Muchos
caracterizan, injustamente, a la devoción del Sagrado Corazón de Jesús, de ser una
devoción “sensiblera” o “afectiva”, que consiste simplemente en afectos o
sentimientos; para sostener estas falsas acusaciones, se basan en una
interpretación errónea tanto del simbolismo del corazón humano como del
simbolismo y significado del Corazón de Jesús. En la devoción al Sagrado
Corazón de Jesús, no hay nada que se parezca mínimamente a la sensiblería o a
la afectividad superficial, puesto que el objeto central de esta devoción, el Sagrado
Corazón de Jesús, no es el corazón de un hombre más entre tantos, sino el Corazón
del Hombre-Dios Jesucristo, Persona Segunda de la Santísima Trinidad. Intentaremos
explicar, brevemente, por qué nada tienen que ver, en esta devoción, la
sensiblería y la afectividad superficial.
En
las Apariciones, Jesús se presenta ante Santa Margarita y le muestra un
Corazón, que es, obviamente, el suyo, en la mano, rodeado de espinas, envuelto
en llamas, traspasado, y con una cruz en su base, y le dice: “He aquí el
Corazón que tanto ha amado a los hombres y que no ha ahorrado nada hasta el
extremo de agotarse y consumirse para testimoniarles su amor. Y, en
compensación, sólo recibe, de la mayoría de ellos, ingratitudes por medio de
sus irreverencias y sacrilegios, así como por las frialdades y menosprecios que
tienen para conmigo en este Sacramento de amor. Pero lo que más me duele es que
se porten así los corazones que se me han consagrado”.
Quienes
contemplen y escuchen a Jesús hasta aquí, podrían preguntarse lo siguiente: su
Corazón, y por lo tanto el amor con el cual Él ha amado a los hombres y no ha
sido correspondido; ¿es el corazón de un mero hombre? ¿Divinizado, santificado
por la gracia, puesto que ahora es santo, pero es nada más que el corazón de un
hombre? De hecho, lo que Jesús muestra a Santa Margarita, es un corazón humano.
Si bien presenta elementos que pueden considerarse sobrenaturales –está estrechado
por una corona de espinas, se encuentra traspasado y fluye sangre y agua, está
envuelto en llamas, es transparente como el cristal y brillante como el sol y
tiene en su base una cruz-, no deja de ser un corazón humano[1].
Y
la respuesta es que sí, es verdad de que se trata de un corazón físico humano,
y de que por lo tanto, se encuentra comprendido su doble amor humano, el
sensible y el espiritual, vivificados por la caridad infusa, más el Amor
divino, debido al misterio de la unión hipostática, es decir, al misterio de la
unión de la naturaleza humana de Jesús en la Persona del Verbo de Dios[2].
Esto
tiene una gran importancia para la vida espiritual, desde el momento entonces,
en que no se trata de un mero corazón humano, sino de un corazón humano unido
hipostáticamente, personalmente, a la Persona Segunda de la Trinidad y, por lo
tanto, que se encuentra en relaciones con las otras Divinas Personas, con lo
que se puede decir que el Corazón de Jesús, si bien es el “Corazón del Hijo”,
se puede decir, en cierta manera, por la relación con las otras personas de la
Trinidad, que es el “Corazón de Dios”. De manera tal que las quejas presentadas
por Jesús con relación a su Sagrado Corazón –ingratitudes, irreverencias,
sacrilegios, sumados a las frialdades, menosprecios en el Sacramento del Amor ,
es decir, la Eucaristía-, son quejas presentadas por la Trinidad en pleno,
debido a la relación entre el misterio de la Santísima Trinidad y el culto al
Sagrado Corazón de Jesús.
Por
un lado, el Corazón físico del Redentor es
símbolo e imagen de la Caridad Divina[3],
lo cual significa que el culto al Sagrado Corazón se identifica con el culto al amor divino y
humano del Verbo de Dios Encarnado y con el amor mismo con el que el Padre y el
Espíritu Santo aman a los hombres. Vemos entonces cómo, en las apariciones a
Santa Margarita, no solo no se trata de mero amor humano, sino del amor
trinitario, tal como se lo dice el mismo Sagrado Corazón a Santa Margarita: “Mi
Divino Corazón arde con un amor tan grande por los hombres y particularmente
por ti que no puede retener más en sí las llamas de este fuego. Por lo tanto, a
través tuyo, debe manifestarse para enriquecer a los hombres con los
maravillosos tesoros que te revelo a ti”[4].
Pero
también entre los grandes místicos del Medioevo ya había habido revelaciones de
la relación entre el Corazón del Redentor y su Amor Increado, como por ejemplo,
con Santa Matilde y Santa Gertrudis la Grande. Santa Matilde escribe,
recordando una de las comunicaciones del Redentor: “Él se inclinó y me dijo: ‘Toma
todo mi Corazón divino’. Y sentí entrar en el alma como un torrente, con gran
ímpetu…que provenían del Corazón de Dios”. Santa Gertrudis: “Dirigida hacia el
amorosísimo Corazón de Dios, vio cómo el Corazón divino, en el cual está
escondido todo bien, se le abría un enorme Paraíso, pleno de delicias y
beatitudines”.
En
otras palabras, cuando Jesús se presenta con su Sagrado Corazón, no está
simbolizando con él su solo amor creado humano; pero ni siquiera tampoco su
amor teándrico, es decir, su amor creado humano divinizado en virtud de su
unión con la Persona del Verbo. No, el Amor del Sagrado Corazón no es solo el
amor teándrico, es decir, humano por su naturaleza y divinizado porque
pertenece a la Persona Divina del Verbo, sino que sería además y principalmente
el Amor Increado[5]
del Hijo de Dios hecho hombre[6].
La
relación entre el Corazón físico de Jesús y su Amor divino es directo y
explícito, en virtud de la unión hipostática, personal, con la Segunda Persona
de la Trinidad; en cambio, el simbolismo del Corazón de Jesús en relación al Amor
del Padre y del Espíritu Santo es explícito con motivo de la naturaleza y de la
íntima inmanencia o compenetración de las Divinas Personas entre sí (circuminsessio), pero sobre todo
indirecto o correlativo, por la distinción y oposición relativa que siempre
permanece, aun en la simultaneidad real y conceptual entre las Divinas
Personas.
Sobre
la base de los principios de la teología trinitaria, se puede concluir que en
realidad el Corazón de Cristo, por el hecho mismo que es símbolo natural del
Amor increado subsistente en el Verbo, es decir del Verbo como Amante, es
también símbolo del Padre y del Espíritu Santo como Amantes en el Verbo y con
el Verbo a la humanidad. Decir entonces “Amor Increado”, equivale a decir Dios
amante: Padre, Hijo y Espíritu Santo[7].
Esto
quiere decir que el Sagrado Corazón de Jesús nos ama no solo con su amor humano
divinizado, debido a su unión con la Persona Segunda de la Trinidad, el Hijo,
sino que nos ama con el Amor Increado de la Trinidad, el Espíritu Santo, el
Amor con el cual el Padre y el Hijo se aman desde la eternidad. Es decir, al
presentarnos su Sagrado Corazón, Jesús nos presenta aquello que simboliza el
corazón, que es vida y amor, y en este caso, se trata de la Vida y del Amor de
Dios Uno y Trino. Pero en la comunión eucarística, nos comunica realmente
aquello que está simbolizado en su Sagrado Corazón: la Vida y el Amor
trinitarios.
De
esto resulta también la magnitud del desprecio y de la ofensa, los ultrajes y
sacrilegios al Sagrado Corazón de Jesús, porque se trata de despreciar, ofender
y cometer sacrilegio contra el Amor Trinitario que se ofrece, sin reservas, en
el Santísimo Sacramento del altar, la Eucaristía. Ésta es la razón del pedido
de Jesús a Santa Margarita, de la comunión reparadora de la Solemnidad del Primer
Viernes después de Corpus: “Por eso te pido que el primer viernes después de la
octava del Corpus se celebre una fiesta especial para honrar a mi Corazón, y
que se comulgue dicho día para pedirle perdón y reparar los ultrajes por él
recibidos durante el tiempo que ha permanecido expuesto en los altares. También
te prometo que mi Corazón se dilatará para esparcir en abundancia las
influencias de su divino amor sobre quienes le hagan ese honor y procuren que
se le tribute”.
Finalmente,
si, como vemos, lo que Jesús nos entrega en la devoción no es un mero corazón
humano, sino el Corazón mismo de Dios, con su contenido, el Amor Increado de
Dios Uno y Trino, y ese don de su Sagrado Corazón nos lo renueva, oculto bajo
las especies sacramentales eucarísticas, ¿no deberíamos replantearnos, como
mínimo, la frialdad e indiferencia con la que recibimos la Eucaristía en cada
comunión?
[1] Cfr. Luigi M. Ciappi, La SS, Trinitá e il Cuore SS. Di Gesú. Natura dei rapporti tra i due
misteri e loro importanza per la vita spirituale,117,
[3] –y no de mero amor humano-: “la
misma Divina Caridad se propone para ser honorada con especial culto y las
riquezas de su bondad se desvelan en la devoción con la cual honoramos al
Corazón sacratísimo de Jesús, en el cual se esconden todos los tesoros de la
sabiduría y de la ciencia”.Cfr. Encíclica Misererentiissimus Redemptor; Annum
Sacrum.
[4] Santa Margarita, Vita e
Rivelazione, 75, cit. Da Jossef Stierli, Cor Salvatoris, Morcelliana, 1956,
128.
[5] Decir “”Amor Increado”, equivale
a decir Dios Amante: Padre, Hijo y Espíritu Santo.
[6] Cfr. Luigi M. Ciappi, La SS, Trinitá e il Cuore SS. Di Gesú. Natura dei rapporti tra i due
misteri e loro importanza per la vita spirituale,117,
[7] El simbolismo
del Corazón de Jesús es de una trascendencia absoluta, puesto que alcanza a las
Tres Divinas Personas de la Santísima Trinidad, aunque no se trata sino de una
representación analógica, infinitamente distante de la realidad significada. Cfr. ibidem.
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