En
las persecuciones a los cristianos del año 250, el emperador Quinciano le
ofreció a Santa Águeda la posibilidad de salvar su vida a cambio de hacer una
ofrenda a los dioses paganos. La misma consistía simplemente en quemar unos
pocos granos de incienso en los pebeteros que ardían delante de las imágenes de
los ídolos paganos y en participar de las comidas que se hacían en su honor[1]. Si
Santa Águeda hubiera cedido, habría salvado su vida terrena, porque el
emperador no la habría ejecutado, pero habría perdido su vida eterna, porque
con esto habría indicado que elegía al Príncipe de las tinieblas y no a
Jesucristo. Todos sabemos, por las Actas del martirio, que Santa Águeda se negó
a quemar incienso a los ídolos y a participar en sus banquetes, con lo cual
perdió su vida terrena, porque fue ejecutada por el emperador, pero la ganó
para la vida eterna, porque así manifestó que elegía como Rey a Jesucristo,
salvando su alma al ser recibida por el Rey de la gloria.
Los
mártires como Santa Águeda tienen muy presentes, a lo largo de la vida, pero
sobre todo en la hora del martirio, las palabras de Cristo: “El que quiera
salvar su vida la perderá, pero el que pierda su vida por Mí, la encontrará” (Mt 16, 21-27). En este sentido, los
mártires iluminan nuestro paso por la vida porque quienes no sufrimos
persecuciones cruentas, como Santa Águeda, sí en cambio debemos elegir, a cada
paso, entre la muerte o la vida, entre el pecado o la gracia, entre los ídolos
neo-paganos del mundo moderno, o Cristo. Al celebrar la memoria de Santa
Águeda, le pedimos que interceda para que nuestra elección sea siempre perder
la vida por Cristo para ganarla para la vida eterna.
[1]
De modo análogo, equivaldría en nuestros días a encender una vela en alguno de
los altares de los ídolos neopaganos llamados Gauchito Gil o San La Muerte y
participar en sus procesiones y en sus bailes y posteriores beberajes.
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