San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial

San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial
"San Miguel Arcángel, defiéndenos en la batalla, sé nuestro amparo contra la perversidad y acechanzas del demonio; reprímale, Dios, pedimos suplicantes, y tú, Príncipe de la Milicia celestial, arroja al infierno, con el divino poder, a Satanás y a los demás espíritus malignos, que andan dispersos por el mundo para la perdición de las almas. Amén".

lunes, 26 de junio de 2023

San Ireneo

 



          Vida de santidad[1].

San Ireneo, educado en Esmirna; fue discípulo de la San Policarpo, obispo de aquella ciudad, quién a su vez fue discípulo del Apóstol San Juan. En el año 177 era presbítero en Lyon (Francia), y poco después ocupó la sede episcopal de dicha ciudad.

Las obras literarias de San Ireneo le han valido la dignidad de figurar prominentemente entre los Padres de la Iglesia, ya que sus escritos no sólo sirvieron para poner los cimientos de la teología cristiana, sino también para exponer y refutar los errores de los gnósticos y salvar así a la fe católica del grave peligro que corrió de contaminarse y corromperse por las insidiosas doctrinas de aquellos herejes. Recibió la palma del martirio, según las Actas de los Mártires, alrededor del año 200.

Mensaje de santidad.

San Ireneo se caracterizó por su lucha intelectual contra el gnosticismo, una doctrina religiosa esotérica -ocultista- y herética -niega las verdades fundamentales de la fe católica- según la cual la salvación no la concede Cristo -a quien consideran solo como un hombre y no como al Verbo de Dios Encarnado-, sino que se consigue por medio de la adquisición de  un conocimiento intuitivo, misterioso y secreto -reservado solo para los iniciados y no para los “profanos”- de las cosas divinas. Por ejemplo, el gnosticismo no solo niega a Jesús como al Hombre-Dios, sino que niega además la necesidad de la gracia santificante para el perdón de los pecados y para participar de la vida divina de la Trinidad: para el gnosticismo, el hombre no necesita participar de la vida divina, porque el hombre mismo es su propio dios y cuando alcanza este conocimiento, ahí es donde se da la salvación. Esta doctrina ocultista y herética, el gnosticismo, se infiltra incluso en la Iglesia católica misma y San Ireneo, dándose cuenta del enorme peligro del gnosticismo, se dedicó a combatirlo intelectual y espiritualmente y aunque el santo derrotó al gnosticismo en su época, esta doctrina ocultista ha resurgido con fuerza en nuestros días, en el seno mismo de la Iglesia Católica. El gnosticismo ocultista tergiversa y falsifica la Verdad Revelada contenida en las Sagradas Escrituras[2] y por eso mismo es necesario combatirlo, en nuestros días, como en los días de San Ireneo. Al recordar al santo en su día, le pidamos la gracia de poder detectar al gnosticismo para combatirlo intelectualmente y así permanecer fieles a las enseñanzas del Hombre-Dios Jesucristo.

 

 



[2] Hay un buen ejemplo sobre el método de combate que siguió San Ireneo: cuando trata sobre la creencia gnóstica de que el mundo visible fue creado, conservado y gobernado por seres angelicales y no por Dios, quien sin participación seguirá eternamente desligado del mundo, superior, indiferente, Ireneo expone la teoría, la desarrolla hasta llegar a su conclusión lógica y, por medio de una eficaz reductio ad absurdum, procede a demostrar su falsedad. Ireneo expresa la verdadera doctrina cristiana sobre la estrecha relación entre Dios y el mundo que El creó los siguientes términos: “El Padre está por encima de todo y Él es la cabeza de Cristo; pero a través del Verbo se hicieron todas las cosas y El mismo es el jefe de la Iglesia, en tanto que Su Espíritu se halla en todos nosotros; es El esa agua viva que el Señor da a los que creen en El y le aman porque saben que hay un Padre por encima de todas las cosas, a través de todas las cosas y en todas las cosas”.

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