San Juan Bautista es uno de los santos más grandes de la
Iglesia Católica y su resplandor de santidad es tan intenso, que es ejemplo de
santidad para todos los cristianos de todos los tiempos y sobre todo para los
cristianos de los últimos tiempos. Él es el último profeta del Antiguo Testamento
y es el primero del Nuevo, y su misión como profeta es la de señalar la Llegada
a este mundo y a la historia de la humanidad, del Mesías, a quien Él llama con
un nombre nuevo y desconocido hasta ese entonces: “el Cordero de Dios que quita
los pecados del mundo”. Él predica un bautismo de conversión, que prepara al
alma para recibir el bautismo en “fuego y en Espíritu”, que será el que
proporcionará el Mesías, Cristo Jesús. El Bautista sabe quién es el Mesías, no
porque el Mesías sea su pariente desde el punto de vista biológico –es su
primo-, sino porque es Dios Padre quien le concede ver, con la luz de la
gracia, al Espíritu Santo posarse sobre Él, con lo cual así el Bautista afirma
que el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo, que es Jesús de Nazareth,
no es un hombre más entre tantos, sino la Segunda Persona de la Trinidad, el
Hijo de Dios encarnado, a quien el Padre ha ungido con el Espíritu Santo desde
el primer instante de su Encarnación en el seno de la Virgen.
El Bautista es ejemplo de santidad para todos los cristianos
de todos los tiempos y por lo tanto es ejemplo de santidad para nosotros, cristianos
del siglo XXI: así como el Bautista ve a Jesús de Nazareth y lo señala
diciendo: “Éste es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo” y lo hace
porque está iluminado por el Espíritu Santo, así nosotros, parafraseando al
Bautista, debemos señalar la Eucaristía y, también iluminados por la luz del
Espíritu Santo, proclamar al mundo que la Eucaristía es “el Cordero de Dios que
quita el pecado del mundo”. Y del mismo modo a como el Bautista predicaba un bautismo
de conversión, en medio del desierto, necesario para recibir el bautismo del
Mesías “en fuego y en Espíritu”, así también nosotros debemos predicar, en el
desierto del mundo, la necesidad de la conversión del corazón, para así recibir
al Espíritu Santo que el Mesías, desde la Eucaristía, envía a quienes lo
reciben con piedad, con fe y con amor.
Al ver pasar a Jesús de Nazareth, el Bautista exclama: “Éste
es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo”; al ver la Eucaristía,
los cristianos debemos postrarnos ante Jesús Sacramentado y proclamar ante el
mundo: “La Eucaristía es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo”. Y por
último, así como el Bautista dio su vida como testimonio de que Jesús es Dios,
así los cristianos debemos estar dispuestos a dar la vida como testimonio de
que la Eucaristía es Cristo Dios en Persona.
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