Vida de santidad.
Martirologio Romano: Memoria de san Antonio, presbítero y doctor de la Iglesia, que, nacido en Portugal, primero fue canónigo regular y después entró en la Orden recién fundada de los Hermanos Menores, para propagar la fe entre los pueblos de África, pero se dedicó a predicar por Italia y Francia, donde atrajo a muchos a la verdadera fe. Escribió sermones notables por su doctrina y estilo, y por mandato de san Francisco enseñó teología a los hermanos, hasta que en Padua descansó en el Señor. († 1231).
Mensaje de santidad.
Gran parte de su mensaje de santidad se encuentra en los
innumerables milagros que el santo realizó en vida y que continúa haciéndolos
desde el cielo, a quienes se confían a su intercesión.
Uno de los milagros más reconocidos del santo es el conocido
como el de “la mula adoradora”. Sucedió que en un debate que se estableció
entre el santo y un hereje acerca de la Presencia real, verdadera y substancial
de Jesús en la Eucaristía, el hereje -que negaba estas verdades y por eso era un
hereje- desafío al santo a que demuestre con un milagro la verdadera
Presencia de Jesús en la Hostia consagrada, prometiendo que si lo lograba,
se convertiría a la verdadera doctrina, al catolicismo[1].
El hereje le explica a San Antonio su plan: él tendría a su mula encerrada en el establo durante tres días, sin darle de comer ni de beber; luego la llevaría a la plaza, delante de toda la gente y le pondría delante forraje fresco y agua en abundancia. Al mismo tiempo, San Antonio debería estar con el Santísimo Sacramento en una custodia, colocándose al costado del alimento para la mula: si el animal se arrodillaba ante la Hostia, ignorando la comida, el hereje prometía que se convertiría a la fe católica. Al llegar el día convenido, el Santo muestra la Hostia consagrada a la mula y le dice: “En virtud y en nombre del Creador, que yo a pesar de ser indigno, tengo verdaderamente entre las manos, te digo, oh animal, y te ordeno acercarte enseguida y con humildad y ofrécele la debida veneración”. Terminada la oración del santo, sucede el milagro: la mula, que estaba hambrienta y sedienta, en vez de dirigirse según lo que le indicaba su instinto animal, hacia la comida y la bebida, la mula deja de lado el alimento y se dirige hacia San Antonio de Padua, que tenía la custodia con el Santísimo Sacramento; al acercarse la mula, se postra ante Jesús Eucaristía y lo adora.
Ahora bien, cuando pensamos y reflexionamos sobre el milagro, sobre lo sucedido entra la mula y la Hostia Consagrada,
cuando contemplamos que la mula dobla sus patas delanteras en señal de adoración
a Jesús Eucaristía, no podemos dejar de comparar con lo que sucede en nuestros
días: la inmensa mayoría de los cristianos, dejándose seducir por el mundo, prefiere
lo que el mundo ofrece -fama, éxito, dinero, satisfacción de las pasiones, et.- alejándose al mismo tiempo del Hijo de Dios Presente en Persona en la Eucaristía. Por esto, podemos decir con certeza lo siguiente: que la mula tiene más sentido de la
Presencia real, verdadera y substancial, de Nuestro Señor Jesucristo en la Eucaristía,
que la inmensa mayoría de niños, jóvenes y adultos de nuestros días, que se
arrodillan ante los ídolos del mundo y no ante Jesús Eucaristía.
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