En la
muerte de Juan el Bautista hay algo más que la venganza de una mujer adúltera
–Herodías- a un hombre que le reprocha su adulterio –Juan el Bautista-: Juan el
Bautista da la vida, más que por la santidad del matrimonio, por Cristo, que es
la Verdad
revelada y la Palabra
de Dios, que se manifiesta a los hombres para revelar el Camino que conduce a
la salvación.
En la
muerte martirial de Juan el Bautista, hay algo más que los ingredientes de un
caso policial, ya que los protagonistas del caso –Herodías y Herodes- y el
hecho en sí, el adulterio –Herodías odia al Bautista porque le reprocha a
Herodes la relación con la esposa de su hermano-, y las pasiones en las que
viven los que cometen el asesinato –lascivia, envidia, celos, odio, venganza-,
son solo el vehículo humano mediante el cual se manifiesta el odio del infierno
contra Jesucristo, Salvador del género humano.
A su
vez, el Bautista, que es la víctima inocente en este episodio, no se limita a dar
su vida y a testimoniar con su sangre simplemente que el matrimonio se basa en
la mutua fidelidad conyugal y que el adulterio es condenable: Juan el Bautista
participa de la muerte martirial del Rey de los mártires, Cristo Jesús, quien
se inmola como Víctima Inocente y Pura en el altar de la
Cruz. La sangre del Bautista, derramada
antes que la de Cristo, no es independiente de la muerte de Cristo en la Cruz: antes bien, se trata de
una muerte que anticipa, porque participa, de la muerte de Jesús en el Calvario.
Y si participa de la muerte en Cruz de Jesús, también su muerte tiene el mismo
sentido que la de Jesús: es salvífica y redentora, porque la muerte de Jesús es
salvífica y redentora.
Al mismo tiempo, si bien
desde el punto de vista humano es una derrota, porque el bueno deja de existir
–el Bautista muere decapitado-, en realidad la muerte del Bautista es un signo
del inicio del fin para el reinado del Príncipe de las tinieblas.
Paradójicamente, la muerte
del Bautista, que aparece como una muestra de debilidad de los que están del
lado del bien, es un triunfo completo del Bien infinito que es Dios, y una
derrota absoluta para el mal en sí mismo, encarnado en el demonio. La muerte
del Bautista significa el inicio de la derrota definitiva del demonio, puesto
que es una participación a la muerte redentora de Cristo en la Cruz, muerte por la cual
derrota definitivamente al demonio, al mundo y a la carne, al destruir a la
misma muerte con la
Resurrección.
Como católicos, estamos
llamados a ser testigos martiriales de la Verdad de Cristo, revelada a través de su
Iglesia, hasta el punto de dar la vida por los enemigos, y mucho más en estos
tiempos, en los que las fuerzas del infierno parecen triunfar sobre la Verdad y el Bien.
Cada cristiano debe ser como
un nuevo bautista, que advierta a los hombres de las trampas de Satanás,
presentadas por este como buenas y apetitosas: el adulterio, la lascivia, la
codicia, la ambición de poder, la soberbia, la arrogancia, la embriaguez, son
todas contrarias a la Verdad
revelada en Cristo. Y, como el Bautista, todo cristiano debe estar dispuesto a
ofrendar su propia vida, dando testimonio de Cristo.
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