Vida de santidad[1].
Uganda, país de África, fue misionado por los Padres
Blancos del Cardenal Lavigerie, por lo que pronto comenzaron a convertirse al
catolicismo muchos nativos. En ese entonces, el jefe de la nación, llamado
Muanga, tenía el vicio de la homosexualidad y cuando el jefe del personal de
mensajeros del palacio José Makasa, se convirtió al catolicismo, le hizo saber
al jefe que en la Biblia se condena y prohíbe totalmente la homosexualidad y
que la llama una “aberración”, o sea algo abominable, porque va contra la Ley
Divina y por lo tanto es algo totalmente impropio de la persona humana. Le citó
varios pasajes de la Biblia para confirmar sus dichos, como por ejemplo: “la
homosexualidad es un pecado merecedor de la muerte” (Lev 18) y “algo que
va contra la naturaleza” (Rom 1,26) y que los que lo cometen “no
poseerán el Reino de Dios” (1 Cor 6,10). Esto enfureció tanto al rey,
que ordenó asesinar a José Makasa el 15 de noviembre de 1885, y así este llegó
a ser el primero de los 26 mártires de Uganda. Al saber esta terrible noticia,
los demás católicos que trabajaban en el palacio real como mensajeros o
empleados, en vez de acobardarse, se animaron más fuertemente a preferir morir
antes que ofender a Dios.
La
segunda víctima fue un pequeño mensajero llamado Denis. El jefe Muanga quiso
irrespetar a un jovencito llamado Muafa, pero este le dijo, citando la Biblia,
que su cuerpo era un “templo del Espíritu Santo”, y que él se haría respetar
costara lo que costara. El rey averiguó quién le había enseñado al niño estas
doctrinas y le dijeron que era otro de los mensajeros, Denis, por lo que también
le dio muerte. Así este jovencito llegó a ser el segundo mártir San Denis. Antes
de darle muerte, el rey le preguntó: “¿Eres cristiano?” y el niño respondió: “Sí,
soy cristiano y lo seré hasta la muerte”.
Mientras
tanto, el nuevo jefe de los mensajeros, Carlos Luanga (que había reemplazado a
San José Makasa) reunía a todos los jóvenes y los catequizaba recordándoles lo
que enseña San Pablo en la Biblia, acerca de que “los que cometen el pecado de
homosexualidad tendrán un castigo inevitable por su extravío” (Rom 1, 18)
y les recordaba que la “homosexualidad es la tendencia a cometer acciones
impuras con personas del propio sexo”, y que eso no es amor de caridad que
busca el bien de la otra persona, sino que es un “amor de concupiscencia” por
el afecto que se siente hacia personas del propio sexo. Y les narraba cómo las
ciudades de Sodoma y Gomorra fueron destruidas por una lluvia de fuego por
cometer ese pecado, y cómo la Biblia anuncia tremendos castigos para los que lo
cometen. Carlos terminaba sus charlas recordando aquellas palabras de Jesús: “Al
que me confiese delante de los hombres, Yo declararé a su favor en el cielo”.
Con
estas instrucciones de Carlos Luanga, ya todos los jovencitos mensajeros y
empleados del palacio real de Uganda quedaron resueltos a perder su vida antes
que renunciar a las creencias católicas o perder la pureza de su alma con un
pecado de homosexualidad. Y ahora estaba por llegar el desenlace fatal y
sangriento. El rey tenía como primer ministro a un brujo llamado Katikiro, el
cual estaba disgustadísimo porque los que se volvían cristianos católicos, ya
no se dejaban engañar por sus brujerías; entonces se propuso convencer al rey
de que debía hacer morir a todos los que se habían declarado cristianos.
El
cruel Muanga reunió a todos sus mensajeros y empleados y les dijo: “De hoy en
adelante queda totalmente prohibido ser cristiano, aquí en mi reino. Los que
dejen de rezar al Dios se los cristianos, y dejen de practicar esa religión,
quedarán libres. Los que quieran seguir siendo cristianos irán a la cárcel y a
la muerte”. Y luego les dio una orden mortal: “Los que quieran seguir siendo
cristianos darán un paso hacia adelante”. Inmediatamente Carlos Luanga, jefe de
todos los empleados y mensajeros del palacio, dio el paso hacia adelante. Lo
siguió el más pequeño de los mensajeros, que se llamaba Kisito y enseguida veintidós
jóvenes más dieron el paso decisivo. Inmediatamente entre golpes y
humillaciones fueron llevados todos a prisión. El Padre misionero no había
alcanzado a bautizar a algunos de ellos, por lo que estos jóvenes valientes
viendo que su muerte estaba ya muy próxima pidieron a Carlos que los bautizara.
Y allí en la oscuridad de la prisión Carlos Luanga bautizó a los que aún no
estaban bautizados, y se prepararon todos para su paso a la eternidad feliz,
que ya estaba muy cerca.
El
rey los volvió a reunir y les preguntó: “¿Siguen decididos a seguir siendo
cristianos?”. Y ellos respondieron a coro: “Cristianos hasta la muerte”.
Entonces por orden del brujo Katikiro fueron llevados prisioneros a 60
kilómetros de distancia por el camino, y allí mismo fueron asesinados por los
guardias. Después de haberlos tenido siete días en prisión en esas lejanías, en
medio de los más atroces sufrimientos, mientras reunían la leña para el
holocaustos el 3 de junio del año 1886, día de la Ascensión, los envolvieron en
esteras de juntos muy secos, y haciendo un inmenso montón de leña seca los
colocaron allí y les prendieron fuego. Entre las llamas salían sus voces
aclamando a Cristo y cantando a Dios, además de recitar el Credo y esto lo hicieronhasta
el último aliento de su vida. Por el camino se llevaron los verdugos a dos
mártires más, ya mayores de edad. El uno por haber convertido y bautizado a
unos niños (San Matías Kurumba) y el otro por haber logrado que su esposa se
hiciera cristiana (San Andrés Kawa). Ellos se unieron a los otros mártires (de
los cuales 17 eran jóvenes mensajeros) y en total murieron en aquel año veintiséis
mártires católicos por defender su fe y su castidad. Los mártires de Uganda,
con Carlos Luanga a la cabeza, fueron declarados santos por el Papa Pablo VI y
ahora en Uganda hay un millón de católicos, cumpliéndose así el adagio: “La
sangre de los mártires es semilla de nuevos cristianos”.
Mensaje
de santidad.
Los
mártires de Uganda no sólo dieron la vida por la pureza corporal, sino también
por la pureza de la fe, puesto que ambas van unidas: quien es casto y puro, lo
es no por la virtud en sí misma, sino por amor a Cristo, que es la Castidad, la
Pureza y la Inocencia Increadas en sí mismas. Por eso, en su sacrificio, no
sólo debemos ver un homenaje a la virtud de la pureza de cuerpo y alma -que lo
es-, sino también una participación en la Pasión de Cristo, puesto que su muerte
martirial fue un modo de participar de la muerte martirial del Rey de los
mártires, Cristo Jesús. Por último, los mártires de Uganda murieron entonando cánticos
de alabanza a Dios y también rezando el Credo: cuando asistamos a la Santa Misa
y recemos el Credo, recordemos que por las verdades del Credo debemos estar
dispuestos a dar la vida, tal como lo hicieron los santos mártires de Uganda.
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