Santa Margarita relata así la Segunda Revelación,
en el año 1674: “Ese día el divino
Corazón se me presentó en un trono de llamas, transparente como el cristal, con
la llaga adorable, rodeado de espinas significando las punzadas producidas por
nuestros pecados...”.
Las espinas que rodean al
Sagrado Corazón son la expresión gráfica de lo que significa la maldad del
corazón humano delante de Dios cuando, en el ejercicio pleno de su libertad, se
decide por el mal, en contra de la bondad divina. El Sagrado Corazón rodeado de
espinas es un vivo alegato que desmiente las afirmaciones de los agnósticos,
que sostienen que Dios no puede sufrir ni se interesa por el mal del hombre. Si
bien Dios es Espíritu Puro, y por eso no puede sufrir, ese mismo Dios, en la Persona del Hijo, se ha
encarnado en Jesús de Nazareth, y al encarnarse ha asumido las consecuencias
que el mal, producido por el corazón humano, ejerce sobre el Corazón de Dios.
Dios se lamenta en el dolor
del Sagrado Corazón, y las espinas que lo rodean, lejos de ser una imagen
romántica y sensiblera, son la gráfica expresión del dolor de un Dios que es
bondad y amor infinito, al comprobar, con horror y asombro, cómo su criatura,
creada con la máxima dignidad con la cual puede ser creada una criatura, la
libertad, elige, en el colmo del horror y la desolación, el mal, en vez del
bien. En eso consiste el pecado, en la elección consciente y libre del mal,
posponiendo al Dios de Amor infinito y de infinita majestad, por el Príncipe de
la mentira, el Homicida desde el principio, el Príncipe de las tinieblas, el
ángel de la oscuridad, Satanás.
Las espinas que punzan al
Sagrado Corazón expresan este misterio de iniquidad, esta verdadera locura del
hombre, que decide dejar de lado a Dios Trinidad por un ser inmundo y vil, el
demonio. Pero el dolor del Sagrado Corazón no está sólo causado por haber sido
pospuesto a un ser nauseabundo, como el demonio: está causado también por la
pena que le produce contemplar la condenación eterna del alma que, por elegir
el pecado, eligió aquello que está unido al pecado, el infierno.
Si el Sagrado Corazón se
aparece para revelar sus inmensos dolores, no es para que el cristiano permanezca
en el letargo espiritual; el Sagrado Corazón pide, expresamente, reparación,
por medio de la oración, la penitencia, la mortificación, el ayuno.
Sólo con la reparación se
mitigan los dolores del Sagrado Corazón, punzado por la malicia del corazón
humano.
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