San Isidro fue un agricultor de grandes contrastes: de muy
escasa instrucción en ciencias humanas, era al mismo tiempo muy sabio en
sabiduría divina, pues dedicaba gran parte de su tiempo a la oración; era muy
pobre humanamente, ya que no poseía prácticamente ningún bien material, pero poseía,
desde niño, y hasta su muerte, un gran amor a la Santa Misa y a la Santa
Eucaristía, y así, siguiendo el consejo de Nuestro Señor, “atesoró tesoros en
el cielo” (cfr. Mt 6, 20), pues se
consiguió una mansión en el Reino de los cielos, en donde habita para siempre. Sus padres le inculcaron, desde muy
pequeño, un gran amor a la oración, a la Santa Misa y a la Eucaristía[1], y
esa es la razón por la cual, ya de adulto, cuando su oficio era el de
agricultor, llegaba tarde a su lugar de labranza y por eso fue denunciado, por
envidia, por algunos de sus compañeros, a pesar de lo cual, su producción como
labrador fue siempre el doble que la de sus compañeros, porque mientras San
Isidro asistía a Misa, el que araba los bueyes, para que él asistiera a Misa,
era su ángel de la guarda, y ésa es la razón por la cual se lo representa, en
las imágenes y esculturas, con un ángel que está arando con los bueyes.
¡Cuán diferentes son los hombres de hoy, que desprecian todo
lo que amaba San Isidro Labrador, la oración, la Santa Misa y la Eucaristía! Los
hombres de hoy, prefieren las diversiones mundanas, la televisión, internet, el
fútbol, el deporte, las carreras, la política, los paseos, cualquier cosa,
antes que elevar la mente y el corazón en oración a Nuestro Señor Jesucristo,
Presente en Persona en la Eucaristía; los hombres de hoy prefieren pasar horas
ante un aparato que emite sonidos y que mira a través de una pantalla
multicolor y que presenta la vida llena de risas, de carcajadas, de cosas para
comprar, para disfrutar, de pecados para gozar y de mandamientos divinos para
evitar, pero que en el fondo es un ídolo muerto, inerte, que a la hora de la
muerte está ausente y que no puede evitar la eterna condenación. El hombre de
hoy ama la televisión, la computadora, el estadio de fútbol, las carreras, los
paseos, las diversiones y los placeres ilícitos, y evita la oración, la Santa
Misa y la Eucaristía, evitándolos como si fueran la peste, y no se da cuenta
que son la fuente de vida y de vida eterna. El hombre de hoy no ama la oración,
no ama la Santa Misa y no ama la Eucaristía, como lo hacía San Isidro Labrador,
que era un campesino analfabeto y pobre a los ojos de los hombres, pero sabio y
rico para el cielo, porque San Isidro Labrador amaba la oración, la Eucaristía
y la Santa Misa, porque comprendía que allí se encontraba la fuente inagotable
de la Sabiduría divina y de la riqueza que da la verdadera felicidad al hombre,
una felicidad que, comenzando en esta vida, se extiende a la otra vida, a la
vida eterna, y no finaliza más, porque continúa para siempre, en el Reino de
los cielos. Muchos, en nuestros días, tienen por cosa de poca monta aquello que
hizo sabio y rico, a los ojos de Dios, a San Isidro Labrador: la oración, la
Eucaristía y la Santa Misa. Que San Isidro Labrador interceda para que también
nosotros seamos, como él, ignorantes en las cosas del mundo, pero sabios con la
Sabiduría divina, y pobres de riquezas materiales, pero ricos por poseer
tesoros en el cielo: obras buenas, oración, Eucaristías y Santas Misas
asistidas con devoción y amor.
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