San Pablo es el ejemplo paradigmático de la conmoción que se
produce en lo más íntimo del ser cuando alguien encuentra a Cristo: antes de su
encuentro con Cristo, San Pablo es religioso, pero de aquella clase de
religiosos criticada duramente por el mismo Cristo antes de ser crucificado:
hipócrita, cínico, falso. Antes de encontrar a Cristo personalmente, San Pablo
tiene una idea muy errónea acerca de qué es la religión y en qué consiste su
esencia: piensa que la religión es cumplir preceptos externamente, y que su
esencia es la obediencia ciega, material, fría e irracional, a las normas
humanas.
Antes de encontrar a Cristo, San Pablo cree que ser
religioso practicante es asistir al culto religioso, recitar de memoria y
mecánicamente las oraciones, conocer al pie de la letra los preceptos y
aplicarlos rigurosamente, sin importar si con eso se dejan de lado la
compasión, la misericordia, la caridad, para con el prójimo, además de la
verdadera piedad para con Dios, porque nadie puede ser piadoso con Dios si desatiende las necesidades de su
prójimo.
Antes de su encuentro con Cristo, guiado por este falso
celo, San Pablo ha participado de numerosas persecuciones y cacerías contra
cristianos, además de ser testigo presencial y por lo tanto, cómplice directo,
del asesinato del proto-mártir San Esteban. Al momento del encuentro con
Cristo, San Pablo se caracteriza por una larga serie de “méritos” –si pueden
llamarse así-, obtenidos por la equivocada concepción que de la religión y de
Dios tenía: violencias, amenazas, persecuciones, participación en un homicidio.
Antes
de la conversión, San Pablo es religioso practicante, pero se caracteriza por
la dureza de corazón y por la impiedad, es decir, por la disonancia o
discordancia entre su obrar exterior –aparece como religioso- y su ser interior
–es frío, calculador, sin amor ni a Dios ni al prójimo-, todo lo cual
constituye al perfecto fariseo. Aun más, la carrera enloquecida a caballo, en
busca de enemigos a los cuales denunciar para que los atrapen, es un símbolo
del fariseo-cristiano-católico: corre apresuradamente a denunciar, para que
corran de la Iglesia a los que no son fariseos como ellos.
Antes
de su conversión, San Pablo encarna al cristiano-católico fariseo, aquel que
cree que porque cumple exteriormente con los preceptos, tiene licencia para
criticar, defenestrar, ignorar, vilipendiar, a su prójimo.
Este estado espiritual de San Pablo cambiará radicalmente
luego del encuentro con Jesús, quien al infundirle su Espíritu Santo, Espíritu
que es Amor divino, le hace comprender, por un lado, que Dios es Amor celestial,
infinito, sobrenatural, eterno, y que si alguien se dice servidor de Dios y por
lo tanto se dice religioso, ese tal debe sobresalir no solo por su piedad
externa, sino ante todo por la caridad, es decir, el Amor sobrenatural, que
debe brotar des de lo más profundo de su ser. El Pablo ciego, enceguecido luego
del encuentro con Jesús, que camina lento y ayudado por alguien, es símbolo del
cristiano que ha descubierto la mansedumbre y la humildad de Cristo, siendo la
ceguera un símbolo de quien no ve a Dios en esencia, pero mantiene la esperanza
de recuperar la vista algún día, es decir, de ver a Dios cara a cara en el
cielo.
Jesús le hace comprender a San Pablo –y en esto consiste su
conversión- que la religión no es mera práctica exterior; es más, que la
práctica exterior, sin la auto-humillación y sin la adoración en espíritu y en
verdad a Dios, es cáscara seca de un fruto putrefacto; la religión sin caridad
es una pantomima de la verdadera religión, una caricatura grotesca, una impostura
cínica y radicalmente falsa, que repugna a Dios y a los hombres.
La reflexión acerca de la experiencia de San Pablo, antes y
después del encuentro personal con Cristo, nos debe servir para que meditemos
acerca de con cuál de los dos Pablos nos identificamos: con el Pablo religioso
externo, perseguidor, denunciador de faltas ajenas, pronto a la ira y a la
ausencia de misericordia, cómplice, cuando no autor, de delitos cometidos
contra el prójimo, o el Pablo luego de la conversión, el Pablo humilde, adorador
del Dios verdadero “en espíritu y en verdad” (Jn 4, 23), pronto al perdón y al olvido de la ofensa, rápido para
tender la mano a quien lo necesita.
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