástica y fue elegido abad de
Agalia, en el río Tajo, cerca de Toledo. Siendo abad, asistió al séptimo y
octavo Concilio de Toledo, en 653 y 655, respectivamente[2]. En
el 657 fue elegido arzobispo de esa ciudad. Unificó la liturgia en España; escribió
muchas obras importantes, particularmente sobre la Virgen María. San Ildefonso
tenía una profunda devoción a la Inmaculada Concepción XII siglos antes de que
se proclamara dogmáticamente, destacándose en su obra literaria su tratado “De
virginitate perpetua sanctae Mariae”. A su vez, la Virgen le favoreció con
grandes milagros. El lenguaje mariano que se impuso en Toledo en tiempos de san
Ildefonso, influyó profundamente en el tono de los documentos litúrgicos
españoles.
Mensaje
de santidad.
Un
episodio de la vida de San Ildefonso, muy notorio, es la aparición de la Virgen
al santo obispo, trayéndole, de parte de su amado Hijo, Nuestro Señor Jesucristo,
como regalo una casulla, por ser el santo un gran defensor de la virginidad de
María.
El
episodio, real y verdaderamente sucedido en la vida del santo, es narrado de
esta manera por los cronistas de la época: “Una noche de diciembre, él, junto
con sus clérigos y algunos otros, fueron a la iglesia, para cantar himnos en
honor a la Virgen María. Encontraron la capilla brillando con una luz tan
deslumbrante, que sintieron temor. Todos huyeron excepto Alfonso y sus dos
diáconos. Estos entraron y se acercaron al altar. Ante ellos se encontraba la
María, La Inmaculada Concepción, sentada en la silla del obispo, rodeada por
una compañía de vírgenes entonando cantos celestiales. María hízole seña con la
cabeza para que se acercara. Habiendo obedecido, ella fijó sus ojos sobre él y
dijo: “Tú eres mi capellán y fiel notario. Recibe esta casulla la cual mi Hijo
te envía de su tesorería”. Habiendo dicho esto, la Virgen misma lo invistió,
dándole las instrucciones de usarla solamente en los días festivos designados
en su honor. Esta aparición y la casulla, fueron pruebas tan claras, que el
concilio de Toledo ordenó un día de fiesta especial para perpetuar su memoria.
El evento aparece documentado en el Acta
Sanctorum como “El Descendimiento de la Santísima Virgen y su Aparición”[3]. En
la catedral los peregrinos pueden aun observar la piedra en que la Virgen
Santísima puso sus pies cuando se le apareció a San Ildefonso.
Al
comprobar el amor de San Ildefonso a la Virgen, vemos cómo Ella y su Hijo,
Nuestro Señor Jesucristo, recompensan este amor filial con el don de una
casulla sacerdotal. Ahora bien, al igual que San Idelfonso, también nosotros somos
hijos de la Virgen, rescatados al precio altísimo de la Sangre de Jesús
derramada en la cruz, pero a diferencia del santo, por lo general, damos pocas
o ninguna muestra de amor a Nuestra Madre del cielo, y sin embargo, la Virgen
nos trae, cada día, de parte de su Hijo Jesús, regalos celestiales
infinitamente más valiosos que la casulla, y es la gracia santificante
necesaria para nuestra eterna salvación, puesto que la Virgen es Mediadora de
todas las gracias. Al recordar a San Ildefonso en su día, le pidamos que
interceda para que no seamos hijos tan desagradecidos para con esta Madre
amorosísima, y le roguemos que nos obtenga la gracia de amar a la Virgen y a
Jesús al menos con una pequeñísima porción del amor con el que él los amó.
[2] http://evangeliodeldia.org/main.php?language=SP&module=saintfeast&localdate=20180123&id=11948&fd=0
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