“Dios es amor y alegría y El
nos la comunica. Solo Dios basta. Fuera de El no hay felicidad posible”, dice
Santa Teresa de los Andes en una de sus cartas, revelando cuál es el
conocimiento verdadero del Verdadero Dios que tienen los santos. Este conocimiento,
que lleva al amor de Dios, es dado a los santos por su intensa e íntima
comunión de vida y amor con Cristo Jesús, el Hombre-Dios, Dios hecho hombre sin
dejar de ser Dios. Es Jesucristo quien muestra el verdadero rostro de Dios; es
Jesucristo quien muestra el verdadero ser del Ser divino, que es, como lo dicen
los santos como Santa Teresa de los Andes, “amor y alegría que se dona”, fuera
del cual “no hay alegría ni amor posibles”.
Precisamente, este
conocimiento y amor de Dios es el que no tiene el mundo, puesto que el mundo
presenta a Dios como a un ser distante, frío, indiferente del destino de sus
criaturas, cuando no lo presenta como a un ser duro, incapaz de la sonrisa y de
la alegría, e incluso, en sus caracterizaciones más alejadas de la realidad, lo
presentan como un ser cruel, justiciero y vengativo. El mundo ateo no conoce al
Dios verdadero, que es “amor y alegría”, y por eso presenta una visión
deformada de Él, falsificando su imagen.
Sin embargo, no es el mundo
ateo y materialista el único en presentar una visión deformada de Dios. Muchos
cristianos, incluidos en primer lugar, religiosos y consagrados, sacerdotes y
monjas, laicos de terceras órdenes, y hasta instituciones enteras, presentan
esta visión falsificada de Dios, y lo hacen toda vez que, en vez de reflejar a
los hombres, sobre todo a los enfermos y a los desvalidos, el amor
misericordioso del Hombre-Dios, la compasión, la caridad, el amor fraterno, en
los cuales están incluidos, como soporte de la naturaleza sobre el cual actúa
la gracia, el amor y la alegría humanos, muestran por el contrario ausencia de caridad y compasión, que es a su vez ausencia de amor y alegría.
Así, el cristiano –sea
sacerdote o laico- que viendo a su prójimo pasar necesidad, no lo socorre, deforma
más la imagen de Dios que el ateo que no cree en Él; el cristiano, laico o
sacerdote, o incluso la institución que se llame a sí misma “católica”, que no
solo no es capaz de vivir la alegría, la afabilidad en el trato cotidiano, el
respeto por el otro, sino que muestra un rostro endurecido, un carácter agrio y
amargo, reflejos de un corazón todavía más endurecido y avinagrado y de una soberbia que lo vuelve incapaz de perdonar y de pedir perdón, ese tal,
debería leer y releer cómo describen al verdadero Dios los santos, entre ellos,
Santa Teresa de los Andes: “amor y alegría”.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario