San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial

San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial
"San Miguel Arcángel, defiéndenos en la batalla, sé nuestro amparo contra la perversidad y acechanzas del demonio; reprímale, Dios, pedimos suplicantes, y tú, Príncipe de la Milicia celestial, arroja al infierno, con el divino poder, a Satanás y a los demás espíritus malignos, que andan dispersos por el mundo para la perdición de las almas. Amén".

viernes, 5 de junio de 2020

San Bonifacio, obispo y mártir


Congregación Obispo Alois Hudal: San Bonifacio, Obispo y mártir ...

          Vida de santidad[1].

          Nació en Inglaterra hacia el año 673; después de haber vivido como monje en el monasterio de Exeter, el año 719 partió para Alemania, dónde predicó la Buena Noticia del Evangelio de Cristo, obteniendo muchas conversiones a la fe católica. Más tarde, fue ordenado obispo y gobernó la Iglesia de Maguncia y con la ayuda de varios colaboradores, fundó o restauró diversas Iglesias en Baviera, Turingia y Franconia. También convocó concilios y promulgó leyes eclesiásticas. En el año 754, mientras evangelizaba a los frisones, fue asesinado por unos paganos. Su cuerpo recibió sepultura en el monasterio de Fulda.

          Mensaje de santidad[2].

          Parte de su mensaje de santidad lo podemos encontrar en una de sus cartas, en las que vela como un “pastor solícito sobre su rebaño”. En esta carta compara a la Iglesia como una “nave que surca los mares del mundo y es azotada por una tormenta” y como toda nave, no debe ser abandonada, sino gobernada: “La Iglesia, que como una gran nave surca los mares de este mundo, y que es azotada por las olas de las diversas pruebas de esta vida, no ha de ser abandonada a sí misma, sino gobernada”.
          Pone como ejemplo de gobierno de la Iglesia a grandes pastores que lo precedieron, quienes gobernaron la Iglesia de Cristo bajo el gobierno civil de emperadores paganos, es decir, en tiempos de mucha dificultad para la difusión de la fe, y cómo estos pastores dieron sus vidas por la Iglesia: “De ello nos dan ejemplo nuestros primeros padres Clemente y Cornelio y muchos otros en la ciudad de Roma, Cipriano en Cartago, Atanasio en Alejandría, los cuales, bajo el reinado de los emperadores paganos, gobernaban la nave de Cristo, su amada esposa, que es la Iglesia, con sus enseñanzas, con su protección, con sus trabajos y sufrimientos hasta derramar su sangre”.
          Luego San Bonifacio confiesa su debilidad para gobernar la Iglesia, pero al mismo tiempo se muestra confiado en las Sagradas Escrituras: “Al pensar en éstos y otros semejantes, me estremezco y me asalta el temor y el terror, me cubre el espanto por mis pecados, y de buena gana abandonaría el gobierno de la Iglesia que me ha sido confiado, si para ello encontrara apoyo en el ejemplo de los Padres o en la sagrada Escritura. Mas, puesto que las cosas son así y la verdad puede ser impugnada, pero no vencida ni engañada, nuestra mente fatigada se refugia en aquellas palabras de Salomón: Confía en el Señor con toda el alma, no te fíes de tu propia inteligencia; en todos tus caminos piensa en él, y él allanará tus sendas. Y en otro lugar: Torre fortísima es el nombre del Señor, en él espera el justo y es socorrido. Mantengámonos en la justicia y preparemos nuestras almas para la prueba; sepamos aguantar hasta el tiempo que Dios quiera y digámosle: Señor, tú has sido nuestro refugio de generación en generación”.
          San Bonifacio continúa diciendo que es Dios quien nos ha impuesto la carga y que, si la sobrellevamos, no es por fuerzas propias, sino con la fuerza misma de Dios y que si nos mantenemos fieles en esta tarea, conseguiremos la vida eterna: “Tengamos confianza en él, que es quien nos ha impuesto esta carga. Lo que no podamos llevar por nosotros mismos, llevémoslo con la fuerza de aquel que es todopoderoso y que ha dicho: Mi yugo es suave y mi carga ligera. Mantengámonos firmes en la lucha en el día del Señor, ya que han venido sobre nosotros días de angustia y aflicción. Muramos, si así lo quiere Dios, por las santas leyes de nuestros padres, para que merezcamos como ellos conseguir la herencia eterna”.       
          Por último, San Bonifacio alienta a “no ser perros mudos” ni “mercenarios que huyen ante el lobo”; por el contrario, anima a ser “pastores fieles que vigilan el rebaño de Cristo, anunciando la Buena Noticia de Cristo a todos los hombres, sin distinción de ninguna clase: “No seamos perros mudos, no seamos centinelas silenciosos, no seamos mercenarios que huyen del lobo, sino pastores solícitos que vigilan sobre el rebaño de Cristo, anunciando el designio de Dios a los grandes y a los pequeños, a los ricos y a los pobres, a los hombres de toda condición y de toda edad, en la medida en que Dios nos dé fuerzas, a tiempo y a destiempo, tal como lo escribió san Gregorio en su libro a los pastores de la Iglesia”.
Al recordar a San Bonifacio, le pidamos que interceda ante Dios Nuestro Señor, para que seamos firmes y fieles en la realización de obras de misericordia, que testimonian así nuestra fe en el Hombre-Dios, Cristo Jesús. Y esto, hasta dar la vida, si fuera necesario.


[2] Cfr. De las Cartas de san Bonifacio, obispo y mártir, Carta 78; MGH, Epistolae 3, 352. 354.

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