El
30 de mayo de 1862 Don Bosco contó el siguiente sueño que tuvo, el cual estaba
referido a la Iglesia. He aquí sus palabras[1]: “Os
quiero contar un sueño. Figúrense que están conmigo a la orilla del mar, o
mejor, sobre un escollo aislado, desde el cual no ven más tierra que la que
tienen debajo de los pies. En toda aquella superficie líquida se ve una
multitud incontable de naves dispuestas en orden de batalla, cuyas proas
terminan en un afilado espolón de hierro a modo de lanza que hiere
y traspasa todo aquello contra lo cual llega a chocar. Dichas naves están
armadas de cañones, cargadas de fusiles y de armas de diferentes clases; de
material incendiario y también de libros, y se dirigen contra otra embarcación
mucho más grande y más alta, intentando clavarle el espolón, incendiarla o al menos hacerle el mayor daño posible.
A
esta majestuosa nave, provista de todo, hacen escolta numerosas navecillas que
de ella reciben las órdenes, realizando las oportunas maniobras para defenderse
de la flota enemiga. El viento les es adverso y la agitación del mar favorece a
los enemigos. En medio de la inmensidad del mar se levantan, sobre las olas,
dos robustas columnas, muy altas, poco distantes la una de la otra. Sobre una
de ellas campea la estatua de la Virgen Inmaculada, a cuyos pies se ve un
amplio cartel con esta inscripción: Auxilium
Christianorum. Sobre la otra columna, que es mucho más alta y más gruesa,
hay una Hostia de tamaño proporcionado al pedestal y debajo de ella otro cartel
con estas palabras: Salus credentium.
El comandante supremo de la nave mayor, que es el Romano Pontífice, al apreciar
el furor de los enemigos y la situación apurada en que se encuentran sus
leales, piensa en convocar a su alrededor a los pilotos de las naves
subalternas para celebrar consejo y decidir la conducta a seguir. Restablecida
por un momento la calma, el Papa reúne a los pilotos, mientras la nave capitana
continúa su curso; pero la borrasca se torna nuevamente espantosa. El Pontífice
empuña el timón y todos sus esfuerzos van encaminados a dirigir la nave hacia
el espacio existente entre aquellas dos columnas, de cuya parte superior todo
en redondo penden numerosas áncoras y gruesas argollas unidas a robustas
cadenas. Las naves enemigas dispónense todas a asaltarla, haciendo lo posible por
detener su marcha y por hundirla. Unas con los escritos, otras con los libros,
con materiales incendiarios de los que cuentan gran abundancia, materiales que
intentan arrojar a bordo; otras con los cañones, con los fusiles, con los
espolones: el combate se torna cada
vez más encarnizado. Las proas enemigas chocan contra ella violentamente, pero
sus esfuerzos y su ímpetu resultan inútiles. En vano reanudan el ataque y
gastan energías y municiones: la gigantesca nave prosigue segura y serena su
camino. A veces sucede que por efecto de las acometidas de que se le hace
objeto, muestra en sus flancos una larga y profunda hendidura; pero apenas
producido el daño, sopla un viento suave de las dos columnas y las vías de agua
se cierran y las brechas desaparecen.
Disparan
entretanto los cañones de los asaltantes, y al hacerlo revientan, se rompen los
fusiles, lo mismo que las demás armas y espolones. Muchas naves se abren y se
hunden en el mar. Entonces, los enemigos, encendidos de furor comienzan a
luchar empleando el arma corta, las manos, los puños, las injurias, las
blasfemias, maldiciones, y así continúa el combate. Cuando he aquí que el Papa
cae herido gravemente. Inmediatamente los que le acompañan acuden a ayudarle y
le levantan. El Pontífice es herido una segunda vez, cae nuevamente y muere. Un
grito de victoria y de alegría resuena entre los enemigos; sobre las cubiertas
de sus naves reina un júbilo indecible. Pero apenas muerto el Pontífice, otro
ocupa el puesto vacante. Los pilotos reunidos lo han elegido
inmediatamente; de suerte que la noticia de la muerte del Papa llega con la de
la elección de su sucesor. Los enemigos comienzan a desanimarse. El nuevo
Pontífice, venciendo y superando todos los obstáculos, guía la nave hacia las
dos columnas, y al llegar al espacio comprendido entre ambas, la amarra con una
cadena que pende de la proa a un áncora de la columna que ostenta la Hostia; y
con otra cadena que pende de la popa la sujeta de la parte opuesta a otra
áncora colgada de la columna que sirve de pedestal a la Virgen Inmaculada.
Entonces se produce una gran confusión.
Todas
las naves que hasta aquel momento habían luchado contra la embarcación
capitaneada por el Papa, se dan a la huida, se dispersan, chocan entre sí y se
destruyen mutuamente. Unas al hundirse procuran hundir a las demás. Otras
navecillas que han combatido valerosamente a las órdenes del Papa, son las
primeras en llegar a las columnas donde quedan amarradas. Otras naves, que por
miedo al combate se habían retirado y que se encuentran muy distantes,
continúan observando prudentemente los acontecimientos, hasta que, al
desaparecer en los abismos del mar los restos de las naves destruidas, bogan
aceleradamente hacia las dos columnas, llegando a las cuales se aseguran a los
garfios pendientes de las mismas y allí permanecen tranquilas y seguras, en
compañía de la nave capitana ocupada por el Papa. En el mar reina una calma
absoluta. Al llegar a este punto del relato, San Juan Bosco preguntó a Beato
Miguel Rúa: “¿Qué piensas de esta narración?”. El Beato Miguel Rúa contestó: “Me
parece que la nave del Papa es la Iglesia de la que es Cabeza: las otras naves
representan a los hombres y el mar al mundo. Los que defienden a la embarcación
del Pontífice son los leales a la Santa Sede; los otros, sus enemigos, que con
toda suerte de armas intentan aniquilarla. Las dos columnas salvadoras me
parece que son la devoción a María Santísima y al Santísimo Sacramento de la
Eucaristía”. Beato Miguel Rúa no hizo referencia al Papa caído y muerto y San
Juan Bosco nada dijo tampoco sobre este particular. Solamente añadió: “Has
dicho bien. Solamente habría que corregir una expresión. Las naves de los
enemigos son las persecuciones. Se preparan días difíciles para la Iglesia. Lo
que hasta ahora ha sucedido es casi nada en comparación a lo que tiene que
suceder. Los enemigos de la Iglesia están representados por las naves que
intentan hundir la nave principal y aniquilarla si pudiesen. ¡Sólo quedan dos
medios para salvarse en medio de tanto desconcierto! Devoción a María Santísima.
Frecuencia de Sacramentos: Comunión frecuente, empleando todos los recursos
para practicarlos nosotros y para hacerlos practicar a los demás siempre y en
todo momento”.
La
interpretación del sueño, realizada por el Beato Miguel Rúa, está bastante
clara. Ahora bien, podríamos decir que el sueño de Don Bosco sobre la Iglesia y
sus tribulaciones es para nosotros, católicos del siglo XXI, pues nunca como
antes en la historia, la Iglesia ha sido tan perseguida como en nuestros días. Muchos
afirman que la actual persecución a la Iglesia supera, en mucho, a las primeras
persecuciones sufridas por ella en la historia. En efecto, en algunos países,
la Iglesia es perseguida de forma cruenta, de manera tal que los edificios
parroquiales son incendiados y destruidos, mientras que los religiosos y
misioneros son amenazados y asesinados; es decir, en muchos países, la
persecución es cruenta, dando en algunos casos lugar a emigraciones masivas de
parte de cristianos, para evitar el ser asesinados –por ejemplo, en Siria, o en
algunas regiones de África; en Siria los perseguidores son los integrantes de
ISIS; en Nigeria, los de Boko Haram, en ambos casos, se trata de milicias
fanáticas musulmanas-. Por otra parte, en otros, países, la Iglesia no es
perseguida cruentamente, pero sí es perseguida igualmente, sobre todo a través
de la legislación que, en todos los casos, es anti-cristiana y contraria en un
todo a la Ley de Dios. Así sucede por ejemplo en Canadá, en donde el lobby
homosexualista y pro-LGBTQ ha logrado sancionar leyes que no solo promueven la
ideología de género a los más pequeños, sino que amenazan con quitar la patria
potestad a los padres que se opongan a las enseñanzas anti-cristianas de la
ideología de género. Y como en Canadá, sucede en una gran mayoría de países que
en otro tiempo fueron cristianos.
Las
naves pequeñas representan entonces el ataque furioso de la Nueva Era y
representa también a las ideologías de género y a la cultura de la muerte, que promueven
el aborto incluso hasta niños a término. El ataque a la Iglesia en nuestros
días arrecia, tanto en su persecución cruenta como en la incruenta; sin
embargo, en el mismo sueño de Don Bosco está explicitado el triunfo de la
Iglesia, triunfo que será posible, tal como lo interpreta el Beato Miguel Rúa,
por la devoción al Inmaculado Corazón de María y por la Adoración Eucarística. Es
significativo que cuando la nave grande del sueño de Don Bosco alcanza las
columnas donde están la Virgen y la Eucaristía, las naves enemigas entran en
confusión y se hunden, siendo derrotadas. Esto quiere decir que debemos
trabajar para difundir tanto la devoción al Inmaculado Corazón, como la
Adoración Eucarística, porque en estas dos devociones está el triunfo de la
Iglesia.
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