Vida
de santidad[1].
Nacido
en Sahuayo, diócesis de Zamora (Michoacán, México), el 28 de marzo de 1913,
hijo de Macario Sánchez y de María del Río, que tuvieron cuatro hijos: Macario,
Miguel, José (el mártir) y María Luisa. Fue bautizado en la parroquia de
Santiago Apóstol de Sahuayo, lugar donde sería encarcelado y donde comenzaría
su martirio catorce años más tarde e hizo su Comunión a los nueve años. Sus
padres fueron Macario Sánchez y María del Río. José Luis fue asesinado dando
vivas a Cristo Rey y a Santa María de Guadalupe, durante la llamada “Guerra
Cristera” el 10 de febrero de 1928, durante la persecución religiosa de México
por pertenecer a “los cristeros”, un numeroso grupo de valientes católicos
mexicanos que se levantaron en contra de la opresión y persecución sangrienta del
régimen de Plutarco Elías Calles. Joselito rezaba el Rosario diariamente y
recibía los Sacramentos, aunque estaban prohibidos.
Cuando
comenzó el movimiento católico de los “cristeros” sus dos hermanos mayores,
miembros de la Acción Católica de la Juventud Mexicana, entraron en el
movimiento de Defensa de la Libertad Religiosa. En Guadalajara, donde la
familia se había visto obligada a trasladarse, el joven muchacho José visita la
tumba del joven abogado Anacleto González Flores, cruelmente martirizado el 1
de abril de 1927 y que sería proclamado beato en 2005 junto con otros ocho
jóvenes seglares, entre los cuales estaba el mismo José, y otros tres
sacerdotes[2].
El
joven José pidió entonces a Dios poder morir como Anacleto en defensa de la fe
católica. Y efectivamente alcanzará tal gracia del Cielo, casi un año más
tarde, el 10 de febrero de 1928 en plena persecución, cuando, tras haberse
unido por motivos de conciencia a los “cristeros” y sirviendo como
portaestandarte de los mismos con la imagen de la Virgen de Guadalupe y los
colores nacionales de México, y sin tomar parte directamente en los conflictos
armados, cayó prisionero de las tropas gubernamentales, cuando libremente cedió
su caballo a uno de los “jefes cristeros” para que pudiese escapar, plenamente
consciente que ello significaba su captura y una posterior muerte atroz. Los
restos mortales de José Luis descansan en la Iglesia del Sagrado Corazón de
Jesús en su pueblo natal.
Mártir
con catorce años. Así se resume la vida de José Luis Sánchez del Río, quien fue
beatificado junto a otros doce mártires por disposición del Papa Benedicto XVI.
El
padrino de José Sánchez del Río era el diputado Rafael Picazo Sánchez, natural
y vecino de Sahuayo, diputado por el distrito de Jiquilpan y gozaba de gran
poder político y autoridad en toda la comarca, ya que secundaba
incondicionalmente las órdenes del general presidente Plutarco Elías Calles. Casi
todos los testigos del Proceso de martirio no dejan de referirse a él, casi
siempre con juicios bastante duros, que se pueden resumir así: el diputado
Rafael Picazo pertenecía a una familia muy católica, pero él por sus relaciones
con el Gobierno y por convenir así a sus intereses personales, se convirtió en
perseguidor implacable de la Iglesia católica; en este juicio vienen a
coincidir todos. Uno de ellos así lo resume: “[En Sahuayo la persecución] se
inicia el 26 de julio de 1926; el diputado Rafael Picazo traía la consigna de
Calles de acabar con el cristianismo y con los templos”. Y otro: “Picazo hacía
cosas muy malas y no quería a los cristeros y mataba a todo el que agarraba;
por eso mató a José, por cristero”. Este personaje, Picazo, jugará por todo
ello un papel relevante en la detención y en el asesinato cruel del muchacho
José Sánchez del Río, del que para mayor dolor dramático era su padrino de
primera comunión y familiar y antiguo amigo de su familia[3].
Un
año antes de su martirio -es decir, con solo trece años-, José Luis se había
unido a las fuerzas “cristeras” del general Prudencio Mendoza, enclavadas en el
pueblo de Cotija, Michoacán.
El
martirio fue presenciado por dos niños, uno de siete años y el otro de nueve
años, que después se convertirían en fundadores de congregaciones religiosas.
Uno de ellos revela el papel decisivo que tendría para su vocación el
testimonio de José Luis, de quien era amigo. Dice así: “Fue capturado por las
fuerzas del gobierno, que quisieron dar a la población civil que apoyaba a los
cristeros un castigo ejemplar. Le pidieron que renegara de su fe en Cristo, so
pena de muerte. José no aceptó la apostasía. Su madre estaba traspasada por la
pena y la angustia, pero animaba a su hijo. Entonces le cortaron la piel de las
plantas de los pies y le obligaron a caminar por el pueblo, rumbo al cementerio.
Él lloraba y gemía de dolor, pero no cedía. De vez en cuando se detenían y
decían: “Si gritas ‘Muera Cristo Rey’, te perdonamos la vida. Di ‘Muera Cristo
Rey’. Pero él respondía: “¡Viva Cristo Rey!”. Ya en el cementerio, antes de
disparar sobre él, le pidieron por última vez si quería renegar de su fe. No lo
hizo y lo mataron ahí mismo. Murió gritando como muchos otros mártires
mexicanos “¡Viva Cristo Rey!”. Estas son imágenes imborrables de mi memoria y
de la memoria del pueblo mexicano, aunque no se hable muchas veces de ellas en
la historia oficial”.
El
otro testigo de los hechos fue el niño de nueve años Enrique Amezcua Medina,
fundador de la Confraternidad Sacerdotal de los Operarios del Reino de Cristo,
con casas de formación tanto en México como en España y presencia en varios
países del mundo. En la biografía de la Confraternidad que él mismo fundara, el
padre Amezcua narra su encuentro -que siempre consideró providencial- con José
Luis. Según comenta en ese testimonial, haberse cruzado con el niño mártir de
Sahuayo -a quien le pidió seguirlo en su camino, pero que, viéndolo tan pequeño
le dijo: “Tú harás cosas que yo no podré llegar a hacer”-, determinó su entrada
al sacerdocio.
Mensaje
de santidad.
Amor
por los Sacramentos y el Santo Rosario, al cual rezaba diariamente y esto a
pesar de estar prohibidos por el gobierno laicista.
Pide
la gracia y la obtiene, de dar su vida por Cristo, demostrando así que la vida
terrena alcanza su pleno y total sentido en la entrega absoluta y sin condiciones
al Hombre-Dios Jesucristo.
Magnanimidad
heroica al dar su caballo para que se salve un general cristero, sabiendo que
esto le costaría el ser apresado y probablemente la muerte, como sucedió.
Fe
y amor en Cristo Rey y amor a la Virgen de Guadalupe, del cual era su
portaestandarte.
Al
igual que Cristo, fue traicionado, en este caso, por su propio padrino y tío,
pues era de la misma familia de Joselito.
Valentía
sobrehumana, proporcionada por el Espíritu Santo, al soportar con entereza el
agudísimo dolor del despellejamiento de las plantas de los pies, a lo que se suma
el agravante del dolor, cuando lo hicieron caminar sobre sal.
Valentía
sobrehumana al no dejarse amedrentar por los esbirros del gobierno ni dejarse
seducir por las falsas promesas de salvación de su padrino: San José Sánchez
del Río prefirió morir por Cristo antes que aceptar honores terrenos y así
obtuvo una gloria infinitamente mayor a cualquier gloria humana, la corona del
martirio y se mostró más valiente que cualquier otro guerrero humano, con mayores
fuerzas físicas que él.
Por
último, la muerte martirial de San José Sánchez del Río, a tan corta edad, es
un ejemplo de valor infinito de amor a Nuestro Señora Jesucristo para todas las
generaciones, pero sobre todo para nuestra generación, en el que el rechazo de
Cristo, de su Iglesia y de sus Sacramentos -paradójicamente, aun en el seno de
la misma Iglesia- crece exponencialmente, al mismo tiempo que lo hace el
espíritu anti-cristiano en todo nivel de la especie humana.
Que nuestras últimas palabras en esta vida terrena sean
las pronunciadas por el niño mártir San José Sánchez del Río: “¡Viva Cristo
Rey!”.
[1] https://www.es.catholic.net/op/articulos/36372/jose-sanchez-del-rio-beato.html
; Fecha de beatificación: 20 de noviembre de 2005, por el Papa Benedicto
XVI, como parte de un grupo formado por él y otros 8 mártires mexicanos. Fecha
de canonización: 16 de octubre de 2016, por S.S. Francisco.
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