Esta
solemnidad festeja a las dos columnas de la Iglesia[1], San Pedro y San Pablo,
cada uno con su don particular de gracia y con una misión establecida por
Nuestro Señor Jesucristo.
Se
celebra por una parte a Pedro, quien se caracteriza por ser el elegido por
Cristo para ser “la roca” de la Iglesia, el elemento central de unidad y de
poder sacerdotal sobre el que el mismo Cristo edificará su Iglesia, según sus palabras:
“Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia” (Mt 16, 16). San
Pedro acepta humildemente su misión y por el nombre de Jesús sufre la
cárcel y maltratos de parte de quienes se oponen a la Revelación de Cristo (cfr.
Hch 5, 41). Predica con “parresía”, es decir, con valor y amor
sobrenatural, lleno del Espíritu Santo (cfr. Hch 4, 8). Pedro es el
amigo entrañable de Cristo, el hombre que ha sido elegido por Cristo para ser
su Vicario en la tierra y que, a pesar de este amor de predilección que le
muestra Jesucristo, lo niega tres veces, aunque luego se arrepiente de haber
negado a su maestro, reparando la triple negación con la triple declaración de
fe y de amor que hará luego del encuentro con Jesús resucitado. La fe de Pedro no
es una fe más entre tantas, es la fe de la Iglesia, es la fe que reconoce en Cristo
como Mesías, como el Salvador de los hombres; es la fe que reconoce en Cristo a
la Segunda Persona de la Trinidad encarnada en la Humanidad Santísima de Jesús
de Nazareth: “Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo” (cfr. Mt 16, 16). Esta confesión de Pedro, revelada por el Espíritu Santo, en la que reconoce la Divinidad de Cristo -"Tú eres Dios Hijo"-, es fundamental para la Doctrina Eucarística de la Iglesia Católica, porque si Jesús es Dios Hijo encarnado, la Eucaristía es el mism Dios Hijo, que prolonga su Encarnación en la Eucaristía. La misión de Pedro finalizará con el supremo testimonio del martirio,
profetizado por Jesús: “Cuando seas viejo otro te ceñirá y te llevará donde no
quieres” (cfr. Jn 21, 18).
Pablo,
por su parte, recibe la gracia de la conversión a Cristo cuando se dirigía a Damasco
y esta conversión lo lleva a un cambio radical en su vida: pasa de ser un tenaz
perseguidor de los cristianos, a ser el “Apóstol de los gentiles”, llamado así
porque con su prédica fervorosa numerosos cristianos se convertirán a su vez a
Cristo. Luego de su encuentro con
Cristo, Pablo se convierte en el Apóstol incansable que recorre el mundo
conocido en la época para anunciar la Buena Nueva de la salvación en Cristo
Jesús, sin importarle ninguna otra cosa más que predicar a Cristo crucificado y
resucitado por nuestra salvación: “¡Ay de mí si no evangelizare!” (1 Co
9, 16).
Además
de estas misiones particulares, San Pedro y San Pablo forman, por disposición
del Señor Jesús, lo que se conoce como “Colegio Apostólico”, en el que Pedro,
Vicario de Cristo, el Papa, es el principal elemento constitutivo de este
Colegio Episcopal, es su cabeza. Entonces, en el Colegio Apostólico, los
Apóstoles están unidos entre sí al Romano Pontífice, sucesor de Pedro y los
obispos, sucesores de los Apóstoles, están unidos al Papa y el Papa a Cristo, Segunda Persona de la Trinidad. De ahí que la estructura de la Iglesia sea vertical y jerárquica: Santísima Trinidad, Dios Hijo se encarna en Jesús de Nazareth, el Papa como Vicario de Jesús el Cristo, los Apóstoles, los suceros de los Apóstoles, los obispos, el pueblo fiel de bautizados. De esto se ve que la estructura vertical y jerárquica de la Iglesia forma parte de su esencia y que el que diseñó de esta manera a la Iglesia, es solamente Dios Uno y Trino. De esto también se deduce la temeridad diabólica de pretender cambiar la estructura jerárquica de la Iglesia, por una "democrática", como lo pretende el Sínodo alemán. Además de esto, el Señor hizo de Simón, al que dio el
nombre de Pedro, y solamente de él, la piedra de su Iglesia, le entregó las
llaves de ella y lo instituyó pastor de todo el rebaño: "Está claro que
también el Colegio de los apóstoles, unido a su Cabeza, recibió la función de
atar y desatar dada a Pedro". Este oficio pastoral de Pedro y de los demás
apóstoles pertenece a los cimientos de la Iglesia y se continúa por los obispos
bajo el primado del Papa.
El
Papa, obispo de Roma y sucesor de san Pedro, "es el principio y fundamento
perpetuo y visible de unidad, tanto de los obispos como de la muchedumbre de
los fieles". "El Pontífice Romano, en efecto, tiene en la Iglesia, en
virtud de su función de Vicario de Cristo y Pastor de toda la Iglesia, la
potestad plena, suprema y universal, que puede ejercer siempre con entera
libertad". (Catecismo de la Iglesia Católica 881-882).
Por
último, como dice San Agustín[3], celebramos en un mismo
día el martirio de los dos Apóstoles, aunque fueran martirizados en diversos
días, porque ambos en realidad eran una misma cosa. Y, también como dice San Agustín,
“procuremos imitar su fe, su vida, sus trabajos, sus sufrimientos, su
testimonio y su doctrina”[4].
[1] Cfr. https://es.catholic.net/op/articulos/22636/cat/645/solemnidad-de-san-pedro-y-san-pablo.html
[2] Juan Pablo II, 29 de junio de 2002.
[3] Cfr. Sermón 295, 1-2. 4-7.
8: PL 38, 1348-1353.
[4] Cfr. ibidem.
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