En
nuestra época, caracterizada por el relativismo religioso, en donde cada uno
quiere creer en lo que mejor le parece, y en donde cada uno se construye su
propia religión y su propio sistema de creencias, según mejor le parece, es
necesario regresar a las fuentes, es necesario escuchar la voz de aquellos que,
desde el más allá, contemplan el rostro de Dios por la eternidad y se alegran
en su presencia, es decir, los santos.
Es necesario escuchar su
voz, porque hoy se levantan múltiples voces que niegan las realidades
ultraterrenas, realidades que se reducen a dos fuegos: el fuego del infierno,
para quienes en esta vida, haciendo mal uso de su libertad, prefirieron
rechazar los Mandamientos de Dios y seguir en cambio los de Lucifer, y el fuego
del Amor divino, que enciende los corazones en un océano infinito de paz, de
amor y de alegría, para quienes eligieron el empinado y pedregoso camino de la Cruz.
En una época como la
nuestra, dominada por la confusión religiosa, en donde la mayoría de los
cristianos, que deberían ser “sal de la tierra y luz del mundo” han apostatado,
porque han abandonado voluntariamente las armas espirituales de la oración, de
la penitencia, del sacrificio y del ayuno, para pasarse en masa al enemigo,
adoptando toda clase de vicios, es necesario entonces, repetimos, escuchar a
los santos, como Santa Brígida de Suecia.
Dice así esta santa,
comentando la respuesta enojada de un soldado ante la prédica de un sacerdote,
en el que hablaba acerca de la severidad del juicio divino[1]: “Predicando
el maestro Matías de Suecia, que compuso el prólogo de este libro, un soldado
le dijo lleno de furor: ‘Si mi alma no ha de ir al cielo, vaya como los
animales a comer tierra y las cortezas de los árboles. Larga demora es aguardar
hasta el día del juicio, pues antes de ese juicio ningún alma verá la gloria de
Dios’. Al oír esto santa Brígida que se hallaba presente, dio un profundo
gemido, diciendo: ‘Oh Señor, Rey de la gloria, sé que sois misericordioso y muy
paciente; todos los que callan la verdad y desfiguran la justicia, son alabados
en el mundo, mas los que tienen y muestran tu celo, son despreciados. Así,
pues, Dios mío, dad a este maestro constancia y fervor para hablar’.
Entonces la Santa en un arrobamiento vio
abierto el cielo y el infierno ardiendo, y oyó una voz que le decía: ‘Mira el
cielo, mira la gloria de que se hallan revestidas las almas, y di a tu maestro:
‘Lo dice esto Dios tu Criador y Redentor. Predica con confianza, predica
continuamente, predica a tiempo o fuera de tiempo, predica que las almas
bienaventuradas y que ya han purgado ven la cara de Dios; predica con fervor,
pues recibirás la recompensa del hijo que obedece la voz de su padre.
Y si dudas quién soy Yo que
te estoy hablando, has de saber que soy el que apartó de ti tus tentaciones”.
Después de oír esto vio otra
vez la Santa el
infierno, y horrorizada de espanto, oyó una voz que decía: “No temas los
espíritus que ves, pues sus manos, que son su poderío, están atadas, y sin
permiso mío no pueden hacer más que una brizna de polvo delante de tus pies.
¿Qué piensan los hombres, confiando que no me he de vengar de ellos, Yo, que
sujeto a mi voluntad los mismos demonios?”.
Entonces respondió la Santa: 2No os enojéis,
Señor, si os hablo. Vos, que sois misericordiosísimo, ¿castigaréis acaso
perpetuamente al que perpetuamente no puede pecar? No creen los hombres que
semejante proceder corresponde a vuestra divinidad, que en el juzgar
manifestáis sobre todo la misericordia, y ni aun los mismos hombres castigan
perpetuamente a los que delinquen contra ellos”.
Y dijo el Espíritu: “Yo soy
la misma verdad y justicia, que doy a cada cual según sus obras, veo los
corazones y las voluntades, y tanto como el cielo dista de la tierra, así
distan mis caminos y mis juicios de los consejos y de la inteligencia de los
hombres. Por tanto, el que no corrige su mal mientras vive y puede, ¿qué es de
extrañar si es castigado cuando no puede? ¿Ni cómo deben permanecer en mi
eternidad purísima los que desean vivir eternamente para siempre pecar? Por
consiguiente, el que corrige su pecado cuando puede, debe permanecer conmigo
por toda la eternidad, porque yo eternamente lo puedo todo, y eternamente vivo”.
Más allá
de esta vida, esperan a todo hombre dos fuegos: el del infierno, y el del Amor
divino. Lo que el hombre elija, ya desde esta vida, eso se le dará, pues Dios
es profundamente respetuoso de la libertad humana, y da a cada uno lo que cada
uno elige: si elige el pecado y la impenitencia, se le da lo que elige, que en
la otra vida se llama “infierno”, y si elige la virtud y la gracia, se le da lo
que elige, que en la otra vida se llama “Cielo”.
Y además, es infinitamente
justo y al mismo tiempo misericordioso, porque sino, no sería Dios.
[1]Cfr. Santa Brígida de Suecia, Profecías y revelaciones, Capítulo 52; http://verdadescristianas.blogcindario.com/2010/05/04487-profecias-y-visiones-de-santa-brigida-de-suecia-sobre-las-revelaciones.html
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