Con su
martirio (cfr. Mc 6, 17-29), Juan
forma parte de la comunidad de los testigos del Cordero, es decir, de aquellos
de quienes habla el Apocalipsis: los que siguiendo al Testigo fiel y verdadero (Ap 3, 14) dieron a la Iglesia y al mundo el testimonio de su sangre[1]. Un
testigo es quien está en condiciones de afirmar la verdad de un hecho; el
testigo es la persona que presencia un hecho o que adquiere un conocimiento
directo y verdadero de algo.
En un sentido social, el
testigo es aquel que afirma verdades de carácter judicial: se es testigo de un
hecho determinado porque se vio con los ojos ese hecho, y por lo tanto, se
puede afirmar cómo sucedió tal hecho, por haber sido testigo ocular[2].
En el
caso de Juan, su testimonio es sobrenatural, y trasciende infinitamente el
hecho meramente social o judicial: Juan es testigo de la Verdad de Dios,
encarnada en Jesús; es testigo ocular de la encarnación del Verbo –es él quien,
al ver pasar a Jesús, dice: “He ahí el Cordero de Dios”-, y afirma esa verdad
no con sus palabras, sino con su sangre, es decir, con su vida. De ahí que su
testimonio sea mucho más fuerte que las simples palabras, porque se testimonia
con todo el ser, con toda la vida. Derramar la sangre, dar la vida, para
testimoniar la Verdad de Dios encarnado, es la forma más fuerte de testimoniar
una verdad, y eso es lo que hace Juan.
La muerte de Juan es un hecho histórico
particular, que aparece como desconectado o aislado de otros hechos
trascendentes en la misma historia de la salvación, como si fuera una muerte
aislada en el tiempo y en el espacio y, sin embargo, está íntimamente unida a
la muerte de Jesús en la cruz: aunque muere antes que Jesús, su muerte es una
participación a la muerte de Jesús, y está contenida en la muerte de Jesús.
Juan es mártir de Cristo, pero Cristo es mártir del Padre: es por el Padre, que
es quien lo ha enviado, por quien Jesús da su vida en la cruz. El martirio y
testimonio de Juan es entonces una participación en el martirio y en el
testimonio de Jesucristo, Rey de los mártires.
Juan forma parte de la
comunidad de los testigos, de los mártires del Cordero, y esa comunidad de
testigos, de mártires, es la Iglesia. La Iglesia es testigo, mártir, frente al
mundo de hoy, de la Encarnación del Verbo, y de la prolongación de esa
encarnación en la Eucaristía. Juan veía al Verbo oculto detrás de su naturaleza
humana, por eso es que, al ver pasar a Jesús, dice: “Este es el Cordero de
Dios”. vería al Cordero de Dios debajo de la naturaleza humana de Jesús. La
Iglesia, que es comunión en el testimonio, ve al Hombre-Dios oculto ya no bajo
la naturaleza humana, sino oculto bajo la apariencia de pan; la Iglesia ve al
Verbo humanado en el sacramento del altar, la Eucaristía. De ahí que la Iglesia,
que es la Iglesia del repita su
testimonio, al hacer la ostentación del Pan consagrado, usando las mismas
palabras de Juan: “Este es el Cordero de Dios”.
Como miembros de la Iglesia,
Esposa del Cordero, también nosotros, en la contemplación del misterio
eucarístico, estamos llamados a repetir el testimonio de Juan ante el mundo:
“Este es el Cordero de Dios”.
Hola, que tal. Aprovecho para saludarte y felicitarte por el blog que está muy bueno. Y también para comentarte que el plugin de la Ubicación geográfica de las visitas al 'blog' en FIREFOX no funciona y traba la página. En Chrome no pasa, ojala tenga algun arreglo.
ResponderBorrarMuchas bendiciones!
Liz