San
Josemaría Escrivá de Balaguer sostenía que como cristianos, podíamos alcanzar la santidad, no
haciendo cosas extraordinarias, sino todo lo contrario: por medio de las cosas
ordinarias, por medio de las cosas de todos los días[1]. Él
decía que el cristiano podía lograr la santidad a través del trabajo cotidiano,
pero para poder alcanzar la santidad de esa manera, se necesita ser un alma de
profunda vida interior, de mucha oración: “Cuando se vive de este modo, todo es
oración, todo puede y debe llevarnos a Dios, alimentando ese trato continuo con
Él, de la mañana a la noche. Todo trabajo puede ser oración, y todo trabajo,
que es oración, es apostolado”[2]. Es
decir, San Josemaría sostenía que el cristiano lograba la santidad de esta
manera: oración, vida interior, trabajo –estudio, etc.-, santidad y apostolado,
porque el trabajo hecho santamente, como producto de la oración, se convierte
en testimonio de vida cristiana.
De esta manera, se convierte el deber de estado en un altar
en donde se ofrecen a Dios las labores de cada día, las cuales, por ser
ofrecidas a Él, no pueden ser ofrecidas de cualquier manera, sino que deben ser
realizadas con la mayor perfección posible, para que se cumpla el pedido de
Jesús: “Sed perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto” (Mt 5, 48). El
trabajo así realizado, no se convierte en “perfeccionismo”, puesto que la
perfección de la que habla Jesús es en el Amor, ya que “Dios es Amor” (1 Jn 4, 8), y ve el grado de amor que
ponemos en la realización de las obras que le dirigimos a Él, y no la obra en
sí misma. Así, al ver Dios -que es Amor-, que le damos una obra hecha con amor –este
deseo surge a su vez de la vida de oración-, nos devolverá más amor, lo cual
nos hará crecer en santidad, y es en eso en lo que consiste la santificación en
el trabajo cotidiano, según San Josemaría. Alcanzamos la santidad, entonces,
cuando convertimos a nuestro estado de vida –trabajo, estudio, etc.-, en un
altar que es prolongación del altar interior, en donde se elevan cánticos y
oraciones de alabanzas en honor de Dios, sólo que el cántico y la alabanza -esto es, la
oración interior-, fruto del Amor a Dios, se convierte en trabajo o en estudio,
en cumplimiento del deber de estado, fruto también del Amor a Dios. La santidad
por el cumplimiento del deber de estado es cumplir este deber de estado a la
perfección, pero se trata de cumplirlo a la perfección no por la perfección en
sí misma, sino para “ser perfectos en el Amor”.
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