Vida
de santidad.
San
Justino Mártir nació en Neápolis (actual Nablus en Samaria, Palestina) hacia el
año 100 de nuestra era y murió en el martirio, dando la vida por Cristo en el
año 165 en Roma. Se caracterizaba por un gran deseo de saber y de alcanzar la
verdad. Esto lo llevó a recorrer diferentes escuelas filosóficas como la de los
estoicos, los peripatéticos, los pitagóricos y los neoplatónicos. Esta sed por
la Verdad fue la que lo condujo a convertirse a Cristo, que es la Verdad Increada;
su conversión a Cristo le llegó a través de un anciano cristiano en Éfeso,
quien le enseñó la fe católica por medio de la lectura del Antiguo y el Nuevo
Testamento. Según las actas notariales de su martirio fue decapitado bajo el
prefecto Junio Rústico (163-167), en Roma, junto a otros seis cristianos:
Caridad, Caritón, Evelpisto, Hierax, Peón y Liberiano. Así finalizó su vida
terrena un hombre santo que vivió buscando la Verdad de Dios y la encontró en
Jesucristo y, habiéndola encontrado, dio su vida por Jesucristo, la Sabiduría
Encarnada.
Mensaje
de santidad.
San
Justino es modelo y ejemplo de santidad en su ferviente deseo por conocer la
Verdad Última, la Verdad Primera y Absoluta sobre Dios, algo que caracterizaba
también a San Agustín y a los filósofos pre-cristianos como Aristóteles y
Platón: Aristóteles decía: “Soy amigo de Platón, pero soy más amigo de la Verdad”.
Fue este deseo fervoroso de conocer la Verdad sobre Dios lo que lo llevó a
descartar, una por una, todas las escuelas filosóficas paganas en las que no
encontraba la Verdad en Sí misma; San Justino se dio cuenta de que en todas
estas escuelas filosóficas solo había destellos de Verdad, pero no la Verdad
Absoluta, Primera y Última acerca de Dios. En esto, San Justino es un gran
ejemplo para nosotros, porque todo aquel que busque la Verdad y ame la Verdad,
en realidad está buscando y amando a Dios, aun cuando no lo sepa, porque Dios
es la Verdad Increada, es la Verdad Eterna y en Él no hay sombra alguna ni de
error ni de falacia. Cuando alguien se propone, con rectitud de intención,
buscar la Verdad, es ya una señal de que Dios lo está llamando a Sí mismo, por
ser Él la Verdad y por habernos dado un instrumento, a todos y cada uno de los
seres humanos, que es la razón, la cual es “capax Dei”, es “capaz de Dios”, en
el sentido de que la razón humana solo encontrará su reposo en la Verdad,
porque fue creada para buscar y reconocer a la Verdad, cuando esta se le
presenta. Por eso el hombre puede distinguir, con la luz de su razón, lo verdadero
de lo falso, por el don de la razón concedido por Dios. En esta búsqueda de la
Verdad, para que sea sincera, el hombre debe apartarse de todo sistema
filosófico o ideológico que se aparte de la Verdad Increada que es Dios -en
nuestros tiempos, el relativismo, el ateísmo teórico y práctico, las ideologías
materialistas y ateas como el marxismo, el comunismo, etc.- y así, siempre que
esta búsqueda de la Verdad esté acompañada por el deseo de abrazarla, el hombre
será capaz de encontrarla, como le sucedió a San Justino. Ahora bien, en el
caso de Cristo, la búsqueda de la Verdad, su encuentro y el abrazar la Verdad de
Dios que es Cristo, puede llegar a costar la vida, literal y materialmente,
como le sucedió a San Justino. Mientras San Justino buscaba la verdad, era
pagano, pero cuando la encontró en Cristo, se volvió cristiano y en muchas
épocas de la historia, incluidos nuestros días, el ser cristiano puede costar
la vida. A todo aquel que busque la Verdad de Dios, Dios le sale a su encuentro;
con su razón lo descubre como Dios Uno y por la gracia le es revelada la
Trinidad de Personas en Dios. Esto es lo que le pasó a San Justino y es lo que
le sucede a todo aquel que, con rectitud de intención y con amor a la Verdad,
la busca con ansias con su intelecto, con su inteligencia.
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