El Sagrado Corazón de Jesús es llamado “altar de Dios”,
porque allí se ofrece el sacrificio de adoración y de alabanzas a Dios Trino.
El Sagrado Corazón, que se le aparece a Santa Margarita envuelto en llamas,
arde en el Amor divino, Amor que es puro, perfecto y santo; Amor que es eterno
e infinito; Amor que es el mismo Amor de la Trinidad, el Espíritu Santo. Por
este motivo, el Sagrado Corazón es altar en el que se rinde el culto
perfectísimo de adoración a Dios Uno y Trino, y es impensable que se ame y se
adore, en este altar, a nadie que no sea Dios Uno y Trino.
Las llamas del Amor divino, que envuelven al Sagrado
Corazón, son un testimonio de que en este Corazón del Hombre-Dios ningún amor
profano, ni creatural, ni sacrílego, tuvieron, tienen, ni podrán jamás nunca
tener lugar, porque esas llamas representan al Espíritu Santo, la Persona Amor
de la Trinidad, la Tercera Persona de la Santísima Trinidad, el Amor que une en
la eternidad al Padre y al Hijo.
El Sagrado Corazón, por estar envuelto en las llamas del
Espíritu Santo, es el altar sagrado en donde se rinde adoración al Dios
verdadero, Dios Uno y Trino; el Sagrado Corazón es la encarnación del Amor
eterno que el Verbo de Dios profesa al Padre desde toda la eternidad, Amor que
se expresa sensiblemente como llamas de fuego, porque el Amor que lo envuelve es
el Fuego de Amor divino, el Espíritu Santo, que arde con amor eterno en el
altar del Sagrado Corazón.
El
Sagrado Corazón, entonces, envuelto en las llamas del Amor divino, es el altar
exclusivo en donde se adora a Dios Uno y Trino; en la tierra, un símbolo del
Sagrado Corazón es el altar eucarístico, puesto que en el altar eucarístico se
rinde culto exclusivo, puro y perfectísimo a Dios Trino. En el altar
eucarístico, al igual que en el Sagrado Corazón, no hay lugar para amores
profanos, porque es el Amor de Dios, el Espíritu Santo, el único que sobrevuela
sobre el mismo, en la consagración de las especies, para convertirlas a estas
en el Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad del Cordero de Dios, Jesús. El altar
eucarístico, en la consagración, es envuelto por las llamas del Amor divino, el
Espíritu Santo, espirado por el Padre y el Hijo, para convertir la materia
inerte de las ofrendas en el Pan Vivo bajado del cielo. Por esto mismo, aunque está
en la tierra y está hecho de materia, el altar eucarístico es una parcela del
cielo eterno en la tierra, destinado a contener a Aquel a quien los cielos no
pueden contener debido a su infinita grandeza, Cristo Jesús en la Eucaristía. Es
impensable e inimaginable que el altar eucarístico, símbolo del Sagrado Corazón
de Jesús, sobre el cual desciende el fuego del Espíritu Santo en la
consagración, sea utilizado para otro fin que no sea el de rendir homenaje de
amor, adoración, alabanza y gloria a Dios Uno y Trino, como es impensable e
inimaginable que el Sagrado Corazón de Jesús pueda adorar a otro que no sea al
único Dios verdadero, Dios Uno y Trino.
Y
sin embargo, lo inimaginable, lo impensable, sucede. La realidad supera a la
imaginación; la realidad supera a lo que la imaginación no puede concebir, y es
así que el altar eucarístico, en un lugar de un país sudamericano, ha sido
profanado, al haber sido utilizado para ritos de magia, por una tal "Maga Hania". En la magia se invoca
al demonio, el Príncipe de las tinieblas, por lo que es inaceptable que en un
altar eucarístico se haga un rito mágico y pagano.
La "Maga Hania" profanando el altar eucarístico
al rezar oraciones de magia y brujería
mediante las cuales se invoca al demonio.
No
se trata de una simple transgresión de usos de objetos litúrgicos, sino de algo
muchísimo más grave: se trata de la “abominación de la desolación” de la que
habla el profeta Daniel (11, 31), porque si el altar eucarístico es una parcela
del cielo eterno, parcela en donde se rinde adoración y alabanza a Dios Trino,
entonces es un intento, aquí en la tierra, de las fuerzas del infierno, de
colocar al Ángel caído en el lugar de Dios. Si en el cielo sólo se adora a
Dios, y si en el altar eucarístico sólo se adora a Dios, rezar oraciones de
magia, que son invocaciones al demonio, en el altar eucarístico, es hacer lo
mismo que hizo el Demonio en los cielos: pretender desplazar a Dios y ocupar su
lugar, y es en esto en lo que consiste la “abominación de la desolación”.
Cuando
el demonio cometió el pecado que le valió perder el cielo para siempre, el
pecado de soberbia, que lo llevó a decir la primera mentira “Yo soy como Dios”,
el Arcángel San Miguel replicó, con voz tronante: “¿Quién como Dios? ¡No hay
nadie como Dios!”, con lo cual dio inicio a la batalla que en los cielos
finalizó con la expulsión de los ángeles rebeldes.
Esos
mismos ángeles son los que continúan la lucha que perdieron en los cielos, en
la tierra, y con la misma insolencia y soberbia con la que quisieron desplazar
a Dios Trino de los cielos, así quieren desplazar al Sagrado Corazón
Eucarístico de su altar.
Reparemos
con misas, rosarios, oraciones, sacrificios, penitencias y ayunos tan grande
sacrilegio, y junto con San Miguel Arcángel, defendamos el altar eucarístico,
símbolo del Sagrado Corazón de Jesús, diciendo: “¿Quién como Dios? ¡Nadie como
Dios! ¡Nadie que no sea Cristo Dios habrá de ocupar el altar eucarístico!”.
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