Éste apóstol es designado “póstumo”, es decir, fue elegido
luego de la muerte de otro; en concreto, fue elegido para reemplazar a Judas
Iscariote, el apóstol que traicionó a Jesús y luego se ahorcó. Su elección se
llevó a cabo luego de la muerte, resurrección y Ascensión de Jesús. En la
Sagrada Escritura[2]
se narra así la elección: “Después de la Ascensión de Jesús, Pedro dijo a los
demás discípulos: “Hermanos, en Judas se cumplió lo que de él se había anunciado
en la Sagrada Escritura: con el precio de su maldad se compró un campo. Se
ahorcó, cayó de cabeza, se reventó por medio y se derramaron todas sus
entrañas. El campo comprado con sus 30 monedas se llamó Haceldama, que
significa: “Campo de sangre”. El salmo 69 dice: “Su puesto queda sin quién lo
ocupe, y su habitación queda sin quién la habite”, y el salmo 109 ordena: “Que
otro reciba su cargo”. Conviene entonces que elijamos a uno que reemplace a
Judas. Y el elegido debe ser de los que estuvieron con nosotros todo el tiempo
en que el Señor convivió con nosotros, desde que fue bautizado por Juan
Bautista hasta que resucitó y subió a los cielos”. Los discípulos presentaron
dos candidatos: José, hijo de Sabas y Matías. Entonces oraron diciendo: “Señor,
tú que conoces los corazones de todos, muéstranos a cuál de estos dos eliges
como apóstol, en reemplazo de Judas”. Echaron suertes y la suerte cayó en
Matías y fue admitido desde ese día en el número de los doce apóstoles”. A su
vez, San Clemente y San Jerónimo dicen que San Matías habría sido uno de los setenta
y dos discípulos que Jesús mandó una vez a misionar, de dos en dos. Por otra
parte, una antigua tradición cuenta que murió crucificado, pintándolo con una
cruz de madera en su mano, hecho por el que los carpinteros le tienen especial
devoción.
Mensaje de santidad.
Muchos llaman a San
Matías como “apóstol gris”, en el sentido de que no brilló de manera especial,
sino que fue como uno de tantos de nosotros, es decir, como un discípulo más del
montón. Sin embargo, a pesar de ser un santo “del montón”, es santo y Apóstol
de Cristo. San Matías nos demuestra que se puede alcanzar el cielo sin hacer
grandes milagros, sin tener una gran fama de santidad, sin hacer cosas
espectaculares. Esto es así porque la santidad no consiste en nada de esto,
sino en el cumplimiento diario, heroico hasta dar la muerte, de las virtudes
cristianas. No es necesario hacer grandes milagros para ser santos, pero sí se
necesita vivir en gracia, adquirirla si se la ha perdido, conservarla si se la
tiene y acrecentarla cada vez que sea posible; no es necesario, para ser
santos, tener un gran renombre de santidad: basta con vivir de cara a Dios, en
gracia, cumpliendo con el deber de estado, sea el de Presidente de la Nación o
el de barrendero de la plaza; para ser santos, no se necesitan hacer obras
monumentales, sino hacer las pequeñas obras de cada día con el amor de Cristo y
por el Amor de Cristo. Esto es lo que hizo San Matías Apóstol y por eso llegó
al cielo; así, San Matías nos anima a nosotros, fieles que somos “del llano” y
que no estamos en las altas cumbres de la santidad ni hacemos obras
esplendorosas, para alcancemos la santidad; nos anima y nos hace saber que para nosotros, hombres sencillos y pequeños, la santidad
también está al alcance de la mano. Sólo se debe hacer lo que hizo San Matías:
amar a Cristo, vivir en gracia, obrar la misericordia y morir en gracia. A él
nos encomendamos los fieles de a pie, para que también nosotros, desde la vida
común de cada día, viviendo en gracia y con amor a Dios en el corazón, alcancemos
la santidad y vivamos con él, por toda la eternidad, adorando al Cordero de
Dios.
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