En la Liturgia de las Horas, se dice que San Bartolomé nació
en Caná, que fue llevado por el apóstol Felipe a Jesús, y que según la
Tradición, luego de la Ascensión de Jesús, predicó el Evangelio en la India, en
donde recibió la corona del martirio[1].
¿Qué significa “recibir la corona del martirio”? Significa sufrir
la muerte, muchas veces de forma atroz puesto que, al ser asistido por el
Espíritu Santo, el mártir resiste con fortaleza sobrehumana, con lo cual los
verdugos deben esforzarse para poder provocarle la muerte.
Es así como los mártires mueren de las más diversas maneras,
con formas verdaderamente insólitas y crueles de morir: crucificados boca
abajo, luego de haber sido mutilados y golpeados, como los mártires japoneses;
dados como alimento a las fieras del circo, como los primeros cristianos; embestidos
y corneados por un toro furioso, como en el caso de Felicitas y Perpetua;
asados en una parrilla, como San Lorenzo, diácono; o, como San Bartolomé,
deshollado vivo.
¿Qué hicieron los mártires para merecer tan cruel
persecución? No solo no cometieron ningún delito, como lo atestiguan los mismos
historiadores paganos, sino que, por el contrario, predicaron la fraternidad
entre los hombres y el amor al único Dios verdadero, el Dios Uno y Trino, que
había intervenido en sus Tres divinas Personas para salvar a los hombres de la
eterna condenación, perdonándoles los pecados y concediéndoles la filiación
divina por los méritos de la muerte en Cruz de Jesús, el Hombre-Dios.
Los mismos paganos, como Plinio, gobernador de Betania en
tiempos de la persecución de Trajano (107 d.C.), dan testimonio del carácter
benévolo y pacífico de los cristianos: “Se reúnen en
ciertos días antes del amanecer para cantar himnos de alabanza en honor a
Cristo, su Dios; toman juramento de abstenerse de ciertos crímenes y comen de
un alimento corriente pero inocente” (la Eucaristía).
En otras palabras, el mártir sufre de
muerte atroz no solo por no cometer delitos, sino por vivir la bondad, el
perdón, la compasión, la misericordia, el amor al enemigo, el auxilio al más
necesitado, continuando la Pasión de Jesús, Pasión por medio de
la cual nos llega a los hombres el Reino de Dios.
A cambio de esto, el mundo responde al mártir quitándole la
vida, puesto que el mundo, dominado por el Príncipe de las tinieblas, no
soporta la luz y la bondad del Amor divino que el mártir irradia.
Al conmemorar la muerte del Apóstol San Bartolomé, el católico
debe recordar que él también está llamado a amar a sus enemigos y, si es
necesario, a dar la vida por aquellos que le quitan la vida. Sólo de esa manera
podrá el cristiano imitar a Cristo, Rey de los mártires.
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