Vida de
santidad[1].
San
Blas fue obispo de Sebaste, Armenia, conocido por sus contemporáneos por haber
obrado numerosas curaciones milagrosas, aun en vida terrena. Ejercía la
profesión de médico y luego decidió retirarse para vivir en la oración y la
penitencia, como eremita y esto lo hizo incluso después de haber sido nombrado
obispo, convirtiendo la cueva en la que vivía, ubicada en el bosque del monte
Argeus, en su sede episcopal.
Mensaje de santidad.
En
la actualidad, San Blas es patrono de los otorrinolaringólogos y de quienes
padecen alguna afección a la garganta y esto se debe a que, según la tradición,
San Blas volvió a la vida a un niño que acababa de morir al habérsele
atravesado una espina de pescado en la garganta. Es de este milagro de donde se
deriva la costumbre de bendecir las gargantas el día de su fiesta, 3 de
febrero.
Forma
parte de su vida de santidad el afecto y aprecio que tenía por los animales, considerándolos
como parte de la Creación de Dios. Por este afecto a los animales, también los
curaba y también según la tradición, los animales enfermos o heridos se
acercaban a su cueva en Argeus para que los cure. Estos, en retribución, no le
hacían daño ni lo molestaban cuando oraba.
Debido
a que los animales enfermos se reunían en la entrada de la cueva donde vivía
San Blas, fue esto lo que llamó la atención de un grupo de cazadores: estos
habían ido al monte a cazar animales para utilizarlos en los juegos de la arena
en el circo y al ver a numerosos animales feroces esperando mansamente a la
entrada de una cueva, decidieron entrar en la cueva para ver de qué se trataba
y así fue como encontraron a San Blas. Lo llevaron preso, porque en esos días
se había desencadenado una persecución contra los cristianos debido a una orden
del gobernador de Capadocia, llamado Agrícola. Una vez que estuvo en presencia
del gobernador, que era pagano y anticristiano, le exigieron bajo amenaza de muerte
que renegara de la fe en Jesucristo, pero San Blas se opuso firmemente. Por su
negativa a renunciar a la fe en Jesucristo, San Blas fue sentenciado a muerte y
conducido a prisión, en donde debía esperar para su ejecución, pero incluso
estando en prisión, seguía haciendo milagros y curando a los enfermos y bautizando
a los que querían hacerse cristianos. De acuerdo a las Actas de San Blas, fue
condenado a morir por ahogamiento pero, cuando fue arrojado a las aguas, el
Santo empezó a caminar sobre estas, repitiendo el milagro que hizo Jesucristo.
Entonces fue conducido al cadalso, fue torturado y, finalmente, decapitado.
Murió, como mártir, el año 316 D. C, en tiempos del Emperador Licinio. Así como
la muerte martirial de San Blas fue en su tiempo un testimonio de fe en Jesucristo
como Dios y Salvador, así lo es en nuestros días, caracterizados por la
apostasía generalizada, es decir, por el abandono voluntario de la fe católica,
llegando incluso algunos al extremo de formar agrupaciones para exigir que se
borren sus nombres de los libros de bautismos de las parroquias; no se dan
cuenta que así están borrando voluntariamente sus nombres del Libro de la Vida
y por lo tanto, al fin de la vida terrena, sufrirán la muerte eterna en el
Infierno. Pidamos a San Blas que interceda para que perseveremos en la fe
católica y en las obras de misericordia todos los días de nuestra vida terrena,
hasta el último día, para que así seamos conducidos al Reino de los cielos en
la eternidad y le pidamos también al santo que bendiga nuestras gargantas, pero
no solo para que no nos enfermemos de la garganta o para que nos curemos si
estamos enfermos, sino para que de nuestras gargantas solo salgan palabras de
compasión para con nuestros prójimos y de adoración para con nuestro Dios,
Jesús Eucaristía.
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