San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial

San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial
"San Miguel Arcángel, defiéndenos en la batalla, sé nuestro amparo contra la perversidad y acechanzas del demonio; reprímale, Dios, pedimos suplicantes, y tú, Príncipe de la Milicia celestial, arroja al infierno, con el divino poder, a Satanás y a los demás espíritus malignos, que andan dispersos por el mundo para la perdición de las almas. Amén".

martes, 2 de junio de 2020

San Justino, mártir


San Justino
          Vida de santidad[1].

Nació a principios del siglo II en FIavia Neápolis—Nablus—, la antigua Siquem, en Samaria, de familia pagana; como ardiente buscador de la Verdad Absoluta, el itinerario de su conversión a Cristo pasa a través de la experiencia estoica, pitagórica, aristotélica y neoplatónica, desde donde llegó a la plenitud de la Verdad en el cristianismo.
Según sus mismas palabras, el santo se encontraba insatisfecho de las respuestas que le daban las diversas filosofías, por lo que se retiró a un lugar desierto, a orillas del mar, a meditar. Estando allí, un anciano al que le había confiado su desilusión le contestó que ninguna filosofía podía satisfacer al espíritu humano, porque la razón es incapaz por sí sola de garantizar la plena posesión de la verdad sin una ayuda divina.
Así fue como Justino descubrió el cristianismo a los treinta años; se convirtió en convencido predicador y, para proclamar al mundo su descubrimiento, escribió dos Apologías. La primera se la dedicó en el año 150 al emperador Antonino Pío y al hijo Marco Aurelio, y también al Senado y al pueblo romano. Escribió otras obras, entre ellas la más importante es la titulada Diálogo con Trifón, y se la recuerda porque abre el camino a la polémica antijudaica en la literatura cristiana. Gracias a sus escritos sabemos cómo se explicaba el cristianismo en ese tiempo y cómo se celebraban los ritos litúrgicos, sobre todo la administración del bautismo y la celebración de la Eucaristía.
San Justino fue a Roma y allí fue denunciado por Crescencio, un filósofo con quien Justino había disputado mucho tiempo. El magistrado que lo juzgó, Rústico, también era un filósofo estoico, amigo y confidente de Marco Aurelio. Pero para el magistrado, Justino no era más que un cristiano, igual a sus compañeros, todos condenados a la decapitación por su fe en Cristo. Todavía hoy se conservan actas auténticas del martirio de Justino.

Mensaje de santidad.

San Justino, como filósofo que era, buscó primero y encontró después la auténtica sabiduría, que no es una filosofía abstracta, sino Cristo, la Persona Segunda de la Trinidad encarnada en la humanidad de Jesús de Nazareth. Una vez conocida la Verdad Absoluta revelada en Cristo Jesús, confirmó esta Verdad cambiando sus costumbres paganas por las cristianas, enseñando lo que afirmaba y defendiéndola con sus escritos. Tan convencido estaba de que Cristo Jesús era la Verdad Absoluta y plena de Dios, revelada por Dios Hijo en Persona, que por confesarse cristiano y por no renegar de la fe en Cristo, fue condenado a muerte en el año 165. Podemos decir que San Justino, entre otras cosas, nos deja dos enseñanzas fundamentales: por un lado, que todo ser humano tiene sed de la Verdad Absoluta de Dios y que esta sed sólo se puede saciar en la Fuente de la Sabiduría Divina que es Cristo Dios, el Hijo de Dios encarnado; por otro lado, nos enseña que hay una prueba de fuego para quien alcanza esta Verdad Suprema y es el don de la vida propia en testimonio de esta Verdad –que comprende la Verdad sobre la Eucaristía, porque si Cristo es Dios, entonces la Eucaristía es Cristo Dios-. Al conmemorar a San Justino, le pidamos la gracia de, llegado el caso, si así lo dispusiera Dios en sus planes para nosotros, mantengamos firme la fe en Cristo Dios, hasta dar la vida si fuera necesario.


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