Según
cuenta su biografía, sus padres eran unos campesinos tan pobres que no podían
enviarlo a la escuela; sin embargo, esto no fue un obstáculo para que San
Isidro recibiera educación, pues sus padres, que eran muy devotos, le enseñaron
la mejor educación del mundo: le enseñaron el temor de Dios, el tener mucho
temor en ofender a Dios con el pecado y además, a tener gran amor de caridad
hacia el prójimo y un enorme aprecio por la oración y por la Santa Misa y la
Comunión. A los diez años quedó huérfano y desde esa edad se empleó como peón
de campo, ayudando en la agricultura a Don Juan de Vargas un dueño de una finca
cerca de Madrid. Siendo ya joven, se casó con una campesina humilde como él,
que llegó a ser santa, también como él, siendo conocida como “Santa María de la
Cabeza”, porque su cabeza es sacada en procesión en rogativas, cuando pasan
muchos meses sin llover. La vida de San Isidro era muy sacrificada: se
levantaba muy de madrugada y nunca empezaba su día de trabajo sin haber
asistido antes a la Santa Misa. Precisamente, por esta razón, algunos de sus
compañeros, movidos por la envidia –San Isidro era muy trabajador- lo acusaron
ante el patrón por “ausentismo” y abandono del trabajo. Para constatar la
veracidad de las denuncias, el señor Vargas se fue a observar el campo y notó
que sí era cierto que Isidro llegaba una hora más tarde que los otros (en aquel
tiempo se trabajaba de seis de la mañana a seis de la tarde) pero mientras
Isidro oía misa, un personaje misterioso –que era en realidad su ángel de la
guarda- le guiaba sus bueyes y estos araban juiciosamente como si el propio
campesino los estuviera dirigiendo. Por esta razón se lo representa a San
Isidro con sus bueyes, que están siendo guiados por un ángel.
Otra
cosa que caracterizaba a San Isidro era su gran caridad: lo que ganaba como
jornalero, lo distribuía en tres partes: para el templo, para los pobres y para
su familia (él, su esposa y su hijito). Los domingos los distribuía así: un
buen rato en el templo rezando, asistiendo a misa y escuchando la Palabra de
Dios. Otro buen rato visitando pobres y enfermos y por la tarde saliendo a
pasear por los campos con su esposa y su hijito.
En
el año 1130 sintiendo que se iba a morir se confesó sacramentalmente y luego de
pedir oraciones por su alma y de recomendar a sus familiares y amigos que
tuvieran mucho amor a Dios y mucha caridad con el prójimo, murió santamente. El
rey Felipe III, curado por la intercesión milagrosa de San Isidro, intercedió
ante el Sumo Pontífice para que declarara santo al humilde labrador, y por este
y otros muchos milagros, el Papa lo canonizó en el año 1622 junto con Santa
Teresa, San Ignacio, San Francisco Javier y San Felipe Neri.
Mensaje de santidad.
San Isidro de Labrador se caracterizó por no tener grandes
conocimientos mundanos, pero sí tenía sabiduría celestial: ante todo, tenía un
gran temor de Dios, que es el “principio de la Sabiduría”, como dice la
Escritura y como parte de este temor de Dios, tenía un gran amor a la Santa
Misa y a la Eucaristía, a la cual asistía todos los días. Otro ejemplo que nos
deja San Isidro es su amor al trabajo y que Dios no se deja ganar en
generosidad, porque si bien es cierto que algunas veces llegaba tarde a causa
de su devoción a la Misa y la Eucaristía, también es cierto que su ángel de la
guarda, como lo pudo comprobar su patrón, hacía su trabajo por él hasta que él
llegara. Otro ejemplo es su responsabilidad hacia la Iglesia, pues donaba
siempre parte de su sueldo para el mantenimiento del culto, además de dar para
los pobres y nunca descuidando a su familia. Sabiduría celestial, temor de
Dios, amor de Dios, amor a la Eucaristía y a la Santa Misa, amor a los pobres y
un gran deseo del cielo en el cumplimiento del trabajo diario, es el
mensaje de santidad que nos deja San Isidro Labrador.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario