Una de las cosas que sobresale en el misticismo de San Juan
Bosco, manifestado principalmente en sus sueños, es la continua advertencia que
del cielo se dirige a los jóvenes, en relación a la santa pureza. En numerosos
sueños, San Juan Bosco es advertido, por el cielo, del enorme peligro bajo el
que se encontraban los jóvenes de Turín, lugar en donde el santo pasó gran
parte de su vida.
La
crítica progresista diría que los sueños eran producto de su imaginación, la
cual, a su vez, era consecuencia de su formación sacerdotal excesivamente
rigurosa, propia de su tiempo. Para el progresismo católico, los sueños de San
Juan Bosco, junto con todo su valiosísimo mensaje moral pero ante todo
espiritual –porque las consecuencias del desvío moral conducen a la pérdida de
la gracia santificante en esta vida y, de perdurar esta situación, a la eterna
condenación-, no pasan de ser expresiones de una religiosidad “antigua”, “pasada
de moda”, “represiva”, que no se adapta al paso del tiempo.
Ahora
bien, el no proporcionar a los jóvenes el inmenso tesoro –psicológico, moral,
espiritual- que suponen los sueños, las enseñanzas, y la vida de Don Bosco,
implica no solo dejar caer en el olvido a un gran santo de la Iglesia Católica
sino, mucho más grave aún, condenar a miles de jóvenes a una existencia vacía,
caracterizada por no poseer ni valores cristianos ni humanos de ningún tipo.
Sin embargo, el daño hecho a estos jóvenes, a los que se les oculta la vida y
las enseñanzas de Don Bosco, no termina ahí, porque el joven, sin el ideal de
Cristo que Don Bosco propone, termina siendo absorbido, inevitablemente, por el
mundo contemporáneo, cuyas características, en el inicio del siglo XXI, son el
gnosticismo, el relativismo moral, el hedonismo, el materialismo y el
neo-paganismo “New Age”.
Los
sueños de Don Bosco no son el producto de la frondosa imaginación de un
sacerdote del siglo XVIII: son el llamado del cielo a los jóvenes –a todo
hombre en general, pero a los jóvenes en particular, porque ese es el carisma
de Don Bosco-, a imitar y participar de la pureza del Ser divino, encarnado y
manifestado en Cristo, el Hombre-Dios. Ocultar este grandioso ideal, manifestado
en imágenes en los sueños de Don Bosco, constituye un gran engaño a cientos de
miles de jóvenes que, de conocerlo, no dudarían en imitar a Cristo, en vez de
dejarse arrastrar por las pasiones y por el mundo sin Dios.
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