¿Cuál es el mensaje de santidad que nos da San Expedito? Para
saberlo, tenemos que observar su imagen y conocer su historia. Al contemplar su
imagen, podemos constatar que San Expedito sostiene en alto la cruz de Jesucristo
con su mano derecha, mientras que con su pie, aplasta a un cuervo negro; en la
cruz, hay una inscripción en latín que dice: “hodie” y que traducida significa “hoy”;
a su vez, el cuervo, aplastado bajo el pie de San Expedito, sostiene en su pico
la inscripción latina “cras”, que significa “mañana”. Según narra el
martirologio romano, San Expedito, que era un oficial del imperio romano[1],
en un momento determinado de su vida, recibió una gracia de parte de
Jesucristo, para que abandonara su vida de pagano y comenzara a vivir la vida
nueva de los hijos de Dios, la vida de la gracia. Sin embargo, en ese mismo
momento, se le apareció el Demonio en forma de cuervo negro, que comenzó a
revolotear alrededor suyo, graznando y repitiendo con voz gutural: “cras, cras,
cras”. Es decir, mientras Jesucristo lo llamaba a la conversión, a abrazar la
cruz y la vida de la gracia, el demonio lo tentaba y lo seducía, diciéndole
falsamente que ya tendría tiempo de convertirse, que dejara la conversión para
mañana, que continuara con su vida de pagano, alejado de la vida de la gracia. Pero
San Expedito, aferrándose a la cruz de Jesucristo, obteniendo la fuerza divina
de la cruz de Jesús, dijo con firmeza: “Hodie, hoy! ¡Hoy me convertiré en
cristiano! ¡Hoy, ya responderé a la gracia, y no mañana! ¡Hoy seguiré a Jesucristo
y no mañana! ¡Hoy cargaré mi cruz para ir detrás de Jesús y no mañana!”. Y diciendo
esto, movió su pie con toda velocidad y aplastó con fuerza al Demonio en forma
de cuervo, que desprevenidamente había dejado de volar y se le había acercado
caminando hasta quedar a pocos centímetros de distancia, convirtiéndose en
blanco fácil para San Expedito.
A todo ser humano se le presenta, a cada momento de la vida,
la misma oportunidad de San Expedito: o la vida de pecado, o la vida de la
gracia. A cada momento, podemos elegir, entre la cruz de Jesucristo y su
gracia, o la vida de pecado y su consecuencia, el ser esclavos de Satanás. A San
Expedito se le presentaron dos vidas muy bien diferenciadas, y la que él
eligiera, esa le sería dada: o la vida de la gracia, que brotaba del Árbol de
la cruz de Jesús, que era la vida eterna del Ser divino, o la vida del pecado, que
surgía como un líquido pestilente, de su propio corazón, manchado por el pecado
original, y del Ángel caído, y que lo llevaba a vivir dominado por sus pasiones
-ira, lujuria, pereza, gula, avaricia, envidia, soberbia- y a cometer toda
clase de pecados: borrachera, asesinatos, robos, brujería, etc. San Expedito,
sin dudarlo un solo instante, contemplando la belleza del Ser trinitario de
Dios, que habitaba en su plenitud en Jesucristo, el Hombre-Dios, dijo: “Hodie!”,
“¡Hoy!” y, con la fuerza de la cruz, aplastó velozmente la cabeza del cuervo, comenzando
así su vida cristiana, la que lo llevaría poco tiempo después al Reino de los
cielos por medio del martirio. Al conmemorar a San Expedito, le pedimos por la
verdadera causa urgente: la conversión del corazón, para nosotros y para
nuestros seres queridos, puesto que todo lo demás, comparada con esta gracia,
carece de importancia.
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