Nació a principios del siglo II en FIavia
Neápolis—Nablus—, la antigua Siquem, en Samaria, de familia pagana; como
ardiente buscador de la Verdad Absoluta, el itinerario de su conversión a
Cristo pasa a través de la experiencia estoica, pitagórica, aristotélica y
neoplatónica, desde donde llegó a la plenitud de la Verdad en el cristianismo.
Según sus mismas palabras, el santo se encontraba insatisfecho
de las respuestas que le daban las diversas filosofías, por lo que se retiró a
un lugar desierto, a orillas del mar, a meditar. Estando allí, un anciano al
que le había confiado su desilusión le contestó que ninguna filosofía podía
satisfacer al espíritu humano, porque la razón es incapaz por sí sola de
garantizar la plena posesión de la verdad sin una ayuda divina.
Así fue como Justino descubrió el cristianismo a los
treinta años; se convirtió en convencido predicador y, para proclamar al mundo su
descubrimiento, escribió dos Apologías. La primera se la dedicó en el año 150
al emperador Antonino Pío y al hijo Marco Aurelio, y también al Senado y al
pueblo romano. Escribió otras obras, entre ellas la más importante es la
titulada Diálogo con Trifón, y se la recuerda porque abre el camino a la
polémica antijudaica en la literatura cristiana. Gracias a sus escritos sabemos
cómo se explicaba el cristianismo en ese tiempo y cómo se celebraban los ritos
litúrgicos, sobre todo la administración del bautismo y la celebración de la
Eucaristía.
San Justino fue a Roma y allí fue denunciado por
Crescencio, un filósofo con quien Justino había disputado mucho tiempo. El
magistrado que lo juzgó, Rústico, también era un filósofo estoico, amigo y
confidente de Marco Aurelio. Pero para el magistrado, Justino no era más que un
cristiano, igual a sus compañeros, todos condenados a la decapitación por su fe
en Cristo. Todavía hoy se conservan actas auténticas del martirio de Justino.
Mensaje de santidad.
San Justino, como filósofo que era, buscó primero y
encontró después la auténtica sabiduría, que no es una filosofía abstracta,
sino Cristo, la Persona Segunda de la Trinidad encarnada en la humanidad de
Jesús de Nazareth. Una vez conocida la Verdad Absoluta revelada en Cristo
Jesús, confirmó esta Verdad cambiando sus costumbres paganas por las cristianas,
enseñando lo que afirmaba y defendiéndola con sus escritos. Tan convencido
estaba de que Cristo Jesús era la Verdad Absoluta y plena de Dios, revelada por
Dios Hijo en Persona, que por confesarse cristiano y por no renegar de la fe en
Cristo, fue condenado a muerte en el año 165. Podemos decir que San Justino,
entre otras cosas, nos deja dos enseñanzas fundamentales: por un lado, que todo
ser humano tiene sed de la Verdad Absoluta de Dios y que esta sed sólo se puede
saciar en la Fuente de la Sabiduría Divina que es Cristo Dios, el Hijo de Dios encarnado;
por otro lado, nos enseña que hay una prueba de fuego para quien alcanza esta
Verdad Suprema y es el don de la vida propia en testimonio de esta Verdad –que
comprende la Verdad sobre la Eucaristía, porque si Cristo es Dios, entonces la
Eucaristía es Cristo Dios-. Al conmemorar a San Justino, le pidamos la gracia
de, llegado el caso, si así lo dispusiera Dios en sus planes para nosotros,
mantengamos firme la fe en Cristo Dios, hasta dar la vida si fuera necesario.
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