San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial

San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial
"San Miguel Arcángel, defiéndenos en la batalla, sé nuestro amparo contra la perversidad y acechanzas del demonio; reprímale, Dios, pedimos suplicantes, y tú, Príncipe de la Milicia celestial, arroja al infierno, con el divino poder, a Satanás y a los demás espíritus malignos, que andan dispersos por el mundo para la perdición de las almas. Amén".

jueves, 29 de junio de 2017

San Juan Bautista y su testimonio de Cristo


         Toda la vida de Juan el Bautista, desde su nacimiento hasta su muerte, constituye un testimonio del Hombre-Dios Jesucristo.
         Su nacimiento es un testimonio porque es concebido por sus padres en la ancianidad, y Dios obra este milagro, anunciado a Zaquarías por medio del ángel, para que el mundo, al maravillarse por el milagro, contemple al Precursor del Mesías.
         Una vez concebido, y aun antes de nacer, es iluminado por el Espíritu Santo y “salta de alegría” en el seno de Isabel, al saber, por el Espíritu de Dios, que el que viene en el seno virgen de María, antes que su pariente, es el Mesías, el Salvador de los hombres.
         Ya de adulto, es un testimonio del Mesías con su vida austera, con su penitencia y prédica en el desierto, porque así anuncia que el hombre con su vida terrena y caduca está destinado a recibir otra vida, la vida eterna, la vida que trae el Salvador de los hombres.
         En el desierto, señala y da el nombre al Mesías, llamándolo “Cordero de Dios que quita el pecado del mundo”, el mismo nombre con el que la Iglesia continuaría llamando al Mesías, en el desierto del mundo y de la historia humana, al Mesías oculto en apariencia de pan, la Eucaristía.
         Con su martirio, testimonia la santidad del Hombre-Dios, y de su Esposa, la Iglesia Santa y pura, porque da su vida pero no por la defensa de las buenas costumbres, sino porque testimonia que el matrimonio entre el varón y la mujer aquí en la tierra deber ser santo, porque participa de la santidad de otro matrimonio, anterior a todo matrimonio terreno, el desposorio místico del Cordero, Esposo de la Iglesia Esposa, y que el adulterio equivale a la idolatría, ya sea de un falso cristo con la verdadera Iglesia, o de una falsa iglesia con el verdadero Cristo Eucarístico.

         Como la vida del Bautista, la vida de todo católico debería ser, desde su nacimiento en el bautismo como hijo de Dios, hasta su muerte, un testimonio, ante el mundo, de la Presencia real, verdadera y substancial del Mesías, el Cordero de Dios, Jesús en la Eucaristía.

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