Dentro de la vida de santidad de San Antonio de Padua, se
destaca un episodio, que se califica dentro de los denominados “milagros
eucarísticos”, y dentro de los milagros eucarísticos, uno de los más asombrosos
de todos los ocurridos a lo largo de todos los siglos en la historia de la
Iglesia.
Sucedió que un hereje, llamado Bonino, que no creía en la
Presencia real y verdadera de Nuestro Señor en la Eucaristía, desafió
públicamente a San Antonio, quien era un ferviente defensor de la Presencia
real, verdadera y substancial de Jesús en la Hostia consagrada. El desafío
consistía en lo siguiente: Bonino poseía una mula, entonces, él la sometería a
un ayuno total de alimentos y de agua durante tres días y tres noches, al cabo
de los cuales, la soltaría en la plaza pública. Pero para comprobar que Bonino
tenía razón, es decir, que Jesús no estaba Presente en la Eucaristía, él y San
Antonio harían lo siguiente: él se colocaría en un extremo de la plaza, con alfalfa fresca y abundante,
y además con mucha agua fresca; a su lado, estaría, de pie, San Antonio de
Padua, con la custodia, portando el Santísimo Sacramento del altar. Según el
impío razonamiento de Bonino, puesto que Jesús no estaba Presente en la
Eucaristía, el animal, llevado por su instinto racional, lo único que haría, sería
dirigirse directamente hacia la alfalfa y el agua, ignorando por completo a San
Antonio y la custodia, puesto que allí no había nada de interés para el animal.
San Antonio aceptó el desafío y el animal fue puesto ayuno durante tres días y
tres noches. Llegada la hora de la verdad, se colocaron, tal como lo habían
pactado, Bonino con la alfalfa y el agua, de un lado, y San Antonio de Padua,
con la custodia y el Santísimo Sacramento, al lado. En el otro extremo de la
plaza, llevaron a la mula, debilitada casi al extremo luego de tanto tiempo de
estar privada de alimento. A la orden de Bonino, soltaron al animal; en ese
momento, San Antonio realizó la siguiente oración: “En virtud y en nombre del Creador,
que yo, por indigno que sea, tengo de verdad entre mis manos, te digo, oh
animal, y te ordeno que te acerques rápidamente con humildad y le presentes la
debida veneración, para que los malvados herejes comprendan de este gesto
claramente que todas las criaturas están sujetas a su Creador, tenido entre las
manos por la dignidad sacerdotal en el altar”[1]. Incluso
antes de que San Antonio hubiera finalizado la oración, la mula, en vez de
dirigirse al alimento, tal como se lo hubiera indicado su instinto irracional,
ignorando por completo el alimento, se dirigió directamente hacia donde se
encontraba el santo con la custodia y al llegar a él, dobló sus patas
delanteras, se arrodilló, y bajó la cabeza, en evidente señal de adoración al
Santísimo Sacramento del altar, que portaba San Antonio en la custodia. Bonino,
que en el fondo era una buena persona, viendo el prodigio, cumplió su palabra y
regresó a la fe católica, creyendo en la Presencia real, verdadera y
substancial de Nuestro Señor Jesucristo en la Eucaristía, en virtud de la
Transubstanciación.
Ahora bien, este clamoroso milagro eucarístico, nos lleva a hacernos
algunas preguntas: si un animal irracional fue capaz de doblar sus patas para
adorar a Nuestro Señor, Presente en la Eucaristía, con su Cuerpo, su Sangre, su
Alma y su Divinidad, ¿por qué no doblan sus rodillas ante Jesús Sacramentado, imitando,
de la misma manera, a la mula de Bonino, cientos de miles de jóvenes, como seres
racionales que son que, además de estar dotados de razón, se les concede el don
de la gracia santificante? ¿Y por qué, en vez de no sólo no doblar sus rodillas
ante Jesús Sacramentado, se postran ante los modernos ídolos neo-paganos del
mundo de hoy, ídolos vacíos de toda vacuidad –el fútbol, la política, la música
anti-cristiana, el dinero, la violencia, la droga, la sensualidad, las
estrellas de cine-, que sólo les provocan tristeza, dolor, angustia y muerte? Si
tan solo siguieran el ejemplo de la mula de Bonino y doblaran sus rodillas y
adoraran a Jesús Sacramentado, ¡cuán diferentes serían sus vidas!
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