Memoria
de los Primeros mártires de Roma, es decir, de los primeros cristianos que
eligieron morir por Cristo, el Hombre-Dios, en vez de vivir y adorar a los
ídolos. La imagen no puede ser más dantesca y espeluznante: decenas y decenas
de cruces con los cuerpos de los cristianos muertos, se dispersan por el
camino, como sombrío fruto de la persecución sufrida por la Iglesia naciente.
Pero si la realidad natural conmueve el corazón y lo estruja de dolor, la
realidad sobrenatural de aquellos que ofrendaron sus vidas por Jesucristo,
llena al alma de alegría. En efecto, mientras los cuerpos muertos comienzan a
sufrir la corrupción de la muerte, al tiempo que sirven de alimento para las aves
carroñeras que se perfilan en el horizonte, sus almas -que son las almas de los
mártires descriptas en el Apocalipsis-, revestidas de blanco por la gloria
divina que las invade, llegan hasta el trono del Cordero de Dios portando sus
palmas y se postran ante Él en acción de gracias y en adoración y, embargadas
de un gozo indescriptible, lo alaban por la eternidad.
Bienaventurados habitantes del cielo, Ángeles y Santos, vosotros que os alegráis en la contemplación y adoración de la Santísima Trinidad, interceded por nosotros, para que algún día seamos capaces de compartir vuestra infinita alegría.
San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial

"San Miguel Arcángel, defiéndenos en la batalla, sé nuestro amparo contra la perversidad y acechanzas del demonio; reprímale, Dios, pedimos suplicantes, y tú, Príncipe de la Milicia celestial, arroja al infierno, con el divino poder, a Satanás y a los demás espíritus malignos, que andan dispersos por el mundo para la perdición de las almas. Amén".
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