El P. Eliécer Sálesman recoge una anécdota de la Guerra
Civil Española, en la cual un general español se salva de ser fusilado gracias
a tres Avemarías: “”[1]. La
devoción que la Virgen María le revela a Santa Matilde, el rezo de tres
Avemarías todos los días, pidiendo la gracia de no caer en pecado mortal, salva
también la vida, pero no solo la física, sino ante la vida eterna del alma, porque
promete que quien cumpla con esta devoción, será protegida por la Madre de Dios
durante esta vida y, en el momento de la muerte, será asistida por la Virgen,
quien le alcanzará todas las gracias necesarias para la eterna salvación.
La
devoción consiste en el rezo diario de tres Avemarías –pueden rezarse tres a la
noche, aunque también se pueden agregar tres al levantarse, como modo de
consagrar el día a la Virgen de esta manera: “María Madre mía, líbrame de caer
en pecado mortal. Por el poder que te concedió Dios Padre: ‘Dios te salve,
María; llena eres de gracia; el Señor es contigo; bendita Tú eres entre todas
las mujeres, y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús. Santa María, Madre de
Dios, ruega por nosotros, pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén”.
Por
la sabiduría que te concedió Dios Hijo: ‘Dios te salve, María; llena eres de
gracia…’.
Por
el Amor que te concedió Dios Espíritu Santo: ‘Dios te salve, María; llena eres
de gracia…”.
Luego,
para finalizar, se reza un Gloria: “¡Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu
Santo. Como era en el principio, ahora y siempre por los siglos de los siglos.
Amén!”.
Como puede verse, es una devoción muy simple, pero al mismo
tiempo, debido a la promesa de la Virgen, posee en su simplicidad una gran
fortaleza y efectividad, y la razón es que la Virgen María participa, en el
mayor grado que una creatura humana o angélica pueda hacerlo, de los principales
atributos de las Tres Divinas Personas de la Santísima Trinidad: Dios Padre le
ha concedido participar en su poder omnipotente, como no lo concedió a ninguna
creatura y a ningún ángel, y en virtud de este poder, la Virgen María aparece
en el Génesis aplastando la cabeza -con su delicado piecito femenino- del
Dragón infernal, y ante su solo nombre, “María”, Satanás y el infierno todo
tiemblan de espanto y huyen invadidos del más grande terror; Dios Hijo le
concedió participar de su Sabiduría, como no lo hizo ni lo hará con ninguna
creatura, humana o angélica, y por este motivo, donde está María, Madre de la
Sabiduría, no entran en el error, la herejía, el cisma, la apostasía, y brillan
con esplendor divino el conocimiento sobrenatural de los misterios absolutos de
Cristo, su Hijo; Dios Espíritu Santo, la hizo participar de su Amor y de su
Pureza en un grado eminentísimo, mucho más alto que el de los más grandes
ángeles y santos, y por eso mismo, donde está la Virgen, está el Amor a
Jesucristo y el deseo ardiente de seguirlo camino de la Cruz y en imitarlo en
su mansedumbre y humildad.
Con la devoción de las Tres Avemarías confiada a Santa
Matilde, la Virgen nos concede la gracia de participar, según nuestra
disposición, de las mismas virtudes con las cuales fue adornada por las Tres
Personas de la Santísima Trinidad. Y aquí radica toda la fuerza de su
implacable eficacia en salvar almas.
[1] Cfr. Cfr. Ejemplos Marianos. 234 Casos históricos interesantes, Editorial San
Pablo Ecuador, Quito 2006, 100.
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